lunes, 9 de mayo de 2016

 Una aproximación a la Historia del Movimiento Obrero Argentino
PRIMERA PARTE

Lejanos Orígenes

Antes de la Revolución de Mayo 1810, este inmenso territorio era un ámbito colonial más parecido a una factoría que a un lugar de residentes estables. Los españoles usufructuaban los recursos disponibles en las vastas llanuras y exportaban la producción agrícola a su país de origen sin preocuparse por consolidar la interminable superficie como un lugar digno de morada.
Casi al final del siglo XVIII la pretensión expansiva hacia el Río de la Plata del Imperio Brasileño fue un llamado de atención para España, que para protegerlo creó el Virreinato del Río de la Plata.
La figura del Virrey imponía el respeto de la autoridad superior en la Ciudad de Santa María de los Buenos Aires y a su alrededor, comenzaron a construirse residencias estables. Los españoles comenzaban a asentarse.
Con el paso del tiempo, el aumento poblacional generó por su propio peso al mercado interno y a los productores agrícolas se le sumaron los primeros artesanos.



Juan Manuel de Rosas y su hermano Prudencio

Orfebres, plateros, herreros, se sumaron a la industria más primigenia compuesta por los trabajadores del cuero, sebo y tasajo, que se desempeñaban en el saladero.


Herreros del virreinato

A la producción de la vid le siguió el “soplador de botellas”, una artesanía de difícil realización, una rara habilidad desarrollada por muy pocos.
Después de 1810, siguieron las pesadas carretas arrastradas por bueyes, surcando casi todo el territorio actual de nuestro país, para llevar el producto de un lugar a otro. Serán las diligencias y las galeras quienes transportarán  a los seres humanos en fatigosas e interminables travesías, más parecidas a un castigo irremediable que al placer o a la necesidad por viajar.

Pequeña carroza de gala S XVIII

Eran otros tiempos y también era otro el apuro que había en sus habitantes, de vida más tranquila y de preocupaciones más cotidianas.
Sin embargo, el crecimiento del puerto de Buenos Aires, fue incrementando paulatinamente su participación en el mercado mundial a través de la exportación de la producción del saladero y consecuentemente fueron surgiendo modestos talleres ligados a esa expansión, que ocupaban un reducido número de personas que podríamos identificar como los primeros trabajadores urbanos.
Para la época en que se redactó nuestra Constitución Nacional, 1853, el territorio poseía un millón de habitantes y solo el 10% vivía en Buenos Aires.
La Argentina era un inmenso solar vacío de hombres y mujeres, habitados por millones de cabezas de ganado cimarrón, sobre una pampa abierta, vacía y sin dueño.
Los núcleos de residentes se aglomeraban en las ciudades y la explotación agrícola se efectuaba sobre el campo lindante a la zona urbana. El resto del país era un desierto al que solo el indio se atrevía.
Los troperos



Cada Ciudad importante era el corazón de la Provincia a la que pertenecía, comandada por un caudillo o jefe de hombres con autonomía suficiente y ejército propio como para defender sus intereses o disputar con otro el territorio en caso de expansión.
El hombre común mientras tanto, vivía sujeto a la tierra en la zona rural o dependía de las pocas monedas para vivir, que recibía empleado a destajo por algún artesano urbano.

Gaucho anónimo finales de S XVIII

Pero ¿Quién era el hombre común de mediados del siglo XVIII?.
¿Quién era el trabajador del que estamos hablando?.
Si estamos narrando la época de dominación española, su posterior colonización y el segundo tercio del siglo XVIII, diremos entonces que fue el hombre europeo quien se asentó para mandar y decidir, que si bien en un primer momento llegó a trabajar solo fue para afirmarse económicamente, pero que posteriormente se desligó del oficio para transformarse en jefe.
El verdadero trabajador del siglo XVIII, quien padeció toda la carga de responsabilidad de la tarea y vivió como pudo arreglándose con poco, tampoco fue indio. Porque el aborigen jamás aceptó al español, más bien lo consideró como un usurpador y le dio batalla dispuesto a morir por su tierra robada, dispuesto a matar por recuperarla. Por eso el aborigen se retiró al desierto, lejos de la civilización y de las balas enemigas. Consciente de una muerte segura si se exponía en una confrontación abierta, adoptó la estrategia del malón, que no es otra cosa que la guerra foquista, atacando un objetivo y huyendo inmediatamente para salvaguardar su vida y regresando tantas veces como fuese necesario hasta desgastar al enemigo.

