domingo, 21 de octubre de 2012


…una cosa que empieza con “P”…

Alberto Carbone

Prof. Historia

Fac. Filosofía y Letras

UBA


 




 

 
Muchas veces he asistido a reuniones de trabajadores. Siempre he sentido una enorme satisfacción: pero desde hoy, sentiré un verdadero orgullo de argentino, porque interpreto este movimiento colectivo como el renacimiento de una conciencia de trabajadores, que es lo único que puede hacer grande e inmortal a la Patria. Hace dos años pedí confianza. Muchas veces me dijeron que ese pueblo a quien yo sacrificara mis horas de día y de noche, habría de traicionarme. Que sepan hoy los indignos farsantes que este pueblo no engaña a quien lo ayuda. Por eso, señores, quiero en esta oportunidad, como simple ciudadano, mezclarme en esta masa sudorosa, estrecharla profundamente en mi corazón, como lo podría hacer con mi madre... Juan D. Perón. Discurso del 17 de octubre de 1945. (Fragmento)

 

 

Muchas cosas han pasado desde aquel primigenio 17 de Octubre. Una fecha signada por las controversias, por las ambigüedades de algunos, por las aseveraciones de otros, pero que para propios y extraños marcara, sin dudas,  un hito en la historia nacional.

Porque indudablemente, nos parece fundamental reconocer en la génesis de aquel proceso multitudinario, el embrión de una etapa que nacía, un fuerte impulso innovador motorizado por las nuevas prácticas políticas, que se desenvolvían ante la mera contemplación de los sectores políticos tradicionales, vacuos actores de reparto, quienes ni siquiera atinaron a mostrar una nimia, insignificante reacción, como respuesta orgánica a aquellas actitudes, que muy poco tiempo después describirían como prácticas obscenas no exentas de pretensiones clientelísticas. Hoy ante el examen frio de lo acontecido durante aquella jornada, tal vez, podríamos decir, parafraseando a los más populares guiones cinematográficos: “los acontecimientos se precipitaron”, pero con el respeto que debemos a aquella fenomenal epopeya política y social, no podemos menos que preguntarnos sobre las causas que la vieron gestarse.

El “hombre del destino”, el gran “oidor”, el “líder”, el “coronel del pueblo”, Perón, en definitiva, ya era considerado por miles a través de diversos epítetos y en realidad era hasta ese momento, el secretario de Trabajo y Previsión de la Nación con rango de ministro, mentor de una precisa y singular estrategia, hija de un proyecto político personal, que desembocaría indudablemente en la consolidación de su figura, como gran emergente social.

Es que los pobres de esta tierra, eran considerados seres de vida desgraciada o de poca suerte para la ideología del liberalismo ortodoxo, o específicamente como los desposeídos del Sistema, para los grupos de izquierda. Bien caracterizados por unos y por otros, lo cierto es que ninguna de las dos ideologías lograba su cometido para con ellos; rechazarlos definitivamente, mancillándolos hasta la servidumbre moderna, los primeros, o incorporarlos en su seno como parte integrante de un proyecto mayor o de una estrategia de carácter integrador, los segundos. Para la oligarquía vacuna o rentista, el pobrerío no existía, era literalmente invisible. Para los incipientes sectores medios, los pobres eran considerados únicamente dignos de lástima, para los grupos políticos de izquierda, representaban a los grandes despojados del reparto de las utilidades de la Nación, víctimas de la Clase Alta, beneficiaria de las rentas agrícola, industrial y de los servicios financieros.

Pero sin embargo los pobres seguían allí, en medio de la jauría social, sin voz y sin representatividad.

La eclosión del fenómeno peronista es hija de aquella desigualdad congénita y Perón, con su acción directa sobre las modificaciones de las condiciones de vida de las grandes mayorías, se coronó como el gran justiciero, el genial hacedor de aquel “milagro” del que muchos aún aguardaban con esperanza.

Sin embargo, tuvieron que pasar varios días hasta que la gente manifestara su ansiedad en la calle. El “querido coronel del Pueblo” había sido trasladado a la Isla Martín García, privado de su libertad. El día 9 de octubre de madrugada, fue arrancado de su domicilio y conducido a la Isla, apartándolo de su mujer y de la ciudad de Buenos Aires. Nada extraño sucedió en los días sucesivos, hasta que el presidente Farrell se vio obligado por el ejército a eliminar la secretaría de Trabajo y Previsión, bajándola a su antiguo rango de dirección de Trabajo y a dejar sin efecto la totalidad de los Decretos impuestos por Perón para beneficio de los trabajadores. La novedad, se produjo entre el 12 y el 15 de octubre y rápidamente la Confederación General del Trabajo, convocó el 16 a un Paro General de actividades en todo el país para el día 18 de octubre.

Para sorpresa de propios y extraños, para asombro e incredulidad del mismo Perón, que el 17 de octubre regresaba a Buenos Aires como enfermo a ser internado en el Hospital Naval, gracias a la labor de su médico personal, el Dr. Mazza, la inmensa mayoría de los trabajadores del Conurbano Bonaerense se lanzaron a las calles, con rumbo a Plaza de Mayo y con un grito unificador contundente: “Queremos a Perón”.

Queremos a Perón fue la síntesis de todos los reclamos.

El obrero se había quedado sin aquellos beneficios sociales alcanzados desde la humilde Secretaría. Se había quedado sin el oído que atento escuchaba su lamento de sufrientes años, generación tras generación. Se había quedado sin la voz de quien le acercaba la palabra justa y necesaria para calmar su desdicha. En síntesis, se había quedado solo.

