Una aproximación a la Historia
del Movimiento Obrero Argentino
PRIMERA
PARTE
Lejanos Orígenes
Antes
de la Revolución de Mayo 1810, este inmenso territorio era un ámbito colonial
más parecido a una factoría que a un lugar de residentes estables. Los españoles
usufructuaban los recursos disponibles en las vastas llanuras y exportaban la
producción agrícola a su país de origen sin preocuparse por consolidar la
interminable superficie como un lugar digno de morada.
Casi
al final del siglo XVIII la pretensión expansiva hacia el Río de la Plata del
Imperio Brasileño fue un llamado de atención para España, que para protegerlo
creó el Virreinato del Río de la Plata.
La
figura del Virrey imponía el respeto de la autoridad superior en la Ciudad de
Santa María de los Buenos Aires y a su alrededor, comenzaron a construirse
residencias estables. Los españoles comenzaban a asentarse.
Con
el paso del tiempo, el aumento poblacional generó por su propio peso al mercado
interno y a los productores agrícolas se le sumaron los primeros artesanos.
Juan Manuel de Rosas y su hermano
Prudencio
Orfebres,
plateros, herreros, se sumaron a la industria más primigenia compuesta por los
trabajadores del cuero, sebo y tasajo, que se desempeñaban en el saladero.
Herreros
del virreinato
A
la producción de la vid le siguió el “soplador de botellas”, una artesanía de
difícil realización, una rara habilidad desarrollada por muy pocos.
Después
de 1810, siguieron las pesadas carretas arrastradas por bueyes, surcando casi
todo el territorio actual de nuestro país, para llevar el producto de un lugar
a otro. Serán las diligencias y las galeras quienes transportarán a los seres humanos en fatigosas e
interminables travesías, más parecidas a un castigo irremediable que al placer
o a la necesidad por viajar.
Pequeña carroza de gala S XVIII
Eran
otros tiempos y también era otro el apuro que había en sus habitantes, de vida
más tranquila y de preocupaciones más cotidianas.
Sin
embargo, el crecimiento del puerto de Buenos Aires, fue incrementando
paulatinamente su participación en el mercado mundial a través de la
exportación de la producción del saladero y consecuentemente fueron surgiendo
modestos talleres ligados a esa expansión, que ocupaban un reducido número de
personas que podríamos identificar como los primeros trabajadores urbanos.
Para
la época en que se redactó nuestra Constitución Nacional, 1853, el territorio
poseía un millón de habitantes y solo el 10% vivía en Buenos Aires.
La
Argentina era un inmenso solar vacío de hombres y mujeres, habitados por
millones de cabezas de ganado cimarrón, sobre una pampa abierta, vacía y sin
dueño.
Los
núcleos de residentes se aglomeraban en las ciudades y la explotación agrícola
se efectuaba sobre el campo lindante a la zona urbana. El resto del país era un
desierto al que solo el indio se atrevía.
Cada
Ciudad importante era el corazón de la Provincia a la que pertenecía, comandada
por un caudillo o jefe de hombres con autonomía suficiente y ejército propio
como para defender sus intereses o disputar con otro el territorio en caso de
expansión.
El
hombre común mientras tanto, vivía sujeto a la tierra en la zona rural o
dependía de las pocas monedas para vivir, que recibía empleado a destajo por
algún artesano urbano.
Pero
¿Quién era el hombre común de mediados del siglo XVIII?.
¿Quién
era el trabajador del que estamos hablando?.
Si
estamos narrando la época de dominación española, su posterior colonización y
el segundo tercio del siglo XVIII, diremos entonces que fue el hombre europeo
quien se asentó para mandar y decidir, que si bien en un primer momento llegó a
trabajar solo fue para afirmarse económicamente, pero que posteriormente se
desligó del oficio para transformarse en jefe.
El
verdadero trabajador del siglo XVIII, quien padeció toda la carga de
responsabilidad de la tarea y vivió como pudo arreglándose con poco, tampoco
fue indio. Porque el aborigen jamás aceptó al español, más bien lo consideró
como un usurpador y le dio batalla dispuesto a morir por su tierra robada,
dispuesto a matar por recuperarla. Por eso el aborigen se retiró al desierto,
lejos de la civilización y de las balas enemigas. Consciente de una muerte
segura si se exponía en una confrontación abierta, adoptó la estrategia del malón, que no es otra cosa que la guerra
foquista, atacando un objetivo y huyendo inmediatamente para salvaguardar su
vida y regresando tantas veces como fuese necesario hasta desgastar al enemigo.