El retorno del Malón de Ángel Della Valle 1892, primer plano

No, evidentemente el indio no fue el trabajador de los orígenes.
Los primeros campesinos que araron la tierra de otro, los primeros artesanos que dieron sus manos para confeccionar vasijas en las alfarerías de ruedas primitivas, los que dieron sus manos en las arcaicas carpinterías para confeccionar para otro desde cunas a ataúdes, quienes construyeron galeras y diligencias para viajes que jamás realizaron, quienes dieron su vida de sol a sol bajo la tenue luz de un taller enmohecido, fueron los gauchos. Aquel hombre que habitó la pampa cuando pudo huir de la explotación semifeudal a la que parecía atado, aquel que nació de la mezcla de sangre española e india y que jamás fuera reconocido, aquel que también sufrió la persecución en carne propia cuando se negó a seguir explotado, y que como el aborigen también huyó a la pampa, para escapar de esa civilización que solo lo habilitaba como esclavo.
El mestizo, conocido entre nosotros como gaucho, que fuera el primer trabajador de nuestra tierra americana, el primer explotado y considerado casi un paria, es el mismo hombre multitudinario que conforma ese concepto general que definimos como pueblo. Hoy como ayer, desposeído, transita los arrabales de la historia sin pretensión de venganza, pero esperando una respuesta social más parecida a la justicia.
Durante la última década del siglo pasado, la fisonomía industrial de nuestro país fue cambiando su aspecto.
La producción agrícola-ganadera, ingresaba directamente al mercado de consumo mundial, a partir del gran impulso exportador de la política impuesta por los gobiernos de la  “Generación del ‘80”.
Pero a la vez, crecían a pasos agigantados las actividades industriales urbanas.
Los talleres y las pequeñas fábricas nacían una tras otra en medio de la gran urbe y el inmenso número de inmigrantes europeos que llegaban a Buenos Aires, dejaban de trasladarse al área rural para ofrecer su mano de obra y optaban por radicarse definitivamente cerca del puerto de la Ciudad que los recibía.
Sin embargo, el año de 1890 se constituyó en una fecha clave. La infinidad de obreros urbanos que conformaban el grueso del tejido social de la Ciudad, apenas se manifestaba.


Los extranjeros más humildes, que se afincaban en su nueva tierra, desprovistos de capacitación y colmados de esperanza por hallar un futuro menos incierto para ellos y su familia, deambulaban por las calles en absoluto silencio, tratando de familiarizarse con las costumbres y el idioma, que en la mayoría de los casos, les resultaban tan distintos a los propios.
Por ello, tal vez, en ese período emergieron a la realidad social como una auténtica sorpresa para el resto de la comunidad.
El argentino medio los advirtió con asombro. Una visión extraña desprendida del seno de los arrabales. Una verdadera sorpresa, que el desconocimiento social transformó en alarma.
La gente había recibido por los diarios la información de una nefasta noticia. En la Ciudad de Chicago, EE.UU de América, la represión de Estado derrumbaba a la lucha reivindicativa obrera. Los trabajadores habían resistido con su pecho, las balas de los fusiles de la policía y se habían transformado en mártires para la opinión pública mundial.
La Argentina parecía exenta de esos episodios y miraba con congoja lo sucedido a tantos kilómetros de distancia.
Pero para sorpresa de la abúlica población porteña, los incidentes del 1º de mayo de la Ciudad de Chicago, repercutieron en la Ciudad de Buenos Aires.
Los hombres y mujeres de trabajo instalados en la Ciudad Rioplatense, abandonaron el silencio y la cabeza gacha, tomando la iniciativa y despojándose del anonimato.
El 1º de mayo de 1890 se caracterizó por una jornada de explosión popular, en una Metrópoli acostumbrada al silencio de las muchedumbres.
En un acto multitudinario emergieron por primera vez de las sombras autoimpuestas, los obreros de diversas actividades.