Cuando el ejército atisbó la imposibilidad de acallar semejante masa de miles de gritos unívocos, convocó a Perón a la Plaza. Pero par el “Líder”, se reclamo de sus camaradas tendría un alto precio. Desde su habitación del Hospital Naval forzó una negociación y obligó al generalato a que le asegure elecciones libres para el año entrante y le garantice la posibilidad de que él fuese candidato.

Así fue que se selló el “17 de Octubre” con un encuentro multitudinario en Plaza de Mayo entre el Líder y su Pueblo. La jornada terminó en paz, pero ese día, comenzó otra historia.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Agenda de la Historia Argentina


Los pasos perdidos

"En un mundo sin alma, no existen los pueblos, sino los mercados; no existe la persona, sino los consumidores; no existen las ciudades, sino las aglomeraciones."
Adolfo Pérez Esquivel (nacido en 1931), escultor y arquitecto argentino.

Por NICOLAS CARBONE

 

Cuando éramos niños, la plaza de mayo era aquél reducto en el que descansaban los sueños de nuestros antepasados, aquéllos que forjaron al país de las cenizas, y que nos ametrallaban con un dogmatismo obsoleto, anticuado; un deber ser de una patria otrora joven, que aunque la mujer de guardapolvo nos intentaba graficar, nosotros no llegábamos a entender del todo.

Fuimos creciendo, y la plaza de mayo era el lugar donde nos congregábamos a reivindicar a los jóvenes de la generación anterior, que también tuvieron sueños, y que las balas pagadas por el imperio destruyeron con una ráfaga con sabor a advertencia.

Ya mayores, la plaza siguió en su lugar. Ella no cambiaba, los que nos transfigurábamos, los que nos hundíamos en el neurotismo de la posmodernidad, éramos nosotros mismos. Y la plaza cada vez más lejana, mantenía los recuerdos esfumados de los gritos de los estudiantes, de los discursos de los trabajadores, y se convertía en un mito que se llevaba todo consigo, desde las patas en la fuente, las bombas que todo lo destruían, y la voluntad política de un pueblo en llamas. La plaza era, entonces, el lugar de descanso de los sueños de los hombres.

El tiempo, nosotros mismos, todo lo barre, lo vuelve niebla y lo condena a un reloj que parece tener mil agujas que giran  y giran en hipocondríaca inmadurez.

En estos días, la plaza volvió a sentir el peso de los zapatos de hombres y mujeres, pero la realidad nos recuerda a veces que no carece de un turbio sentido de ironía. Ese día, la plaza la habitaron los hijos y las hijas de aquél mismo posmodernismo que nos mira de frente y nos confirma que llegó para quedarse. No se trató de una voluntad política ni de una expresión de búsqueda del ser mejor que es obligación del hombre de bien. Ni siquiera se trató de un deseo de volver a tiempos anteriores aunque – se adivina- ése deseo existe y nos plantea un futuro de incertidumbre. No. El cybercacerolazo que los medios de la clase dominante enfocan como una revolución espontánea se presenta como la reacción del hombre derrotado que vomita su propia bronca junto con sus pulmones. Y como la historia tiende a repetirse – más aún, en los pueblos que suelen olvidarla ante el primer grito de “buenas noches, América” – resulta imposible no recordar otras movilizaciones que han acontecido, con o sin sentido partidario. Bienvenidos, entonces, a la cyberpolítica.

Ese día, el sentido común ganó nuevamente la pulseada. Si antes la vida era en sí misma un acto político y las ideas eran las balas de la batalla ideológica, hoy la pantalla se constituye como el nuevo arte de vivir, el nuevo núcleo por el que transcurre la vida misma. La posmodernidad que nos ha sumergido en el mundo de lo efímero nos dispara una nueva manera de vivir el ser, que asombraría – y asustaría – hasta al propio Orwell. Atrás quedaron las ideas, los planteos de cambio constructivos, todo arremolinado en una cybercultura que pone en primer plano lo vivido entre fotos repletas de comentarios vanos dejando afuera todo lo real. En el escenario de la vanidad más neurótica, quedan al desnudo las miserias más ocultas del ser humano, que sólo gusta de los espejos que le devuelven su propio reflejo. Todo se ha perdido. El debate, el conocimiento, el ejercicio del pensar. Todo ha sido consumido por el capitalismo salvaje y las opiniones vagas y vacías se han vuelto tan gratuitas como el aire. Y consumidos por la vorágine, todos nosotros. En nuestros días, la vida como la conocíamos ha dejado de existir. En su lugar, las fotos posando como dicta la moda, las pocas palabras mal escritas a propósito, la degradación de la cultura como valor per se. Y la política, perdida entre las marcas de una sociedad que vive sin pasado y sin futuro, y que apela a un presente sin historia mientras regala a sabiendas el porvenir de todos. Y los exponentes de ésa misma manera nueva de vivir, chambelanes del sentido común para el cual la propiedad privada es el único valor irrevocable, caminaron ayer desde los barrios más pudientes de la ciudad más reaccionaria. No importaba ni el ayer ni el después, siempre y cuando se mantuvieran los preceptos neoliberales que – aún en vista de sus consecuencias – siguen resultándoles dignos de reivindicar con la voz cada vez más alta. No había ni perspectiva histórica ni señal de futuro, sólo el deseo de retorno a un tiempo que – con el caprichoso oficio del recuerdo – les resulta mejor, aunque haya costado tantas vidas. Y por supuesto, reforzado por un doble discurso – mediático y no mediático – que lo condena (desde el mensaje políticamente correcto) desde el punto de vista represivo mientras omisivamente aprueba todo lo demás. Alguien declaró que esa exaltación de la individualidad de la Plaza lo hacía sentir orgulloso. Nada más certero, puesto que esa misma falta de conciencia es la única que puede catapultarlo a los primeros planos. Me es ineludible pensar en las marchas en apoyo a la revolución libertadora, los gritos clasemedistas clamando por Videla, las palabras de Sarmiento retomadas por Borges (hoy devenido prócer, nada menos) y el aluvión zoológico que los asqueaba. Las caras de esa PLaza, eran las mismas. Las mismas que junto al semi-ingeniero Blumberg se desgañitaban pidiendo por la cárcel para los niños de diez años.

