La carga de los imbéciles.
por Alberto Carbone
Demasiados cofrades husmean
en las páginas de Internet leyendo noticias que marcan a fuego lento el sentido
común de una vasta y abigarrada militancia de ignorantes.
Demasiada cantidad, número
elevado de individuos que no atinan a pensar por sí mismos, que aceptan lo que
escuchan de las grandes emisoras, que elevan a juicio apodíctico las simples
elucubraciones de quienes cobran salarios y reciben sobres para actuar y
expresarse como si fuesen periodistas, miles de personas silenciosas que
escuchan cotidianamente y que no saben que no saben.
Pero ellas también votan.
Ese es el juego de la
Democracia.
El sistema electivo del cual
los dueños del Poder real se han empoderado y gobiernan a la opinión pública
con sus aseveraciones, con sus verdades reveladas, con sus valoraciones.
Los que votan a favor de aquellos
que controlan el pensamiento y la decisión, no son otra cosa que un inmenso
ejército de necios que cierran los ojos y escogen únicamente en cada fecha eleccionaria,
la boleta para sufragar propuesta por los Medios de Información concentrados.
Ojo señor, señora lectora. En
esos Medios no trabaja cualquier cristiano. Debe poseer particularidades
necesarias y suficientes. Tiene que ser una personalidad con varios
antecedentes laborales en ese ámbito, capaz de llegar con su palabra al término
medio de la población, que sin facultad ninguna aceptará aquella opinión como
palabra revelada.
Pero además, ese Poder real,
detenta una particularidad suprema. Porque debe confeccionar las listas de
personalidades electivas con nombres de individuos maleables y accesibles,
hombres y mujeres incapaces de discernir por propia voluntad o bien que han
decidido hacerse pasar por perfectos imbéciles, estos últimos para acreditar un
buen pasar con una muy baja erogación, los primeros en cambio, auténticos
ineptos que como tales no alcanzan a advertir el grado de su imbecilidad.
Claro, usted dirá, muy
tarados no son, porque se supieron ubicar y resolver su futuro
discrecionalmente. Es verdad. Si pensamos que el objetivo final y último de los
seres humanos es su bienestar económico exclusivamente, prescindiendo de
cualquier intención de carácter colectivo, entonces podemos decir que lo han
resuelto bárbaro.
Pero lo que intento aclararle,
abusando de su amabilidad, es que ese
típico y personal posicionamiento no es tampoco por alguna capacidad propia.
Ellos han sido elegidos por representar un grado elevado de estupidez, afectada
o infectada, en su capacidad racional.
El otro día, sin ir más
lejos, observé el posteo que subió el ex intendente de Quilmes y cocinero
locuaz, mostrando a quien quisiera ver cómo y de qué manera circulaba en auto
jactándose de no usar cinturón de seguridad.
Otro ejemplo, es el referido
a un legislador, muy pequeñito y mediático que se declara radical, con apellido
casi obsceno, que subió una fotografía con una pala en la mano, para intentar
demostrar a través de un cuadro elaborado por el Indec, la caída del empleo en
nuestro país por efecto del gobierno actual, pero sin advertir que de esa misma
tabla se deduce claramente que la debacle laboral fue propiciada en la época
macrista, que no sé si sabe, él debería defender.
Otro ejemplo es la notoria
polémica en twitter que desgranó un profesor de Ping Pong devenido en diputado
contra una legisladora de su mismo Partido porque la dama se atrevió a criticar
las acciones del Ministerio de Seguridad de Macri en época de la desaparición y
asesinato de Santiago Maldonado. Una verborragia digna de un estúpido que dejó
al rojo vivo las relaciones hacia el interior de su espacio político, pero que
por supuesto, como era de esperar, el lúdico representante no evaluó.
Estas y otras situaciones
demuestran palmariamente una y otra vez el elevado grado de estupidez de los
candidatos de los sectores de mayor poder económico en la Argentina.
Gracias a su escaso o nulo
nivel intelectual, a su inexistencia de sentido común y moralidad, a su
desapego por la verdad y la justicia, a su único interés determinado en los
negocios, a su rechazo infinito por los sectores de nivel más bajo de la
sociedad, por su desconocimiento de la historia, por su falta total de ética y
por su perfecta e inmensa ignorancia, es que conforman los cuadros candidatos
de sus patrones.
No existe otro misterio.
El problema no son ellos, ni
sus jefes y promotores directos. Porque sabemos que los primeros figuran en las
listas para ganar dinero, vivir bien, resolver todos sus problemas
individuales, disfrutar su cotidianidad con solo levantar la mano en cada voto
del Recinto.
Los segundos, poseen como
objetivo apoderarse del Sistema Político eleccionario para “facer riquezas”,
como expresaban y aún hoy expresan los conquistadores de América desde el Siglo
XXI, para tomar el control de todos los resortes básicos del país, para
internalizar en el hombre común, quién es el que manda y quién el que debe
obedecer.
Además y muy especialmente,
para seleccionar estúpidos para que ocupen las bancas de la legislatura y no
pregunten, solamente cumplan órdenes.
Unos y otros poseen sus
vocaciones, que usted dirá después qué le parecen.
Pero el verdadero problema
no son ellos.
El problema subsiste en los
otros, en los millones que escuchan solamente las versiones que se multiplican
y se consolidan en la opinión pública como verdad revelada. El auténtico
problema son aquellos que siendo la gran mayoría no participa de uno ni de otro
grupo selecto, pero que llegado el momento, los vota.