viernes, 7 de febrero de 2014

A esos los corro con los bomberos


El Hormiga Negra, así se llamó al almirante Rojas, dio orden al Crucero 9 de Julio de abrir fuego sobre la refinería de petróleo de Mar del Plata. El barco estaba apostado frente a la costa.
Escuché decir a Perón sobre la Marina: “A esos los corro con los bomberos”.





Por Alberto Carbone
En medio de la incertidumbre generalizada, motorizada, puesta en evidencia, mantenida en el tiempo y hasta disfrutada por los sectores concentrados de poder económico histórico de la Argentina, nuestra sociedad se ha visto envuelta en otra circunstancia pero esta sí de ribetes inesperados. La lamentable pérdida de vidas humanas provocada por el incendio y derrumbe del Barrio de Barracas, con el luctuoso resultado de la desaparición física de servidores públicos, algunos de ellos extremadamente jóvenes.
Reitero que hablo de una situación inesperada, porque todavía no me resigno a pensar que las empresas perjudicadas con el incendio no hayan aparecido, no hayan hecho pública las lamentaciones de sus pérdidas y tan sueltos de cuerpo se resignen a perder la información de años que habían resguardado en la entidad siniestrada, porque es de suponer que evidentemente consideran la documentación de algún valor estimado.
Todavía se niega mi razonamiento a interpretar que el incendio hubiese sido generado por necesidad de alguna entidad a hacer desaparecer papeles que posiblemente compliquen alguna situación de la firma.
Seguramente, más temprano que tarde, firmas tales como el Banco HSBC Argentina aclarará el valor exacto de su papelería siniestrada y evidenciará su dolor por la irreparable pérdida.
 La verdad que vivimos en un país muy singular. Un territorio nacional que en este preciso momento navega (¿o sobrevive?) entre dos caracterizaciones emblemáticas: los poseedores de un especial sistema de acumulación de Capital heredado de la Revolución de 1810, que no sólo hace más ricos a los ricos, sino que les permite liquidar sus acreencias en el mercado interno cuando les plazca o cuando consideren que más les conviene, o después de especular con la posibilidad de promover una variación del tipo de cambio y entre quienes viven del esfuerzo propio, trabajando, en las fábricas, en las oficinas, en los hospitales, en cientos de actividades donde ponen en valor su tiempo, su desgaste personal, las horas del día, su vida.
Es el caso de estos muertos heroicos del Barrio de Barracas, que con este gesto único y definitivo, la entrega de sus vidas, le dan una lección a los insensible e insensatos formadores de precio, petulantes irresponsables e individualistas que sólo miden el valor de la vida a través del peso de su bolsillo. Me refiero específicamente a los representantes de la Mesa de Enlace y a sus ciervos coyunturales, tales como los líderes gremiales que especulan con un cambio de gobierno para granjearse el favor de los aparecidos monigotes que la prensa servil denomina nuevos líderes políticos.
Pero no es que los viejos líderes, del gobierno y de la oposición, se salven de este fracaso de imagen generalizada. Porque quien acepta un cargo de representatividad colectiva y solamente mira su ombligo no es otra cosa que un reverendo hijo de sus intereses personales.
Cientos de Coronas tapizaron las paredes del Depto. de Policía la jornada del sepelio de las víctimas del incendio. Esas flores coincidieron en un sentimiento de dolor, pero también en un reclamo generalizado. Nuestra sociedad está ávida de ejemplos de carne y hueso. Lo que mostraron estas víctimas de Barracas, fue la esperanza social de que este ejemplo de entrega en favor del bien común se multiplique y la lucha desesperada por la prevalencia de lo individual sobre lo colectivo no sea la actitud más  normal.
Ojalá que nuestra sociedad sea capaz de correr, de erradicar definitivamente esa actitud individualista y voraz que nos inunda y sofoca, a través de generalizar la voluntad en defensa del bien común de la que han dado estos estimado bomberos, con la entrega de sus propias vidas.