A esos
los corro con los bomberos
El Hormiga Negra, así se llamó al
almirante Rojas, dio orden al Crucero 9 de Julio de abrir fuego sobre la
refinería de petróleo de Mar del Plata. El barco estaba apostado frente a la
costa.
Escuché decir a Perón
sobre la Marina: “A esos los
corro con los bomberos”.
Por Alberto Carbone
En
medio de la incertidumbre generalizada, motorizada, puesta en evidencia,
mantenida en el tiempo y hasta disfrutada por los sectores concentrados de
poder económico histórico de la Argentina, nuestra sociedad se ha visto
envuelta en otra circunstancia pero esta sí de ribetes inesperados. La
lamentable pérdida de vidas humanas provocada por el incendio y derrumbe del
Barrio de Barracas, con el luctuoso resultado de la desaparición física de
servidores públicos, algunos de ellos extremadamente jóvenes.
Reitero
que hablo de una situación inesperada, porque todavía no me resigno a pensar
que las empresas perjudicadas con el incendio no hayan aparecido, no hayan hecho
pública las lamentaciones de sus pérdidas y tan sueltos de cuerpo se resignen a
perder la información de años que habían resguardado en la entidad siniestrada,
porque es de suponer que evidentemente consideran la documentación de algún
valor estimado.
Todavía
se niega mi razonamiento a interpretar que el incendio hubiese sido generado
por necesidad de alguna entidad a hacer desaparecer papeles que posiblemente
compliquen alguna situación de la firma.
Seguramente,
más temprano que tarde, firmas tales como el Banco HSBC Argentina aclarará el
valor exacto de su papelería siniestrada y evidenciará su dolor por la
irreparable pérdida.
La
verdad que vivimos en un país muy singular. Un territorio nacional que en este
preciso momento navega (¿o sobrevive?) entre dos caracterizaciones
emblemáticas: los poseedores de un especial sistema de acumulación de Capital
heredado de la Revolución de 1810, que no sólo hace más ricos a los ricos, sino
que les permite liquidar sus acreencias en el mercado interno cuando les plazca
o cuando consideren que más les conviene, o después de especular con la
posibilidad de promover una variación del tipo de cambio y entre quienes viven
del esfuerzo propio, trabajando, en las fábricas, en las oficinas, en los
hospitales, en cientos de actividades donde ponen en valor su tiempo, su
desgaste personal, las horas del día, su vida.
Es
el caso de estos muertos heroicos del Barrio de Barracas, que con este gesto
único y definitivo, la entrega de sus vidas, le dan una lección a los
insensible e insensatos formadores de precio, petulantes irresponsables e
individualistas que sólo miden el valor de la vida a través del peso de su
bolsillo. Me refiero específicamente a los representantes de la Mesa de Enlace
y a sus ciervos coyunturales, tales como los líderes gremiales que especulan
con un cambio de gobierno para granjearse el favor de los aparecidos monigotes
que la prensa servil denomina nuevos líderes políticos.
Pero
no es que los viejos líderes, del gobierno y de la oposición, se salven de este
fracaso de imagen generalizada. Porque quien acepta un cargo de
representatividad colectiva y solamente mira su ombligo no es otra cosa que un
reverendo hijo de sus intereses personales.
Cientos
de Coronas tapizaron las paredes del Depto. de Policía la jornada del sepelio
de las víctimas del incendio. Esas flores coincidieron en un sentimiento de
dolor, pero también en un reclamo generalizado. Nuestra sociedad está ávida de
ejemplos de carne y hueso. Lo que mostraron estas víctimas de Barracas, fue la
esperanza social de que este ejemplo de entrega en favor del bien común se
multiplique y la lucha desesperada por la prevalencia de lo individual sobre lo
colectivo no sea la actitud más normal.
Ojalá
que nuestra sociedad sea capaz de correr, de erradicar definitivamente esa
actitud individualista y voraz que nos inunda y sofoca, a través de generalizar
la voluntad en defensa del bien común de la que han dado estos estimado
bomberos, con la entrega de sus propias vidas.