martes, 8 de enero de 2019


Entre Chetos y Pichettos
 
 
 

Por Alberto Carbone

 

¿Cuánta miseria puede aguantar la Argentina recibiendo inmigrantes pobres?
Miguel Angel Pichetto. Senador de la Nación. 2018

 

 
“Yo no dejé de sentir la sorpresa general –que observé después en los que desembarcaban– ante aquella ciudad enorme, ante aquella inmensa incógnita que desde hace veinte años crece en silencio sin que sus hermanas latinas tengan a bien notarlo. Aquel vasto puerto, con sus muelles amplios, y limpios como los de un puerto alemán, atestados de navíos en tres y cuatro filas; el orden del desembarco; la cortesía de los funcionarios; la amplitud y comodidad de los locales de la Aduana; los automóviles lujosos que os conducen a los hoteles a través de las grandes arterias centrales; el movimiento de las calles en que radica el alto comercio, el de aquella calle Florida, demasiado estrecha, con sus almacenes parisienses; el tránsito de las calles próximas, 25 de Mayo, Bartolomé Mitre y Reconquista; las grandes oficinas y los animados Bancos, que ostentan rótulos con letras de porcelana blanca y os hacen transportaros con la imaginación al centro de la cité de Londres o de Hamburgo; todo esto, visto rápidamente o en conjunto, constituye la gran ciudad europea, mezcla de las capitales y metrópolis comerciales de Europa”.
Huret, Jules, De Buenos Aires al Gran Chaco (Volumen I), Buenos Aires, Hyspamérica, 1988.

 

En oportunidad de la visita al país del periodista de Le Monde, Jules Huret, con ocasión de la celebración del Centenario de la Independencia nacional en el año 1910,  exteriorizó su sorpresa y predisposición respecto de la situación de bienestar que irradiaba la Ciudad del Plata. Un año después sería reflejado en un libro de homenaje, “En Argentina”,  a través del cual describiría desde París sus observaciones. En una de ellas refirió:

“La riqueza fundamental de la Argentina son las tierras de cultivo y las destinadas a la ganadería. La superficie del país es seis veces la de Francia y siendo su tierra virgen, en muchos sitios valen tanto como las de las provincias agrícolas francesas más ricas. ¿En qué consiste la prosperidad argentina? En la exportación a Europa de unos tres millones de toneladas de trigo vendidas el año pasado a 210 francos la tonelada, dos millones de maíz, a 126 francos, un millón de lino, a 269 francos y 300.000 toneladas de carne congelada, que suman en total unos dos mil millones de francos. A esto hay que agregar las 160.000 toneladas de azúcar de Tucumán, los 3 millones de hectolitros de vino de Men­doza y San Juan, las 300.000 toneladas de madera de quebracho y 55.000 toneladas de tanino, sin menospreciar lo producido por las minas de los Andes y los yacimientos de petróleo que empiezan a descubrirse por todas partes. Pero todo esto es la reserva del porvenir. En menos de 40 años se ha creado la agricultura actual. Ha cambiado el término medio de sangre española de la población argentina. Desde hace 40 años, una importante inmigración de italianos del norte, piamonteses y lombardos, de ingleses, franceses, alemanes y vascos, ha dotado a la Argentina de brazos laboriosos, de inteligencias activas y de caracteres emprendedores. Ac­tualmente domina la sangre de los italianos. Se trabaja como no se había trabajado nunca y los mismos andaluces y los árabes son arrastrados por la corriente general. Un país de seis millones y medio de habitantes, ha podido, en pocos años, vencer a los Estados Unidos en la exportación de cereales a Europa. Desde 1908 la Argentina ocupa el primer lugar entre los exportadores de trigo, maíz y lino. Mil millones de oro líquido entran por tales conceptos anualmente en la Argentina. Una minoría inteligente se agita en el Jockey Club y el Club del Progreso, atenta a los negocios a realizar y las empresas proyectadas. Numerosas familias argentinas ricas viajan a Europa y recorren Francia, Italia, Alemania, Suiza e Inglaterra con sus Panhard. Si os invitan a cenar en sus mansiones veréis que el cocinero es de Perugia, el chauffer, de París, el lacayo, alemán, el pinche de cocina, gallego, las camareras, inglesas o vascas. Por otra parte, vuestro anfitrión, alemán por su padre, argentino por su madre, y casado con una hija de vasco francés y de italiana, tiene en este momento a sus hijos estudiando en las universidades de Cambridge o Heidelberg. En el desfile militar observamos debajo de las gorras de granaderos del Imperio, quepis de Saint- Cyr y gorras aplastadas a lo teutónica, los rostros cetrinos de mestizos de indias y españoles…”.

