jueves, 9 de agosto de 2018


José de San Martin. La humildad, la sencillez y el silencio de los Andes

Hombre cabal, inmaculado, capaz de haber pasado por la historia sin contradicciones, o por actos que podrían haber menoscabado su dilatado protagonismo.
 
 

 

A veces, un solo hombre sintetiza la Patria. La que anhelamos los que perseguimos un país democrático, integral, participativo. Un país engendrado en el corazón popular.

Sencillamente eso representó el Gral. San Martín.

Para sus contemporáneos fue sinónimo de conducta y de claridad de objetivos. Para nosotros es el Padre de la Patria.

Cuando hablamos de Patria y del Gral. San Martín, no podemos soslayar las implicancias de ambos conceptos. Porque la Patria no se entiende sin considerar la fabulosa mixtura cultural de sus congéneres, la mágica influencia de la diversidad, transformada en un único sentimiento nacional.

La simbiosis generada a través de la multiplicidad, le otorga a la Patria un resultado único y eficaz, deletreado por notas comunes que sintetizan el acervo, las costumbres, las creencias, el Ser Nacional.

Dicen que José de San Martín fue el resultado de aquella mixtura cultural. Investigaciones recientes, de cuando este Siglo comenzaba, realizada por pensadores argentinos que han estudiado el legado de los documentos históricos, aseguran haber encontrado en el General de los Andes una filiación aborigen.

Joaquina de Alvear hija de Carlos María, primer Director Supremo del Río de la Plata, asegura en su manuscrito fechado a finales del Siglo XIX, que Don José fue hijo de su abuelo Diego y consecuentemente medio hermano de su padre. En realidad, la familia Alvear sostuvo durante todo este tiempo esa versión de los acontecimientos, narrada por Joaquina y conocida durante los primeros años del Siglo XXI.

Joaquina cuenta y afirma que su abuelo don Diego de Alvear tuvo un hijo con la indígena guaraní Rosa Guarú, que posteriormente se desempeñaría como nodriza de niño. Diego, de apenas treinta años y Rosa de diecisiete. El español había violado la ley que prohibía a los militares tener relaciones con mujeres indígenas.

Posteriormente, el Intendente Gobernador, don Juan de San Martín y su esposa Gregoria, que habían recibido en su hogar correntino al español, retornaron a Cádiz llevándose al niño y prometiéndole a Rosa el mismo destino para ella.

En España, el joven José se empeñó y consiguió afirmarse en la carrera militar. Un muchacho de su misma edad, Carlos María de Alvear, compañero de estudios, le confió aquel secreto. San Martín, incrédulo, fue invitado a una reunión junto con don Diego. Los tres charlaron al respecto. San Martín, prefirió dejar velada esta novedad, por temor al futuro de su carrera de armas.

En mitad del año de 1812, no por casualidad, los “medio hermanos” retornaron juntos al Rio de la Plata. A partir de entonces se constituyeron en los únicos militares de carrera en el territorio. Con su llegada se precipitó el fin del Primer Triunvirato, viciado de intencionalidad ideológica pro Europea y se promovió la instalación del Segundo Triunvirato, que borró de un plumazo las intenciones pro monárquicas rivadavianas. Carlos María fue erigido como presidente de la Asamblea y San Martín destinado a la jefatura del Ejercito del Norte, en reemplazo de Manuel Belgrano.

La impronta de San Martín, precipitó la búsqueda de la Independencia Nacional. Desde la región de Cuyo, mientras trabajaba en elaborar un proyecto de expansión hacia Chile y Perú, el futuro “Padre de la Patria”, promovió la instalación de un Congreso que declarara nuestra Independencia. En Tucumán, lejos de Buenos Aires, para procurar que el resultado de las deliberaciones no fueran contaminadas por el pensamiento anti republicano porteño.

San Martin generó el avance desde los Andes, al evaluar que el Alto Perú estaba plagado de tropa goda e imposible de derrotar sin cuantiosas pérdidas de vidas y pertrechos.

Desde Chile pasó al Perú. Triunfador en ambos objetivos, quedó más de un año en Lima con el título de “protector” y evitó que los españoles volvieran a intentar someterlo.

Desde allí viajó a Guayaquil, se entrevistó durante cuatro días con el general Bolívar, establecieron el avance y consolidación de la expansión libertadora y decidió su partida a Europa y el cierre definitivo a su fragorosa campaña independentista.

Instalado en Francia recibió múltiples y diversas visitas de argentinos ilustres que contribuyeron a brindar el perfil y conducta del héroe.

Son destacables las impresiones que obtuvieron de su persona hombres de la talla de Juan Bautista Alberdi y Domingo Faustino Sarmiento.

Este último relató que durante una de sus visitas, mientras charlaban compartiendo unos mates, el sanjuanino observó que su nieta jugaba en el suelo con las medallas que Chile, Perú y Argentina lo habían homenajeado. Sarmiento miró la escena y atinó a advertir al general respecto de la inconveniencia de que una niña usara para sus juegos insignias tan importantes. San Martín también observó la situación en silencio y le contestó; “Poco valor pueden tener esas medallas, si ni siquiera sirven para entretener el devenir del juego de una inocente criatura”.

Ese hombre fue José de San Martín. Humilde y sencillo, hasta en las últimas horas de su vida.

Un hombre vilipendiado por el sector acomodado de la ciudad puerto, debido a su posible extracción humilde por parte de madre.

Posteriormente erigido a máximo ejemplo nacional, por los mismos que lo denostaban en vida.

Un hombre que concibió su razón de existencia sobre la base de la humildad y del fervor nacional.