El retorno del Malón de Ángel Della
Valle 1892, primer plano
No,
evidentemente el indio no fue el trabajador de los orígenes.
Los
primeros campesinos que araron la tierra de otro, los primeros artesanos que
dieron sus manos para confeccionar vasijas en las alfarerías de ruedas
primitivas, los que dieron sus manos en las arcaicas carpinterías para
confeccionar para otro desde cunas a ataúdes, quienes construyeron galeras y
diligencias para viajes que jamás realizaron, quienes dieron su vida de sol a
sol bajo la tenue luz de un taller enmohecido, fueron los gauchos. Aquel hombre que habitó la pampa cuando pudo huir de la
explotación semifeudal a la que parecía atado, aquel que nació de la mezcla de
sangre española e india y que jamás fuera reconocido, aquel que también sufrió
la persecución en carne propia cuando se negó a seguir explotado, y que como el
aborigen también huyó a la pampa, para escapar de esa civilización que solo lo
habilitaba como esclavo.
El
mestizo, conocido entre nosotros como gaucho, que fuera el primer trabajador de
nuestra tierra americana, el primer explotado y considerado casi un paria, es
el mismo hombre multitudinario que conforma ese concepto general que definimos
como pueblo. Hoy
como ayer, desposeído, transita los arrabales de la historia sin pretensión de
venganza, pero esperando una respuesta social más parecida a la justicia.
Durante la última década del siglo
pasado, la fisonomía industrial de nuestro país fue cambiando su aspecto.
La producción agrícola-ganadera,
ingresaba directamente al mercado de consumo mundial, a partir del gran impulso
exportador de la política impuesta por los gobiernos de la “Generación del ‘80”.
Pero a la vez, crecían a pasos
agigantados las actividades industriales urbanas.
Los talleres y las pequeñas fábricas
nacían una tras otra en medio de la gran urbe y el inmenso número de inmigrantes
europeos que llegaban a Buenos Aires, dejaban de trasladarse al área rural para
ofrecer su mano de obra y optaban por radicarse definitivamente cerca del
puerto de la Ciudad que los recibía.
Sin embargo, el año de 1890 se
constituyó en una fecha clave. La infinidad de obreros urbanos que conformaban
el grueso del tejido social de la Ciudad, apenas se manifestaba.
Los
extranjeros más humildes, que se afincaban en su nueva tierra, desprovistos de
capacitación y colmados de esperanza por hallar un futuro menos incierto para
ellos y su familia, deambulaban por las calles en absoluto silencio, tratando
de familiarizarse con las costumbres y el idioma, que en la mayoría de los
casos, les resultaban tan distintos a los propios.
Por ello, tal vez, en ese período
emergieron a la realidad social como una auténtica sorpresa para el resto de la
comunidad.
El argentino medio los advirtió con
asombro. Una visión extraña desprendida del seno de los arrabales. Una
verdadera sorpresa, que el desconocimiento social transformó en alarma.
La gente había recibido por los
diarios la información de una nefasta noticia. En la Ciudad de Chicago, EE.UU
de América, la represión de Estado derrumbaba a la lucha reivindicativa obrera.
Los trabajadores habían resistido con su pecho, las balas de los fusiles de la
policía y se habían transformado en mártires para la opinión pública mundial.
La Argentina parecía exenta de esos
episodios y miraba con congoja lo sucedido a tantos kilómetros de distancia.
Pero para sorpresa de la abúlica
población porteña, los incidentes del 1º de mayo de la Ciudad de Chicago,
repercutieron en la Ciudad de Buenos Aires.
Los hombres y mujeres de trabajo
instalados en la Ciudad Rioplatense, abandonaron el silencio y la cabeza gacha,
tomando la iniciativa y despojándose del anonimato.
El 1º de mayo de 1890 se caracterizó
por una jornada de explosión popular, en una Metrópoli acostumbrada al silencio
de las muchedumbres.
En un acto multitudinario emergieron
por primera vez de las sombras autoimpuestas, los obreros de diversas
actividades.