Manifestacion del 1° de Mayo

Ellos expusieron ante la sociedad que los miraba con ojos perplejos, sus infinitos temores, sus desgraciadas condiciones de trabajo, su tediosa tarea colmada de situaciones injustas de perfil cotidiano.
La Ciudad toda se conmovió ante el hecho. Los trabajadores se exponían por primera vez en conjunto ante las extrañadas miradas de los transeúntes.
El siglo XX, alumbró con nuevos ojos la realidad cotidiana. Amplias barriadas de la Capital Federal y varias zonas del Conurbano bonaerense se caracterizaron por su actividad fabril.
Alrededor de grandes y pequeñas empresas, se distribuían las casas donde moraban los trabajadores y en pleno centro de la Ciudad, desde el Barrio de San Telmo hasta La Boca, los edificios de inquilinatos llenaban de colorido la realidad suburbana.


Homenaje al Inmigrante escultor Francés Bruno Catalano

Un inmenso ejército de paz, conformado por trabajadores jornaleros, se distribuía por las calles de Buenos Aires.
Cuando en la segunda década del Siglo XX, las inversiones extranjeras comenzaron a instalarse en el territorio argentino en el suburbio de diversas ciudades del interior del país, se iniciaron también las migraciones internas de los trabajadores.
El corazón del polo productivo nacional se desarrolló, sin embargo en la ciudad de Buenos Aires y posteriormente en sus alrededores, de allí la explicación de su impresionante crecimiento demográfico y de su brillante impulso.

Consumo de carne per Cápita

Fue Buenos Aires también el epicentro generador del crecimiento de la organización sindical.
Desde allí, los representantes obreros instruían consignas y diagramaban las actividades a seguir.
El esfuerzo de la organización fue incalculable. No existían leyes protectoras de la actividad sindical y cada intento de lucha reivindicativa, chocaba contra la presión gubernamental, de carácter oligárquico.
La crisis económica internacional, que se desató en 1929, castigó severamente a los trabajadores, quienes sin más recursos que su fuerza de trabajo, quedaban en la calle cada vez que una persiana fabril se desmoronaba.
En la Argentina, a la luz de las características dependientes de su economía, la crisis se convirtió en una dura prueba de supervivencia que provocó, para muchos trabajadores, su caída en la marginalidad social.
Con la aparición de la crisis, se desmoronaba el gobierno democrático de Hipólito Yrigoyen.
 Hipolito Yrigoyen

El Golpe de Estado comandado por el general Uriburu instaló la represión como actitud política definitiva y los trabajadores se convirtieron en el objetivo de aquella actitud belicosa contra el pueblo.
Sin embargo, en el gobierno instaurado en 1932, a cargo del general Agustín P. Justo, la economía argentina comenzó a aquietar sus aguas.
Desde el centro de poder económico de los EE.UU de América, se dio carta libre a las empresas nacionales para que produzcan e incrementen el mercado de consumo interno.
Fue así que por medio del Ministro de Economía del gobierno “de facto”, se instruyó a los capitales radicados en el país, para que iniciaran el denominado “proceso de sustitución de importaciones”.
Las pequeñas industrias fueron reabiertas y comenzó a crecer la demanda de mano de obra. Los obreros volvían a ocupar su tiempo laboral, pero sin pretensiones reivindicatorias, sin ningún tipo de seguridad en el empleo. Como auténticos “parias” que trabajaban “de favor”.
La fuerza numérica de los trabajadores iba en aumento y ante la demanda de justicia social no atendida, fueron organizándose sigilosamente detrás de líderes ocasionales de ideologías diversas.
El socialismo comienza su mejor etapa de expansión en esa época, en virtud del triunfo que había alcanzado en la Rusia zarista, a mediados de 1917.
Pero la mayoría de los trabajadores argentinos no comulgaban con esa ideología, más aún, en el mayor de los casos se consideraban apolíticos.
Esta circunstancia obraba en contra de la organización sindical, cuando en cada acto se blandía la bandera roja y se entonaban las estrofas de la “Internacional” y muchos trabajadores no acompañaban con su canto.