Bienvenidos a la cyberideología, donde todos expresan opiniones vacías de contenido, fundamento y reflexión. Y de paso, pueden escribir con mayúsculas cuanto desearían que todos los no-caucásicos desaparecieran, como desaparecieron aquellos que pensaban en una sociedad mejor, hace ya tantas décadas. Y de nuevo, la farsa computarizada es el aliado más cómodo, que permite el rápido recorrido por las fuentes generadoras de la ideología repetida con la sencillez de apretar un botón que los inunde de falsa conciencia.

 

Bienvenidos, entonces, a la cybervida.

Bienvenidos a la cybermuerte.

viernes, 14 de septiembre de 2012

Peronismo


El Retorno del general Perón

17 DE NOVIEMBRE DE 1972

 

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Yo adivino el parpadeo de las voces
que a lo lejos van marcando mi retorno

Perón-Rucci-Abal Medina
 
 

                               Por Alberto Carbone


El general Onganía había fracasado estrepitosamente. Pretencioso, había estimado la eternidad para su mandato y aguantó sólo cuatro años en el cargo.

Los militares resolvieron convocar a Levingston para la transición democrática. No por casualidad. Un general opaco, mediocre, pero tan falto de sentido común como cualquier otro oficial de la época, efectuó una lectura equivocada de la realidad, creyéndose un legítimo salvador, capaz de intimidar a sus pares, con quienes se distanció, y de eclipsar a la clase política, apartando de un plumazo a los miembros del grupo que conformaba la “Hora de los Pueblos”. Al fin, otro escenario popular callejero, el posteriormente denominado “Viborazo”, último estertor del “Cordobazo”, movimiento que expulsara del Poder a Onganía, echó por tierra las veleidades de Levingston, de estadista genial.

En realidad había un hombre fuerte en la Fuerzas Armadas. El general Alejandro Agustín Lanusse, quien se decidió a asumir la presidencia. Dicen algunos que para que las cosas salgan bien las tiene que hacer uno mismo. Parece que don Alejandro Agustín lo advirtió y puso manos a la obra, el 26 de marzo de 1971.

Lanusse tenía una estrategia. Las anteriores, basadas en la proscripción del Peronismo, habían fracasado. Evidentemente, la “idea lanusseana” era instalar un civil en la Rosada con acuerdo peronista, pero un civil que no se apellidara Perón.

Mientras tanto, el propio Perón ampliaba su base de apoyo político entre los sectores medios y estudiantiles. La retirada decorosa del gobierno militar no cuajaba con la impresión que los jóvenes tenían de los uniformados.

El nuevo Presidente entonces, mucho más inteligente que sus predecesores, lanzó el Gran Acuerdo Nacional (GAN), promoviendo solapadamente que el Peronismo admitiera que el gran candidato de la unidad nacional fuese un civil no peronista o el propio general Lanusse. Como muestra de lo que suponía expresión de consenso, nombró a un radical como ministro del interior, el Dr. Arturo Mor Roig, quien comenzó a reunirse con el delegado personal de Perón, Jorge Daniel Paladino.

Para Lanusse, el pacto con Perón sería efectivo. Durante meses se mantuvieron reuniones secretas, en la que participaban también el embajador argentino en España brigadier Jorge Rojas Silveira y el coronel Cornicelli. Mientras tanto Lanusse restituyó al Líder el grado militar, los sueldos adeudados y cerró las causas judiciales abiertas desde el año 1955.

En el mes de febrero de 1972, Perón expuso una nueva tesis titulada “La única verdad es la realidad”, reclamando el llamado urgente a elecciones para comenzar a reconstruir el país, que describía como en ruinas. Propuso la inmediata reducción impositiva, la promoción del crédito, la protección urgente de la industria nacional, la elevación del salario. Advirtió que las Fuerzas Armadas estaban acorraladas y que la intención de proscribirlo como candidato sería inútil.

Casi inmediatamente tomó la iniciativa respondiendo con dos decisiones. Primero reemplazó a Paladino por Cámpora como delegado personal, con la seguridad de que el viejo dentista don Héctor, antiguo militante y diputado de la primera época, cambiaría este favor con lealtad absoluta, Esa cualidad de la que el líder dudaba de Paladino y segundo eligió a Julián Licastro y a Rodolfo Galimberti como delegados de la juventud, sector social cada vez más amplio y militante dentro de la esfera partidaria.

Comenzaría una época de fusión juvenil, de integraciones y distanciamientos, que reservaremos para analizar en otro momento puntualmente y que su desarrollo motivara altibajos en la relación entre esos muchachos y su viejo líder, divergencias de diversa índole de las que ambos protagonistas son responsables por acción y por omisión. Pero digamos que a partir de ese entonces se fueron gestando distintos sectores juveniles con variadas intencionalidades, que al parecer el propio Perón dejó fluir en la certeza personal de que una vez en el gobierno podría disciplinarlas.