Manifestacion del 1° de Mayo
Ellos expusieron ante la sociedad que
los miraba con ojos perplejos, sus infinitos temores, sus desgraciadas
condiciones de trabajo, su tediosa tarea colmada de situaciones injustas de
perfil cotidiano.
La Ciudad toda se conmovió ante el
hecho. Los trabajadores se exponían por primera vez en conjunto ante las
extrañadas miradas de los transeúntes.
El siglo XX, alumbró con nuevos ojos
la realidad cotidiana. Amplias barriadas de la Capital Federal y varias zonas
del Conurbano bonaerense se caracterizaron por su actividad fabril.
Alrededor de grandes y pequeñas
empresas, se distribuían las casas donde moraban los trabajadores y en pleno
centro de la Ciudad, desde el Barrio de San Telmo hasta La Boca, los edificios
de inquilinatos llenaban de colorido la realidad suburbana.
Homenaje al Inmigrante escultor Francés
Bruno Catalano
Un inmenso ejército de paz, conformado
por trabajadores jornaleros, se distribuía por las calles de Buenos Aires.
Cuando en la segunda década del Siglo
XX, las inversiones extranjeras comenzaron a instalarse en el territorio
argentino en el suburbio de diversas ciudades del interior del país, se
iniciaron también las migraciones internas de los trabajadores.
El corazón del polo productivo nacional
se desarrolló, sin embargo en la ciudad de Buenos Aires y posteriormente en sus
alrededores, de allí la explicación de su impresionante crecimiento demográfico
y de su brillante impulso.
Consumo de carne per Cápita
Fue Buenos Aires también el epicentro
generador del crecimiento de la organización sindical.
Desde allí, los representantes obreros
instruían consignas y diagramaban las actividades a seguir.
El esfuerzo de la organización fue
incalculable. No existían leyes protectoras de la actividad sindical y cada
intento de lucha reivindicativa, chocaba contra la presión gubernamental, de
carácter oligárquico.
La crisis económica internacional, que
se desató en 1929, castigó severamente a los trabajadores, quienes sin más
recursos que su fuerza de trabajo, quedaban en la calle cada vez que una
persiana fabril se desmoronaba.
En la Argentina, a la luz de las
características dependientes de su economía, la crisis se convirtió en una dura
prueba de supervivencia que provocó, para muchos trabajadores, su caída en la
marginalidad social.
Con la aparición de la crisis, se
desmoronaba el gobierno democrático de Hipólito Yrigoyen.
Hipolito
Yrigoyen
El Golpe de Estado comandado por el
general Uriburu instaló la represión como actitud política definitiva y los
trabajadores se convirtieron en el objetivo de aquella actitud belicosa contra
el pueblo.
Sin embargo, en el gobierno instaurado
en 1932, a cargo del general Agustín P. Justo, la economía argentina comenzó a
aquietar sus aguas.
Desde el centro de poder económico de
los EE.UU de América, se dio carta libre a las empresas nacionales para que
produzcan e incrementen el mercado de consumo interno.
Fue así que por medio del Ministro de
Economía del gobierno “de
facto”, se instruyó a los capitales
radicados en el país, para que iniciaran el denominado “proceso de sustitución de importaciones”.
Las pequeñas industrias fueron
reabiertas y comenzó a crecer la demanda de mano de obra. Los obreros volvían a
ocupar su tiempo laboral, pero sin pretensiones reivindicatorias, sin ningún
tipo de seguridad en el empleo. Como auténticos “parias” que trabajaban “de favor”.
La
fuerza numérica de los trabajadores iba en aumento y ante la demanda de
justicia social no atendida, fueron organizándose sigilosamente detrás de
líderes ocasionales de ideologías diversas.
El
socialismo comienza su mejor etapa de expansión en esa época, en virtud del
triunfo que había alcanzado en la Rusia zarista, a mediados de 1917.
Pero
la mayoría de los trabajadores argentinos no comulgaban con esa ideología, más
aún, en el mayor de los casos se consideraban apolíticos.
Esta
circunstancia obraba en contra de la organización sindical, cuando en cada acto
se blandía la bandera roja y se entonaban las estrofas de la “Internacional” y
muchos trabajadores no acompañaban con su canto.