Parecía como si a cambio del reconocimiento por justicia social, los obreros tuviesen que defender consignas lejanas a su propia sensibilidad.
El trabajador argentino quería una representación estrictamente nacional, con objetivos claros definidos en su idioma, con una ideología que transmitiese el auténtico sentido del concepto “Patria”.
La “Década Infame”, como denominara Ernesto Jauretche a la etapa de gobierno cívico-militar entre los años 1932 y 1942, no clarificó a la organización obrera y esa situación agudizó las contradicciones entre los trabajadores. Las empresas multinacionales se radicaban en nuestro país con una tranquilidad pasmosa. Estaban seguros de que el sindicalismo argentino estaba lejos de presentar una oposición seria.
 Esta contradicción debía estallar en algún momento y no tardó mucho tiempo en hacerlo.    


 Arturo Jauretche (1901 – 1974


 Una aproximación a la Historia del Movimiento Obrero Argentino

SEGUNDA PARTE

Sin pan y sin trabajo



Sin pan y sin trabajo Ernesto de la Cárcova 1893

La crisis económica que estalló sobre todo el mundo capitalista en el año 1929, repercutió fuertemente, con ribetes de alto dramatismo en las frágiles economías periféricas.
Nuestro país, que sufría el lastimoso padecimiento de la falta de democracia, sucumbía ante las pretensiones de una elite oligárquica-militar, que había generado el Golpe de Estado dirigido por el general Uriburu, contra el gobierno representativo de Hipólito Yrigoyen y que se extendería a partir del año 1932, en la figura del “general-ingeniero” Agustín P. Justo.
Las puertas a la participación política popular estaban vedadas, pero la oferta de trabajo tampoco se expandía.

Los trabajadores, faltos de derecho a la libertad de elegir y de ser elegidos, desprovistos de pan y sin trabajo, solo recibían la voz de las armas como respuesta a sus reclamos.
La represión armada sembraba el terror y cimentaba el miedo a ver destruidas las familias.
La calle se nutría de parados de diversos sectores sociales, que acompañaban el cierre de cada empresa.
Las compañías internacionales retiraban una a una su inversión en el país y volvían a sus lugares de origen, llevándose el capital que habían ingresado a nuestro territorio en época democrática.
El cuerpo social, raquítico y desvalido, deambulaba por la realidad sin esperanzas de recomposición.
La dictadura del general Uriburu se fortalecía a través de la represión, de la cárcel para los trabajadores, de la tortura y de la imposición del silencio social.
Con el advenimiento del capitán Justo, rápidamente ascendido a general, como Presidente de Facto en 1932, el gobierno militar inició una nueva política económica, a fin de amortiguar la estrepitosa caída en la producción nacional y su consecuente repercusión social.
El nuevo ministro de economía, el Dr. Federico Pinedo, emprendió el desenvolvimiento del Modelo que tiempo después en el año 1939 bajo la administración nacional que sucedió a Justo sería denominado “Plan de Acción”, basado en la “sustitución de importaciones”, con el fin de abastecer el mercado interno de mercaderías que habían dejado de ingresar del exterior debido a la debacle internacional.


Federico Pinedo Ministro de Economía de la “Década Infame”

Pinedo fue muy claro en su discurso a la opinión pública. “...Produciremos mercancías nacionales hasta que la gran rueda maestra del capitalismo internacional, vuelva a girar, después todo volverá a su cause original....”. En definitiva, la oligarquía expresaba por boca del ministro de economía, que nuestro país seguiría siendo agroexportador y que la industria fabril urbana, sería sólo un accidente provocado por la contingencia internacional.
Fue el Estado, quien se hizo cargo de llevar adelante la política de sustitución de importaciones, a través de un gobierno oligárquico sin respaldo popular y motivado en el temor a que la falta de trabajo generase un estallido social sin precedentes en la república.