Para mediados del año 1972, Perón declaró a la prensa el hostigamiento del gobierno de facto, que le proponía que no fuese candidato y hasta divulgó la intención de ofrecerle dinero para que se autoexcluya de la contienda electoral. Tenía cintas grabadas de cada conversación. La situación dio un vuelco, Lanusse lanzó su ofensiva abierta y descarada contra el viejo líder, primero se autoexcluyó como candidato él mismo y segundo anunció que a partir del 25 de agosto de 1972, cualquier candidato a Presidente de la República debería fijar residencia en nuestro país. Como por otra parte presumía que el viejo caudillo, tanto tiempo exiliado, aún en el triunfo no sería capaz de acumular una diferencia amplia de votos, estableció que para ganar, el primero debería poseer más del cincuenta por ciento de los votos legítimamente emitidos o de lo contrario someterse a una segunda vuelta electoral. Procedimiento nuevo en Argentina y especialmente dirigido a problematizar el triunfo Peronista en caso de acontecer.

Por supuesto que Perón rechazó de plano esta nueva instancia de la que se burló con sorna.

Lanusse continuó con su metodología de golpear antes y propuso ante los medios de difusión la oferta de enviarle un pasaje de avión al líder para que llegue en tiempo y forma antes de la fecha prevista, advirtiendo que de no ser así quedaría plasmado en forma incontrastable que a Perón no le daba el cuero para volver.

La situación estaba cambiando rápidamente. El gobierno de facto se mostraba incapaz de enfrentar a los grupos guerrilleros que paulatinamente ganaban en confianza a través de distintos operativos. El ERP secuestraba empresarios y los Montoneros y las FAP arreciaban contra la oficialidad del Ejército. Un grupo de detenidos de ambas Organizaciones en el Penal de la ciudad de Rawson, tomaron las instalaciones y se fugaron más de veinte guerrilleros. Una mala sincronización entre ellos y los que ayudaban fuera del penal, impidió que todos llegaran juntos al Aeropuerto local y el avión preparado para la fuga partió con sólo seis personas hacia Chile. Los diecinueve que se apostaron en el edificio pactaron su entrega a través de los medios de prensa y con la palabra del juez especialmente citado para ese convenio.

Posteriormente, la investigación de los hechos demostró que todos los detenidos recuperados fueron pasados por las armas, sólo sobrevivieron tres, quienes informaron minuciosamente sus vivencias a una sociedad profundamente indignada por lo sucedido.

El Partido Justicialista cedió un local para velar a tres de los ajusticiados, pero las fuerzas del gobierno reprimieron salvajemente en el lugar, procediendo al secuestro de los cadáveres.

Perón decidió finalmente retornar al país como prenda de Paz, con fecha 17 de noviembre, promoviendo un Programa consensuado con la CGT y la CGE denominado de Reconstrucción Nacional. Formación del Consejo Económico y Social y la libertad de los presos políticos y gremiales.

Aquel 17 de noviembre, el gobierno de Lanusse cerró todos los caminos que conducían al Aeropuerto de Ezeiza, con más de treinta y cinco mil efectivos, tanques y camiones del Ejército.

La militancia Peronista de cuño gremial y juvenil decidió enfrentar aquellas barreras humanas. Un día frío y de lluvia, que sin embargo estuvo engalanado por la voluntad de miles que avanzaron con tenacidad sobre la imposición y la negativa.

Perón fue alojado en el Hotel del Aeropuerto Internacional, pero destrabó ese entorno gracias a la presión de la gente alrededor del edificio. Ya en su casa de la calle Gaspar Campos, advirtió el temor del Ejército hacia su persona, cuando inmediatamente de su llegada se apoltronaron allí los tanques y los miles de guardias con carros de asalto.

Perón permaneció en el país casi un mes. Todos los días miles de peronistas llegaban a Vicente López a expresarle su cariño.

Otra etapa política y social de ribetes insospechados estaba comenzando en la Argentina. Una historia llena de claros y oscuros se abriría en el futuro de la Patria.

Perón, ese líder místico, y casi profético, el “esperado”, había retornado. Una inmensa masa anónima, reflejaba su felicidad con lágrimas, esas mismas que habían vertido más de una vez, ante la pérdida de tantos militantes que habían entregado su vida por esa Causa. Perón había vuelto para apagar las llamas de una Nación, que lo había estado esperando como al Gran Hacedor, para componer definitivamente las amarguras de un pasado oprobioso.

La Patria de Perón era la Patria Redentora. Ese Milagro de carne y hueso que el tiempo y los hechos posteriores se encargarían de demostrar su exactitud.

lunes, 10 de septiembre de 2012

agenda de la Historia argentina

Las tres argentinas

Al calor de los festejos de efemérides varias, los argentinos, generalmente solemos obviar que nuestro país es tal, con nombre propio, recién a partir de su constitución como Nación. Esta circunstancia,  clara y precisa, fue efectiva a partir de la formalidad expresada en texto con el nombre de Constitución Nacional, recién en el año 1853.
Hace casi ciento sesenta años, parece lejano en el tiempo, pero no tanto si tenemos en cuenta que otros pueblos americanos han formalizado su constitución cuarenta o cincuenta años antes que nosotros, para no mencionar a los EE.UU, cuyas ideas liberales de 1776, para algunos cruzaron el mar y aportaron lo suyo a la Revolución Francesa.