Parecía como si a cambio del
reconocimiento por justicia social, los obreros tuviesen que defender consignas
lejanas a su propia sensibilidad.
El trabajador argentino quería una
representación estrictamente nacional, con objetivos claros definidos en su
idioma, con una ideología que transmitiese el auténtico sentido del concepto “Patria”.
La
“Década Infame”, como denominara Ernesto Jauretche a la etapa de gobierno
cívico-militar entre los años 1932 y 1942, no clarificó a la organización
obrera y esa situación agudizó las contradicciones entre los trabajadores.
Las empresas multinacionales se radicaban en nuestro país con una tranquilidad
pasmosa. Estaban seguros de que el sindicalismo argentino estaba lejos de
presentar una oposición seria.
Esta contradicción debía estallar en algún
momento y no tardó mucho tiempo en hacerlo.
Arturo Jauretche (1901 –
1974
Una aproximación a la Historia
del Movimiento Obrero Argentino
SEGUNDA PARTE
Sin pan y sin trabajo
Sin pan y sin trabajo
Ernesto de la Cárcova 1893
La
crisis económica que estalló sobre todo el mundo capitalista en el año 1929,
repercutió fuertemente, con ribetes de alto dramatismo en las frágiles
economías periféricas.
Nuestro
país, que sufría el lastimoso padecimiento de la falta de democracia, sucumbía
ante las pretensiones de una elite oligárquica-militar, que había generado el
Golpe de Estado dirigido por el general Uriburu,
contra el gobierno representativo de Hipólito
Yrigoyen y que se extendería a partir del año 1932, en la figura del
“general-ingeniero” Agustín P. Justo.
Las
puertas a la participación política popular estaban vedadas, pero la oferta de
trabajo tampoco se expandía.
Los
trabajadores, faltos de derecho a la libertad de elegir y de ser elegidos,
desprovistos de pan y sin trabajo, solo recibían la voz de las armas como
respuesta a sus reclamos.
La
represión armada sembraba el terror y cimentaba el miedo a ver destruidas las
familias.
La
calle se nutría de parados de diversos sectores sociales, que acompañaban el
cierre de cada empresa.
Las
compañías internacionales retiraban una a una su inversión en el país y volvían
a sus lugares de origen, llevándose el capital que habían ingresado a nuestro
territorio en época democrática.
El
cuerpo social, raquítico y desvalido, deambulaba por la realidad sin esperanzas
de recomposición.
La
dictadura del general Uriburu se
fortalecía a través de la represión, de la cárcel para los trabajadores, de la
tortura y de la imposición del silencio social.
Con
el advenimiento del capitán Justo,
rápidamente ascendido a general, como Presidente de Facto en 1932, el gobierno
militar inició una nueva política económica, a fin de amortiguar la estrepitosa
caída en la producción nacional y su consecuente repercusión social.
El
nuevo ministro de economía, el Dr. Federico
Pinedo, emprendió el desenvolvimiento del Modelo que tiempo después en el
año 1939 bajo la administración nacional que sucedió a Justo sería denominado “Plan de Acción”, basado en la “sustitución de importaciones”, con el
fin de abastecer el mercado interno de mercaderías que habían dejado de
ingresar del exterior debido a la debacle internacional.
Federico Pinedo Ministro de Economía de la “Década
Infame”
Pinedo fue muy claro en su discurso a la
opinión pública. “...Produciremos
mercancías nacionales hasta que la gran rueda maestra del capitalismo
internacional, vuelva a girar, después todo volverá a su cause original....”.
En definitiva, la oligarquía expresaba por boca del ministro de economía, que
nuestro país seguiría siendo agroexportador y que la industria fabril urbana,
sería sólo un accidente provocado por la contingencia internacional.
Fue
el Estado, quien se hizo cargo de llevar adelante la política de sustitución de
importaciones, a través de un gobierno oligárquico sin respaldo popular y
motivado en el temor a que la falta de trabajo generase un estallido social sin
precedentes en la república.
La nación ausente
Después
del Golpe de Estado de 1929, el Presidente constitucional, don Hipólito Yrigoyen, fue vilipendiado,
agraviado y calumniado. Sabía la oligarquía que al criticar su figura, sembraba
el descrédito sobre las instituciones de la república y justificaba así su
actitud golpista.