La nación ausente


Después del Golpe de Estado de 1929, el Presidente constitucional, don Hipólito Yrigoyen, fue vilipendiado, agraviado y calumniado. Sabía la oligarquía que al criticar su figura, sembraba el descrédito sobre las instituciones de la república y justificaba así su actitud golpista.
La propia casa particular del viejo caudillo radical fue allanada y sus pertenencias arrojadas a la calle.
Los obreros, que habían reconocido en él, serios intentos de debate y análisis para llegar a acuerdos dentro de la democracia, tenían también serias reticencias a su figura, no olvidaban que no había escatimado esfuerzos para reprimir cuando las sangrientas jornadas de 1918, tiñeron de dolor a los trabajadores de los talleres Vasena o cuando en 1932, la Patagonia se volvió trágica, después de la represión del ejército sobre los obreros de la lana, quienes pagaron con su vida el haberse animado a resistir, al exigir una serie de reclamos que hoy nos parecerían tremendamente obvios.
  

Patagonia Tragica. Detencion de obreros. 1932

Con el cuerpo social inmovilizado y sin organismos de cohesión que lo aglutine, la oligarquía disponía a su arbitrio sobre el futuro político de la Nación.
No debemos pasar por alto que la Organización Sindical estaba dividida en tres Centrales Obreras que a pesar de ello no alcanzaban a integrar a la totalidad de gremios del país, muchos de los cuales permanecían autónomos constituyendo de esa manera un cuarto grupo de Entidades Obreras, lo que era realmente lamentable.
Entre los organismos autónomos se hallaba la Federación Obrera Poligráfica Argentina, que tiempo después de la constitución de la C.O.A, (Confederación Obrera Argentina) decidió emprender un intento de unificación de todas las centrales Obreras del país. Para ello tomó contacto con el Consejo Directivo de la U.S.A, (Unión Sindical Argentina) y le propuso la fusión.


La F.O.R.A del V Congreso, (Federación Obrera de la República Argentina) rehusó esta iniciativa pero las otras dos Centrales Sindicales resolvieron la creación de un Comité Nacional Sindical, conformado por quince (15) miembros, uno por cada entidad pactante. De esta manera, los demás sindicatos autónomos fueron incorporándose sucesivamente al nuevo nucleamiento obrero, que se conocería en el futuro como C.G.T (Confederación General del Trabajo), a partir del año 1930, dirigido por una Junta Ejecutiva formada por los siguiente miembros: Luis Cerruti, Secretario General; Alejandro Silvetti, Prosecretario; Andrés Cabona, Tesorero; José Negri, Protesorero.
En 1931 se distribuyeron los diez puestos vacantes en el Comité Sindical, dejados por expresa disposición del artículo tercero de creación del Comité, entre los gremios autónomos: Unión Tranviarios; Federación de Oficiales; Asociación de Obreros del Estado; Asociación Telégrafo de la Provincia; Federación Telefónica: Unión Obrera Textil y Unión Linotipista, Mecánicos y Afines.
Pero pocos años después, en 1935, diversas disidencias dentro de su seno, de índole ideológica y relacionadas con la demora de la conducción en convocar un Congreso Constituyente motivaron una reestructuración. Los reclamos de diversos gremios y el rechazo a unas u otras autoridades, agudizaría la anarquía hasta provocar una nueva división y la creación de otra Central Obrera, con lo cual las entidades volvían a ser tres.

El Movimiento Obrero hasta junio de 1943


Con la reforma económica impuesta por el gobierno del general Agustín P. Justo, a partir de 1932, después de la repercusión internacional de la crisis de Wall St. de 1929, la Argentina comenzó un período productivo denominado como “Sustitución de Importaciones”.
Las industrias de elementos de consumo proliferaron y con ellas se inició un proceso de incremento de la mano de obra.
De todas las Provincias llegaron ciudadanos, adiestrados específicamente en las tareas agrícolas, dispuestos a reiniciar  su vida como obreros de la industria urbana.
Entre los años 1933 y 1940 el suburbio de la Capital Federal creció poblándose indiscriminadamente.

Las Villas de Emergencia y los barrios humildes proliferaron.