1.- La Nación de los “hidalgos”
Para mediados de Siglo XVIII, el territorio argentino estaba constituido por regiones de carácter autónomo, gobernadas por liderazgos de profunda raigambre popular y localista. Estaba en pleno apogeo la dicotomía ideológica cimentada entre dos posturas: Unitarios y Federales, para muchos nuestros dos primeros Partidos Políticos. Cada región o provincia postulaba ambos preceptos, porque en cada lugar existían referentes de ambos. Las oligarquías locales pugnaban por el unitarismo, sabiendo que la defensa del liberalismo a ultranza era perfectamente asimilable a sus intereses económicos. Las mayorías populares del interior del país, en cambio, militaban detrás del caudillo y sobrevivían a través de las actividades artesanales de específico cuño cultural, bregando por su defensa y sostenimiento y descansando en la protección del líder.
La falsa dicotomía Buenos Aires-interior del país, podía definirse sí y sólo sí tomamos a la provincia del Plata como el centro de las decisiones políticas del Partido Unitario.
Un Partido Unitario que después del estrepitoso fracaso de 1826 con la experiencia rivadaviana, había perdido posiciones y padecía desde Buenos Aires a la figura del Restaurador Rosas como el maldito epílogo de aquel fallido resultado liberal que nos llevara a la guerra contra el imperio brasileño.
Al fin, el día 3 de febrero de 1852, las fuerzas de la reacción contra el denominado “Tirano” se hicieron fuertes al conjuro de la ayuda brasileña, británica y francesa y con el ímpetu de Urquiza, gobernador Federal de Entre Ríos, nombrado por el propio Rosas general en jefe del Ejército Grande, triunfarían en la Batalla de Caseros y con ella se lograría la caída del Restaurador, quien había gobernado Buenos Aires con la Suma del Poder Público desde 1829.
Lo que sucederá a partir de 1853, a partir de la convocatoria a la Constitución Nacional, no será otra cosa que el logro del reconocimiento legal del poder de las elites por sobre los intereses del conjunto de las mayorías populares representadas por los denominados caudillos del interior.
La implantación constitucional llegaría para legitimar el liderazgo que podríamos denominar de “clase”.  A partir de entonces, el sector social descendiente directo de las familias españolas más puras, autoconvocados ante lo que consideraban una indefinición política nacional frente a un territorio desmembrado y autodenominados como una legítima aristocracia de sangre herederos del más precioso bagaje cultural europeo en América, implantarían “una nación en el desierto argentino”. Tal es el nombre del libro del historiador argentino don Tulio Halperin Donghi.
Los “patricios”, tenían con qué hacerlo y además sabían por qué había que hacerlo.
Las vastas extensiones de tierra virgen en manos aborígenes, que eran considerados  seres execrables, eran pretendidas por la elite como fuente de poder y de acumulación originaria de riqueza. Para ello era imperioso tomar posesión definitiva garantizando en el tiempo la imposibilidad del reclamo de los originarios.
Fue así que después de los gobiernos de Urquiza y Derqui, la provincia de Buenos Aires recuperará el mando de lo que ya denominaban como el país de los argentinos. El general Mitre ocupó el cargo presidencial desde 1862, iniciando la etapa de las “presidencias históricas”, seguido por Sarmiento 1868, Avellaneda en 1874 y Roca desde 1880 a 1886.
Población argentina
Fin del siglo XVIII (estimación) 300.000-380.000
1869 1.877.490 hab.
1895 3.954.911 hab.
1914 7.885.227 hab.
1939 14.484.657 hab.
1947 16.108.573
1960 20.959.100
1970 23.375.000 hab.
1980 27.720.000 hab.
1990 (proyección) 32.356.000 hab.


Con el objetivo cierto y unívoco de la incorporación de territorio al patrimonio de la elite, el general Roca emprendió la “Campaña al Desierto”, con ella,  más de quince mil leguas pasaron al Estado Argentino deparando la muerte o esclavitud de miles de aborígenes de culturas diversas.
El Estado Nacional dispensará en “suertes de tierra”, a la manera de los encomenderos de indias, las extensiones conquistadas, para beneficio de las familias patricias.
La Argentina expandió su frontera, que al servicio del mercado externo se transformó en agrícola, otorgando ese perfil, agrícola ganadero exportador a su economía.
Un país a imagen y semejanza del sector “más sano” de la población.


Comparemos por un instante la situación por la que atravesaban en esos momentos los EE.UU de América, que lejos de ser una economía complementaria con la Argentina, se manifestó por sus beneficios naturales similares a nuestro país como ciertamente competidor. En ese momento, EE.UU, también expandía su frontera agrícola expulsando al indio hacia lo recóndito, pero a la vez, propiciaba la consolidación del crecimiento industrial, definiéndose como economía diversificada. Nuestro país, se especializó en lo que desde hace tiempo denominan Comodities, materializando su crecimiento “hacia afuera”, para el mercado exterior.
La proliferación de millones de inmigrantes, contribuyó premeditadamente a la obtención de mano de obra especializada en el campo de fuertes características dóciles y esperanzadas en la utopía del mejoramiento de sus condiciones de vida, tan difíciles en Europa.

El primer censo de 1869 la población argentina no alcanzaba a 2 millones de habitantes. Por otra parte, ya para 1920, un poco más de la mitad de quienes poblaban la ciudad más grande, Buenos Aires, eran nacidos en el exterior. De acuerdo a la estimación efectuada por Zulma Recchini de Lattes, la población argentina, que de acuerdo al censo de 1960 era de aproximadamente 20 millones de habitantes, si no hubiese existido el aporte de la corriente inmigratoria proveniente de Europa, y en menor medida, la proveniente de Medio Oriente, sólo hubiera tenido para ese entonces poco menos de 8 millones de pobladores

Además, la instauración de una política educativa liberal y laica, a través de la Ley de Educación Común N° 1420, efectuada en el gobierno de Roca, contribuyó, tal vez sin propiciarlo, al ascenso social de esas capas pobres de la población inmigrante, por vía directa de sus hijos que al finalizar el Siglo y en el primer tercio del XX, conformarían los grupos sociales que podríamos denominar “intelectuales pobres”, que al poco tiempo reclamarían otro estatuto social que los integre a las decisiones políticas más importantes.