La
propia casa particular del viejo caudillo radical fue allanada y sus
pertenencias arrojadas a la calle.
Los obreros, que habían reconocido en
él, serios intentos de debate y análisis para llegar a acuerdos dentro de la
democracia, tenían también serias reticencias a su figura, no olvidaban que no
había escatimado esfuerzos para reprimir cuando las sangrientas jornadas de
1918, tiñeron de dolor a los trabajadores de los talleres Vasena o cuando en
1932, la Patagonia se volvió trágica, después de la represión del ejército
sobre los obreros de la lana, quienes pagaron con su vida el haberse animado a
resistir, al exigir una serie de reclamos que hoy nos parecerían tremendamente
obvios.
Patagonia Tragica. Detencion de obreros. 1932
Con
el cuerpo social inmovilizado y sin organismos de cohesión que lo aglutine, la
oligarquía disponía a su arbitrio sobre el futuro político de la Nación.
No
debemos pasar por alto que la Organización Sindical estaba dividida en tres
Centrales Obreras que a pesar de ello no alcanzaban a integrar a la totalidad de
gremios del país, muchos de los cuales permanecían autónomos constituyendo de
esa manera un cuarto grupo de Entidades Obreras, lo que era realmente
lamentable.
Entre
los organismos autónomos se hallaba la Federación
Obrera Poligráfica Argentina, que tiempo después de la constitución de la
C.O.A, (Confederación Obrera Argentina)
decidió emprender un intento de unificación de todas las centrales Obreras del
país. Para ello tomó contacto con el Consejo Directivo de la U.S.A, (Unión Sindical Argentina) y le propuso la fusión.
La
F.O.R.A del V Congreso, (Federación
Obrera de la República Argentina)
rehusó esta iniciativa pero las otras dos Centrales Sindicales resolvieron la
creación de un Comité Nacional Sindical,
conformado por quince (15) miembros, uno por cada entidad pactante. De esta
manera, los demás sindicatos autónomos fueron incorporándose sucesivamente al
nuevo nucleamiento obrero, que se conocería en el futuro como C.G.T (Confederación General del Trabajo), a
partir del año 1930, dirigido por una Junta Ejecutiva formada por los siguiente
miembros: Luis Cerruti, Secretario
General; Alejandro Silvetti,
Prosecretario; Andrés Cabona,
Tesorero; José Negri, Protesorero.
En
1931 se distribuyeron los diez puestos vacantes en el Comité Sindical, dejados por expresa disposición del artículo
tercero de creación del Comité, entre
los gremios autónomos: Unión Tranviarios;
Federación de Oficiales; Asociación de Obreros del Estado; Asociación Telégrafo
de la Provincia; Federación Telefónica: Unión Obrera Textil y Unión
Linotipista, Mecánicos y Afines.
Pero
pocos años después, en 1935, diversas disidencias dentro de su seno, de índole
ideológica y relacionadas con la demora de la conducción en convocar un Congreso Constituyente motivaron una reestructuración. Los reclamos de
diversos gremios y el rechazo a unas u otras autoridades, agudizaría la
anarquía hasta provocar una nueva división y la creación de otra Central Obrera, con lo cual las
entidades volvían a ser tres.
El Movimiento Obrero hasta junio de 1943
Con
la reforma económica impuesta por el gobierno del general Agustín P. Justo, a partir de 1932, después de la repercusión
internacional de la crisis de Wall St. de 1929, la Argentina comenzó un período
productivo denominado como “Sustitución de Importaciones”.
Las
industrias de elementos de consumo proliferaron y con ellas se inició un
proceso de incremento de la mano de obra.
De
todas las Provincias llegaron ciudadanos, adiestrados específicamente en las
tareas agrícolas, dispuestos a reiniciar
su vida como obreros de la industria urbana.
Entre
los años 1933 y 1940 el suburbio de la Capital Federal creció poblándose
indiscriminadamente.
Las Villas de Emergencia y los barrios
humildes proliferaron.
Para
el año 1940, con la instrumentación del denominado “Plan de Acción” por el
ministro de Economía Federico Pinedo,
en el gobierno democrático de los doctores Roberto
Ortiz y Ramón Castillo, el crecimiento suburbano se consolidó
definitivamente.