 

Cuando se releen los acontecimientos argentinos de la época del Centenario, extraemos datos duros de la sociedad, de la producción, de la exportación, de la actividad económico social en general, y no podemos más que preguntarnos; ¿Qué le pasó a la Argentina?.

Nos referimos a un país que disputaba con los EE.UU de América el liderazgo continental, considerado como uno de los cinco o seis más importantes del Globo y cobijo de millones de inmigrantes con deseos de asentarse y progresar en mejores condiciones de vida para ellos y sus familias.

Cuando evaluamos la fenomenal progresión geométrica que significó el crecimiento poblacional del país de los argentinos entre el primer y tercer censo nacional, advertimos la impresionante mixtura cultural gestada entre los años 1895 y 1910.

 

Primer Censo de la República Argentina
15 al 17 de septiembre, presidencia de Domingo Faustino Sarmiento.
Fue realizado en los tiempos de la Guerra del Paraguay (1865-1870) y fue dirigido por Don Diego de la Fuente. Su objetivo era el empadronamiento de la población. Relevó casi la mitad de lo que hoy es nuestro territorio nacional, sin contar el ejército que operaba en el Paraguay ni la población indígena, cuyo cálculo aproximado fue de 93.000 personas.
Se basó en una concepción de registro referida a la "población de hecho", que implicaba incluir a las personas que durmieron en la vivienda la noche anterior al censo, como sucede actualmente.
1.737.214 habitantes

 

Segundo Censo de la República Argentina
10 de mayo, presidencia de José Evaristo Uriburu. Representó la unificación territorial del país tras la incorporación del desierto y del Chaco, por lo que su cobertura fue mayor a la del anterior.
Además de un censo de población, se llevó a cabo también un recuento agropecuario e industrial.
4.044.911 habitantes

 

Tercer Censo de la República Argentina
1 de junio, presidencia de Roque Sáenz Peña. El ejercicio del poder estaba a cargo del vicepresidente Victorino de la Plaza. Fue un censo poblacional, agropecuario e industrial. Se excluyó el conteo de las personas que integraban los pueblos originarios, las cuales se calcularon en 18.425.
Las omisiones totales se estimaron en 118.582 personas. Se redujo el radio de acción de cada empadronador, de esa forma se alcanzó mayor control en los guarismos definitivos.
7.885.237 habitantes

 

 

El significativo crecimiento de la población describe a las claras que Argentina se había transformado en una región de asentamiento de infinidad de seres humanos de origen europeo, que con extremas necesidades, encontraban del otro lado del mar la posibilidad de instalarse con su familia y construirse el futuro.

Quizá en esta última aseveración encontremos alguna respuesta a la propensión de los nietos de aquellos inmigrantes europeos que en la actualidad reaccionan con impronta “chauvinista” contra la inmigración actual llegada desde los países americanos.

Porque aquellos hombres y mujeres, familias enteras que abordaron los barcos con escaso dinero o ninguno, casi escapando de la pobreza y hostilidad de sus países de origen, alojados en el viejo Hotel de Inmigrantes primero y hacinados después en los famosos Conventillos del barrio de Balvanera y la Boca, conformaron la mano de obra barata que la elite porteña ansiaba para la realización de todas aquellas tareas desagradables que la “gente de bien” y de buen pasar jamás se hubiera dignado a realizar.