2.- La Patria “plebeya”
"los mexicanos descienden de los aztecas, los peruanos de los incas,
 y los argentinos....de los barcos"...
Octavio Paz


La intencionalidad de “poblar” el “desierto”, su maravillosa eficacia se hizo elocuente y suscitó la controversial hipótesis de imaginar un país sin basamento cultural propio, abigarrado de costumbres, creencias, valores disímiles que tornasen difícil ponderar con criterio lógico, las características identificadoras de la Nación que crecía.
Aquel temor que latía entre las capas dirigentes comenzó a fluir sin pausa a principios del Siglo XX con la llegada de ideologías políticas de elevado sesgo crítico social y con un reclamo tenaz por la defensa de la igualdad de oportunidades.
Mientras el Anarquismo y el Socialismo Utópico comenzaron a manifestarse entre los sectores del trabajo fabril y en menor grado en la campaña, los estertores en defensa de la participación dentro del status quo imperantes, se comenzaron a escuchar dentro de los claustros universitarios. El estudiantado hijo de la inmigración comprendió que estaba desheredado de la posibilidad que tenían sus propios compañeros de estudio universitario, descendientes de la elite poseedora.
El movimiento juvenil no se hizo esperar. Nació la Unión Cívica de la Juventud. Dio a la luz con un importante Mitin en el centro de la ciudad portuaria del Plata en 1890, conocido como la “Revolución del Parque”.

En esos días Alem obtuvo para la revolución el apoyo del general de brigada Domingo Viejobueno, jefe del Parque de Artillería ubicado en la Plaza Lavalle, a poco menos de mil metros de la Casa Rosada.
En junio de 1890 el gobierno entró en cesación de pagos de la deuda externa que mantenía con la casa Baring Brothers, hecho que causó un gran descontento entre los inversores extranjeros
Ese mismo mes la Junta Revolucionaria quedó integrada por Leandro Alem, Aristóbulo del Valle, Mariano Demaría, Juan José Romero, Manuel A. Ocampo, Miguel Goyena, Lucio V. López, José María Cantilo, Hipólito Yrigoyen, los generales Manuel J. Campos y Domingo Viejobueno, los coroneles Julio Figueroa y Martín Irigoyen, y el comandante Joaquín Montaña.

 










   
El levantamiento que provocó la renuncia del Presidente de la Nación Miguel Juárez Celman y su reemplazo por el Vice: Carlos Pellegrini, se sostuvo en el tiempo a pesar del suicidio de su líder, que sería reemplazado por su sobrino Hipólito Yrigoyen.
El nuevo liderazgo impondría el concepto de “Régimen” a los sucesivos gobiernos de la elite, y reclamaría por el Voto Universal, Secreto y Obligatorio, para consolidar el triunfo de la “Causa” del pueblo.
La aristocracia del poder económico, comenzaba a luchar contra una utopía: el reconocimiento de la Patria de la Plebe.
Al fin, 1912 fue el año en que el Presidente Roque Sáenz Peña, consagró la Ley que lleva su nombre y el comienzo de una nueva etapa política, que triunfa en 1916 con el ascenso de Yrigoyen a la Primera Magistratura.
La Unión Cívica Radical gobernaría hasta 1830. Primero don Hipólito Yrigoyen, posteriormente Marcelo T. de Alvear, (1922-1928) y la segunda presidencia de Yrigoyen hasta el golpe de Estado de Uriburu (1930).
Nació así la Argentina plebeya y la lucha de la elite por cooptar voluntades de los recién llegados. Una batalla que no pudieron ganar a pesar de haber logrado partir al radicalismo en el Congreso Nacional, durante el interregno de Alvear.

La desesperación de la elite por recuperar espacios de poder, alcanzó su justificativo cuando a casi dos años del segundo mandato de Yrigoyen se produjo la crisis de la Bolsa de Comercio de Nuevo York.
La gran depresión económica precipitó la caída de la producción mundial y la catástrofe norteamericana se expandió sobre todo en el derrotero de los países periféricos.
La Argentina se deprimió al compás de la inestabilidad laboral y productiva, basada ampliamente en sus recursos agrícolas y ganaderos.
El porcentaje de trabajadores de la industria manufacturera no era significativo aún en nuestro territorio y por ende, escasa sus posibilidades de reaccionar a favor del gobierno democrático. Sin embargo, las bases de una incipiente industrialización, amparada en la política radical durante aquel lapso de tres gobiernos, fue poco a poco dando el marco efectivo de crecimiento que la dictadura no pudo frenar, a pesar de los intentos de control político orquestado con Uriburu y después de este en el gobierno del general Justo, en tiempos de la tristemente célebre “Década Infame”.

Fue precisamente en esta época, que se produjo un acuerdo entre el gobierno y los sectores conservadores, con el objeto de sostener la economía local, que se ahogaba sin el amparo de la necesarias exportaciones de manufacturas que no llegaban a puerto y la problemática de la desocupación en amplios sectores, que parecía sin solución de continuidad. Es así que el mismo gobierno conservador propugna por la política de “Sustitución de Importaciones”, de la mano de su mentor, ministro de economía de Agustín P. Justo, el Dr. Federico Pinedo.