A
pesar del incremento operado en la mano de obra, las entidades obreras
continuaban sin poder capitalizarlo en crecimiento, a raíz de su dispersión
generada en diferencias internas ideológicas.
Una
nueva etapa estaba pronta a iniciarse, destinada directamente a la atención de
aquel proceso de desavenencias sindicales, brindándoles un proyecto de unidad
en torno a una figura representativa de hondo perfil político.
Facsímil del periódico
ferroviario
4 de junio de 1943
Para poner fin a la Década
Infame y debido a la fuerte voluntad de la oligarquía de imponer la fórmula de Ramón
Castillo y Robustiano
Patrón Costas, este
último, empresario azucarero salteño de neto corte conservador, de quien se
decía que sus trabajadores vivían en un régimen de semi esclavitud, el grupo de
coroneles denominado GOU (Grupo de Oficiales Unidos), irrumpió el 4 de junio
con el propósito de cambiar el gobierno.
Sello GOU (1943 – 45)
Creación de la
Secretaría de Trabajo y Previsión
27 de noviembre de 1943
Después
del golpe de Estado propiciado por los coroneles en el año 1943, el país
comenzó a cambiar paulatinamente de proyecto político.
Sin
intentar personalizar desmesuradamente la historia de aquellos días, deberemos
recordar que los coroneles impusieron en el Poder Ejecutivo Nacional a tres
generales sucesivamente.
En
un primer momento sería el general Rawson, quien permaneció en el cargo apenas
veinticuatro horas, para sucederlo el general Pedro Pablo Ramírez, “Palito”,
quien mantuvo la dirección del gobierno hasta 1944.
En ese entonces, fue reemplazado por
el general Edelmiro
José Farrell, un íntimo allegado a los
coroneles y amigo personal de uno de ellos, Juan Domingo Perón.
Durante la primavera de 1943, Perón inició un
periplo singular en la historia argentina que no tendría retorno
Antes de finalizar el año cubría tres
cargos simultáneamente: Secretario
de Trabajo y Previsión, con rango de
ministerio; Ministro de Guerra y Vicepresidente
de la Nación.
Fue
a través del primer cargo mencionado, que el coronel comenzaría su carrera
meteórica hacia los primeros lugares en la política nacional.
Porque
si bien como ministro de Guerra poseía directa intervención en los asuntos
militares y como Vicepresidente se transformó en la sucesión directa del Primer
Magistrado en caso de acefalía, con el cargo de Secretario de Trabajo y
Previsión pudo apuntalar una política social destinada a compensar las
indignidades e injusticias que vivía la clase obrera y a la vez cobrar
prestigio inimaginable ante los millares de hombre y mujeres de labor.
Fue
allí donde el coronel Perón
tomó los primeros contactos con los dirigentes obreros y luego con todo el
pueblo. Desde allí, surgió la Voz que despertó la Conciencia Social y
Política de los argentinos y emanaron los primeros Decretos Leyes a través de los cuales
se dignificó el trabajo y se humanizó
el capital. El apellido Perón pasó a constituir en un lapso menor de dos
años, un sinónimo de dignidad y garantía de derechos laborales.
Pero el coronel sabía lo que hacía.
Poseía algo que ningún argentino hasta ese momento había calculado, se trataba
de un Proyecto Político destinado a consolidar su imagen ante la opinión
pública y sobre todo ante quienes conformaban hasta ese momento el inmenso
conglomerado de marginados sin representación ninguna. Hablamos de los
trabajadores.
Antes
de noviembre de 1943, cuando una Organización Sindical realizaba algún reclamo,
inmediatamente era declaraba asociación ilícita por la justicia argentina.
Cuando
el coronel Perón ocupó la
Secretaría de Trabajo y Previsión se legalizaron las organizaciones
sindicales y se promovió a la formación de la Confederación General del Trabajo
(CGT).
Por
otro lado, el área de previsión social
era poco menos que desconocida y las jubilaciones insignificantes, cubrían solamente a empleados
públicos y a oficiales de las fuerzas armadas. Desde la Secretaría de
Trabajo y Previsión se instituyeron las jubilaciones para todos los que trabajaban, incluso para los
patrones; se crearon las pensiones
a la vejez y a la invalidez, desterrando del país el
triste espectáculo de la miseria en medio de la abundancia.
Otra
historia comenzaba a escribirse en nuestro país.