Es cierto que esos inmigrantes tuvieron hijos y nietos que los reemplazaron en sus quehaceres, pero es verdad también que muchos de ellos progresaron al influjo de sus cavilaciones y esfuerzos, permitiéndoles el progreso social y hasta económico, acompañados de algún título universitario que les facilitó primero superar el escollo terrible de la clase social inferior de la que eran originarios y posteriormente los habilitó a olvidar sus antiguos orígenes, mirándose en el espejo de aquel sector social que en el comienzo de la historia había sido amo de la vida y decisiones de sus ancestros.

Alguien dirá que es una extraña paradoja, otros en cambio, lo explicarán como un episodio natural que sucede dentro del sistema capitalista.

Hagamos un esfuerzo por favor. La elite se apoderó de vastas extensiones de territorio nacional, porque sobre él vivían los aborígenes. A todas luces, los máximos derrotados después del avance del ejército nacional durante la conocido Campaña al Desierto. Los herederos de los triunfadores, que a la vez eran los argentinos descendientes de las familias ilustres que fundaron las ciudades de cuño europeo, revalidaron sus títulos de propiedad de aquella tierra usurpada a los aborígenes, destinándola a la producción cerealera y cárnica. Pero faltaba algo muy importante para redondear el proyecto: la mano de obra. El aborigen no podía tenerse en cuenta en virtud de su oposición a trabajar para otro en su propia tierra y con metodología del viejo continente. La elite precisaba cuantiosos brazos que conocieran ese sistema de labranza, que estuvieran dispuestos a desplegarla y sobre todo, que no preguntaran respecto de la legitimidad propietaria de quienes les ofrecían el trabajo.

La instalación de los inmigrantes europeos en el sistema productivo argentino solucionó el dilema de la mano de obra. Gente dócil y sumisa, acostumbrada a la más antigua labor humana y a sobrevivir con las necesidades básicas insatisfechas.

La marea humana inmigrante se transformó en una verdadera explosión. Los censos sucesivos indican que la población creció exponencialmente, que el arribo de los europeos superaba el crecimiento vegetativo. La Pampa Húmeda sobretodo, escuchaba multiplicidad de lenguas y regionalismos.

¿Pero qué sucedió con los indios?. ¿Alguien se preocupó por la situación de aquellos originales de cuño ancestral, grandes derrotados del sistema de imposición productivo basado en la política agrícola extensiva?.

Nadie se preocupó. Nadie hizo alguna referencia, acaso sólo si había que maldecir que aún siguieran existiendo a pesar de las balas y el hostigamiento de los blancos.

Los inmigrantes europeos, extrañados y desposeídos, que también eran blancos, no opinaron sobre ese tema. Jamás fue su pelea, su guerra.

Los herederos de aquellos pobres inmigrantes luchadores incansables, que en general murieron sin volver jamás a pisar suelo materno, han progresado. ¿Han progresado?.

Ahora, un Siglo después de consumados los hechos, estos descendientes, muchos profesionales universitarios de toda laya, políticos, senadores por ejemplo, miran al interior del país y a los habitantes de los países limítrofes de la Argentina y vislumbran en esa gente a los herederos culturales de los perdedores.

Pero resulta que hoy los “Pichettos” ya no son lo que hubieran sido un Siglo atrás. Lo recuerdan, claro, pero no se sienten parte de aquella herencia de dolor y hambre, de sometimiento sin descanso.

Los ”Pichettos” están férreamente asimilados a los amos de sus predecesores. Sienten una especial atracción por incorporarse en aquellas familias que otrora no les dirigían la palabra a sus abuelos.

Si usted repiensa bien estos conceptos, descubrirá que la Argentina está configurada por el poder económico que sólo manejan los “Chetos” y los “Pichettos”. Los primeros, aducirán que es así por “legítima razón”, por ser descendientes de los fundadores de la Argentina moderna. Los segundos, por haber constituido una nueva lógica de reconocimiento, basada en lo que denominan el esfuerzo personal y la capacitación.

Los primeros merecedores del bienestar por su sangre y herencia valiosa. Los segundos, por haber adoptado la cultura de la elite, el ascenso económico y en algunos casos su apellido. Entre “Chetos y Pichettos” se derrama con nostalgia, el sentido último del país que somos y del país que podríamos haber sido.