“La vida económica del país gira alrededor de una gran rueda maestra que es el comercio exterior. Nosotros no estamos en condiciones de reemplazar esa rueda maestra, pero estamos en condiciones de crear, al lado de ese mecanismo, algunas ruedas menores que permitan cierta circulación de la riqueza, cierta actividad económica, la suma de la cual mantenga el nivel de vida del pueblo a cierta altura”.

Dr. Federico Pinedo.
 Ministro de Economía de la “Década Infame”

A partir de esta circunstancia habría que ponderar dos situaciones que posteriormente, tendrán gran relevancia para los acontecimientos políticos. 1°.- La instalación sin pausa de importantes núcleos fabriles en la ciudad de Buenos Aires y en el Conurbano Bonaerense, destinados a producir manufacturas otrora importadas. 2°.- El fenomenal aluvión de argentinos de provincias diversas, que sin actividad en su tierra producto de la baja estrepitosa de la demanda de exportación agrícola, se instalaron en la ciudad Capital y en sus alrededores, con el objeto de obtener trabajo y restablecer su escasa calidad de vida. Podemos asignarle a este evento el surgimiento de los primeros asentamientos precarios masivos, surgiendo al calor de las necesidades laborales y sociales.

3.- La Patria “populista”
A la luz de los acontecimientos que se precipitaron en todo el mundo con posterioridad a la segunda Guerra, y analizando las vicisitudes por las que atravesó nuestro país en ese contexto, jamás podríamos atribuirle al entonces coronel Perón, las cualidades perniciosas propaladas contra él, o asignarle dotes de gran demiurgo transformador de una sociedad en otra de símbolos claramente opuestos.
Es cierto que Perón fue sin dudas, un gran observador de la realidad y un brillante ejecutor de las políticas orientadas a satisfacer las demandas de un amplio sector postergado durante largo tiempo. Pero también es verdad, que la vigencia del denominado “estado de bienestar” ya estaba en marcha en el mundo, como reflejo de largos años de una agonía que atravesaba la cotidianidad de millones de seres.

Su desempeño en el GOU lo manifiesta. La clara visión de que el Estado debía responder con rapidez y con creces a aquellas demandas, lo consagra en una actividad intensa y sin descanso. Una estrategia de acumulación de poder que lo transformaría en menos de dos años, en el argentino más conocido en el mundo.
Podemos decir que con Perón nació en nuestro país, el tiempo del Pueblo. El ascenso de los “invisibles”, del sector social que nadie tenía en cuenta.
Quizá la argucia mayor, la más inteligente, fuera la capacidad de ponderar a ese sector como la fuerza capaz de imprimir tensión del otro lado de la cuerda. “A la fuerza brutal de la antipatria, opondremos la fuerza popular Organizado” diría Perón.
El corazón de la actividad de gobierno fue su Doctrina, amparada en la política de acción social y cimentada definitivamente por la labor de su mujer, quien acompañó con su esfuerzo la consolidación de aquel lazo de unidad entre el Movimiento Obrero y el Presidente. Surge el culto a la personalidad como un condimento indispensable para sellar ese acuerdo social.
Fue Perón,  capaz de advertir que también en política, el hilo se corta por lo más delgado y que la garantía del Voto no significa suficiente solidez como para desempeñarse con total libertad en la Primera Magistratura, si el poder económico no permanece controlado.
La Ley, la Constitución Nacional, amparan y resguardan a la Instituciones de la Nación, pero sí y solo si esas Instituciones están defendidas y amparadas por el ímpetu de la movilización popular.
Estamos hablando de que una democracia electiva se torna efectiva entendida como democracia participativa. Pero la participación no termina en el “cuarto oscuro”, allí comienza, y deberá defenderse en la calle al calor de miles y a través de la movilización.

En el inconsciente colectivo del peronismo se patentiza la frase: “La génesis estructural de aquellos cambios que refundaron el país fue obra original de nuestra gente”. Porque sucedió que de la conciencia de aquellos trabajadores “nuevos” como manifiestan los historiadores Murmis y Portantiero, surgió la advertencia de que había llegado la “hora del pueblo” y que sólo emergiendo de sus penurias y postergaciones y alzados unidos y sin violencias podrían reclamar su lugar en la historia.
Podemos decir que de alguna manera, el Peronismo fue entonces, el catalizador de tanta ebullición, y su líder, el artífice principal para que aquel conglomerado humano hallase el cauce preciso e imprescindible para encaminar los objetivos.

Así, el día 24 de febrero de 1946, “las elecciones más limpias de la historia argentina”, al decir de la oposición, la Unión Democrática, se constituyó en el paso trascendente y eficaz que procuró e hizo efectiva la inclusión social de millones de olvidados y el pueblo, entonces, que evidentemente no olvida, hizo carne de su carne al Peronismo y fue capaz de dar su vida para defenderlo.