Para el año 1940, con la instrumentación del denominado “Plan de Acción” por el ministro de Economía Federico Pinedo, en el gobierno democrático de los doctores Roberto Ortiz y Ramón Castillo, el crecimiento suburbano se consolidó definitivamente.
A pesar del incremento operado en la mano de obra, las entidades obreras continuaban sin poder capitalizarlo en crecimiento, a raíz de su dispersión generada en diferencias internas ideológicas.
Una nueva etapa estaba pronta a iniciarse, destinada directamente a la atención de aquel proceso de desavenencias sindicales, brindándoles un proyecto de unidad en torno a una figura representativa de hondo perfil político.


Facsímil del periódico ferroviario

 

4 de junio de 1943

Para poner fin a la Década Infame y debido a la fuerte voluntad de la oligarquía de imponer la fórmula de Ramón Castillo y Robustiano Patrón Costas, este último, empresario azucarero salteño de neto corte conservador, de quien se decía que sus trabajadores vivían en un régimen de semi esclavitud, el grupo de coroneles denominado GOU (Grupo de Oficiales Unidos), irrumpió el 4 de junio con el propósito de cambiar el gobierno.



Sello GOU (1943 – 45)



Creación de la Secretaría de Trabajo y Previsión
27 de noviembre de 1943


Después del golpe de Estado propiciado por los coroneles en el año 1943, el país comenzó a cambiar paulatinamente de proyecto político.
Sin intentar personalizar desmesuradamente la historia de aquellos días, deberemos recordar que los coroneles impusieron en el Poder Ejecutivo Nacional a tres generales sucesivamente.
En un primer momento sería el general Rawson, quien permaneció en el cargo apenas veinticuatro horas, para sucederlo el general Pedro Pablo Ramírez, “Palito”, quien mantuvo la dirección del gobierno hasta 1944.
En ese entonces, fue reemplazado por el general Edelmiro José Farrell, un íntimo allegado a los coroneles y amigo personal de uno de ellos, Juan Domingo Perón.
Durante la primavera de 1943, Perón inició un periplo singular en la historia argentina que no tendría retorno
Antes de finalizar el año cubría tres cargos simultáneamente: Secretario de Trabajo y Previsión, con rango de ministerio; Ministro de Guerra y Vicepresidente de la Nación.  
Fue a través del primer cargo mencionado, que el coronel comenzaría su carrera meteórica hacia los primeros lugares en la política nacional.
Porque si bien como ministro de Guerra poseía directa intervención en los asuntos militares y como Vicepresidente se transformó en la sucesión directa del Primer Magistrado en caso de acefalía, con el cargo de Secretario de Trabajo y Previsión pudo apuntalar una política social destinada a compensar las indignidades e injusticias que vivía la clase obrera y a la vez cobrar prestigio inimaginable ante los millares de hombre y mujeres de labor.
Fue allí donde el coronel Perón tomó los primeros contactos con los dirigentes obreros y luego con todo el pueblo. Desde allí, surgió la Voz que despertó la Conciencia Social y Política de los argentinos y emanaron los primeros Decretos Leyes a través de los cuales se dignificó el trabajo y se humanizó el capital. El apellido Perón pasó a constituir en un lapso menor de dos años, un sinónimo de dignidad y garantía de derechos laborales.
Pero el coronel sabía lo que hacía. Poseía algo que ningún argentino hasta ese momento había calculado, se trataba de un Proyecto Político destinado a consolidar su imagen ante la opinión pública y sobre todo ante quienes conformaban hasta ese momento el inmenso conglomerado de marginados sin representación ninguna. Hablamos de los trabajadores.
Antes de noviembre de 1943, cuando una Organización Sindical realizaba algún reclamo, inmediatamente era declaraba asociación ilícita por la justicia argentina.
Cuando el coronel Perón ocupó la Secretaría de Trabajo y Previsión se legalizaron las organizaciones sindicales y se promovió a la formación de la Confederación General del Trabajo (CGT).
Por otro lado, el área de previsión social era poco menos que desconocida y las jubilaciones insignificantes, cubrían solamente a empleados públicos y a oficiales de las fuerzas armadas. Desde la Secretaría de Trabajo y Previsión se instituyeron las jubilaciones para todos los que trabajaban, incluso para los patrones; se crearon las pensiones a la vejez y a la invalidez, desterrando del país el triste espectáculo de la miseria en medio de la abundancia.

Otra historia comenzaba a escribirse en nuestro país.