El eje paradigmático de aquel gobierno está definitivamente cimentado en el rol que le cupo al Estado.
Dos pilares de protección política construyó el gobierno de entonces, por un lado, el robustecimiento del Estado como factor decisivo de decisiones económicas, por el otro, la consolidación del poder real en manos del Movimiento Obrero. Con ambos instrumentos, el Peronismo intentaría sostener en el tiempo un Modelo de crecimiento económico y social que incorporase a la Clase Media y que se sostuviese independiente de las intencionalidades de reedición neoliberal del sector de la elite. El golpe de Estado de 1955, demostraría que las pretensiones de protagonismo de la oligarquía estaban intactas.

domingo, 26 de agosto de 2012




 



UN HOMBRE UN VOTO

 

 

Escrito por Alberto Carbone, profesor de Historia
Miércoles 22 de Febrero de 2012
En este mes de febrero de 2012, los argentinos deberíamos recordar que hace nada más ni nada menos que cien años, el Congreso Nacional aprobaba la Ley del voto secreto, universal y obligatorio para los varones, abriendo así una nueva etapa política que podríamos denominar como la “caja de Pandora” dentro del cuerpo social, al habilitar a amplios sectores de la comunidad al ejercicio cívico. Para los sectores de la elite, acostumbrados durante setenta años a la toma de decisiones unívocas significó en el corto plazo el surgimiento del “huevo de la serpiente”, porque a través de la Ley Sáenz Peña, se homologaba definitivamente la libertad a la participación de mayorías.

La presión que estaba impulsando el Radicalismo tiempo antes de asumir en 1910, Roque Sáenz Peña, quien pertenecía al mismo núcleo político que sus antecesores, fue concluyente. El Presidente se entrevistó con Yrigoyen y accedió modificar el sistema electoral si el líder radical se comprometía a abandonar el abstencionismo.

Aquel 10 de febrero de 1912, los diputados de la elite acataron los requerimientos de sus líderes y en sesiones extraordinarias aprobaron la cláusula constitucional que poco después el presidente Roque Sáenz Peña promulgaría.

Se trató de un auténtico cambio cualitativo. La participación política se incrementó del 2% en 1880 a más del 62% del padrón en 1916. Los hijos de los inmigrantes europeos, que habían llegado al país con sus padres desde la época del gobierno de Avellaneda, sumados a la innumerable cantidad de jóvenes que habían nacido en el país en esos últimos veinte años de historia, también votaron.

Sorpresivamente y como si se tratara de contradecir ese pensamiento impune no exento de veleidades que sostenía la elite, la gente de a pie, el pueblo, votó a Yrigoyen.
 
 


Lo más infame de la década


A partir de aquella fecha, la ley 8871 que consagró el sufragio universal, obligatorio y secreto para todos los argentinos varones mayores de 18 años y el sistema de lista incompleta, tiñó nuestra historia política. El Radicalismo, único Movimiento Cívico nacional y popular hasta entonces, colmó las urnas. El triunfo se plasmó en las elecciones sucesivas. En 1916, primer mandato de Yrigoyen, en 1922, asumió Marcelo T de Alvear, en 1928, segundo gobierno de Yrigoyen y tercero consecutivo de la UCR. Casi 14 años, el período democrático más extenso del siglo XX, con excepción del que se inició en 1983 y continúa en estos días.

La crisis económica de Nueva York, ampliada a escala mundial, fue el pretexto valioso para que la elite recuperara el gobierno arrebatado para siempre por decisión popular. En 1930 Yrigoyen fue derrocado por el general José Uriburu, el primer golpe militar de la historia argentina del Siglo XX. El Radicalismo fue proscripto en 1932. El “Fraude Patriótico” abrió camino al general Agustín P. Justo y en 1937, la “Concordancia” entre Justo y Alvear, arreglo político denunciado por los radicales yrigoyenistas como “Contubernio”, facilitó la alianza radical-conservadora, que consagró a la fórmula Roberto Ortiz-Ramón Castillo.
 


Los coroneles del pueblo

En 1943 se produjo un nuevo golpe militar. Los coroneles del pueblo, según se decía, quebraban la “cadena de mandos” del ejército, negaban la autoridad de los generales, cómplices de la oligarquía, y se hacían del gobierno para tomar el Poder.

El impulso propiciado por el entonces coronel Perón a la actividad de su responsabilidad en el gobierno de facto, relacionada específicamente con el redireccionamiento de las partidas presupuestarias hacia la acción social, derivó en un crecimiento meteórico de la figura del militar y político en el contexto nacional y en el internacional. A partir del 24 de noviembre de 1943 hasta los primeros días de octubre de 1945, Perón ocupaba los cargos de Secretario de Trabajo y Previsión, Ministro de Guerra y Vicepresidente de la Nación.
 


El clamor popular

La presión de la oligarquía sobre el ejército no se hizo esperar. El Presidente Farrell se vio obligado a destituir a Perón de todos sus cargos y casi inmediatamente, fue alojado en la Isla Martín García, para alejarlo de los acontecimientos que pudieran producirse. Sin embargo, la gente no se manifestó aquel 8 de octubre, a pesar de que los periódicos consignaban que el coronel sería derivado a la Isla. Fue recién cuando se enteraron de que la Secretaría de Trabajo y Previsión se desarticulaba y con ella todos los Decretos sindicales y sociales, que los trabajadores recordaron la importancia capital del coronel. Casi inmediatamente se produjo el “17 de Octubre”.

Esa fecha es la madre del “24 de febrero”. Ante la presión popular, los generales se vieron obligados a convocar a elecciones. Fue así que el 24 de febrero de 1946 triunfó Juan Domingo Perón por un margen amplísimo, "en las elecciones más limpias de la historia", como las calificó ese mismo mediodía el candidato de la Unión Democrática, José Tamborini, cuando creía que era el favorito. La posibilidad de participación popular en las decisiones políticas, trajo aparejado siempre la presión de la elite, que no se resigna a perder su liderazgo.

Por ello, la defensa del sistema democrático aparece como garantía de las decisiones populares. Saber que es el voto secreto y universal, el que nos obliga responsablemente a ejercer nuestro deseo, a imponer a través de ese instrumento legal, las expectativas sociales más rofundas y los cambios políticos indispensables