La Clase Obrera va al Paraíso.
Por Alberto Carbone
Una antigua película italiana del año 1971 expresó en forma llana y
literal, la crítica despiadada y mordaz que el Movimiento Obrero puede y
debería hacer de sí mismo.
Ese film, ahondando a través de agudos aspectos sociológicos, narra de
manera única y visionaria, diversos y variados conflictos sociales que todavía
hoy en día persisten permanentes y cotidianos:
La conciencia política de los
trabajadores y de sus familias.
La sociedad de consumo.
La capacidad del poder adquisitivo y la contraprestación en esfuerzo que
ese ingreso le demanda al obrero.
La naturalización del nivel de vida escaso, alicaído, desesperanzador.
El poder real del patrón, su rentabilidad y su despiadada mirada sobre
una realidad cotidiana que está convencido que le pertenece.
Por todo ello es que precisamente adelanto sin remilgos que no espero
que interpreten que esta tragicomedia italiana concluya con un final feliz.
Pero de todas maneras deberíamos interpretarla como un punto de vista.
Una reflexión respecto de la sociedad.
Una descripción cruda y directa de los avatares por los que transita la
Clase Obrera y además, una percepción que incluya su propia y específica
capacidad de interpretación de la vida que transcurre alrededor de sus avatares
y vivencias.
De esta película olvidada y lejana me acordé cuando me puse a
reflexionar sobre la situación sociopolítica del país de los argentinos.
Porque precisamente, ¿sabe un cosa, Sr. Lector?, nuestro territorio
nacional no sería lo que es sin los argentinos.
Y esos ciudadanos definidos como tales, nosotros mismos, no somos otra
cosa más que trabajadores.
Por eso mismo le confieso también que más que nunca soy consciente de
que seremos nosotros, los trabajadores, quienes deberemos definir el futuro de
la Patria.
Porque además, la Clase Obrera no existe sólo en el imaginario de los
grandes titulares. Este sector social preciso, es de material orgánico, no es
una polea de transmisión.
No funciona sólo como uno de los operadores de acuerdos entre grupos de
interés.
¡La Clase Obrera somos la gran mayoría de los argentinos!.
Cuando recordé la película citada más arriba y comprendí que en realidad
la potencialidad del grupo social más importante de la Nación reside en su
convicción y voluntad, advertí que en realidad la construcción de la República
como Proyecto Nacional, depende justamente de la inspiración, lucha y buen
resguardo de la Clase Obrera.
La República ha institucionalizado una metodología eficaz para
desenvolverse políticamente. Una plataforma orgánica que se denomina
Democracia.
La Democracia persiste todavía
definida como sistema de vida, sobre la base de un compendio de valores que entre
todos los participantes debe defenderse y protegerse. Valores que deben
cobijarse bajo la protección de las mayorías electorales, los votantes, el
Pueblo.
El Pueblo es quien edifica el país, lo transforma, emite su luz y
presencia. Le otorga existencia. No vive una república sin su Pueblo.
La Nación es el Pueblo mismo comprometido detrás de un objetivo que
define el Proyecto de país.
Este Pueblo argentino, que laboriosamente convive y se esfuerza en
silencio, eligió por minúscula mayoría “cambiar” de gobierno en el 2015.
Este Pueblo, crédulo, confiado, hasta con visos de inocencia, como el
que describe la vieja película italiana del año 1971, optó por “Cambiemos”. Se
dejó seducir con falsas promesas, con mentiras de falsos profetas.
Hoy está claro. Los hombres del Presidente se comportaron como Ceos de
grandes empresas que siguieron trabajando para engrosar las arcas de esas
Compañías. Endeudaron cada vez más las arcas del Estado. Lo despojaron de las
pertenecías más valiosas.
El país jamás les importó.
La gente, nosotros, la Patria, para ellos no existe y así se
comportaron.
Pero la credulidad en los falsos profetas, en las construcciones
mediáticas, en la perseverancia de la banalidad del mal, prosiguió e inundó el
gobierno de Alberto Fernández, quien por otro lado debemos consignar que
tampoco logró un triunfo holgado acorde al castigo en las urnas que hubiese
merecido Cambiemos.
Es cierto que Fernández defraudó.
Porque no se animó a tomar decisiones enérgicas y profundas que hubieran
redundado en que los grandes rentistas del país pagaran la deuda macriana y se
hicieran cargo de la debacle que ellos mismos promovieron al apuntalar al
gobierno de Macri.
Fernández defraudó.
Porque prefirió escuchar las críticas del Poder real y desoír los
requerimientos de los sectores populares.
Defraudó además, porque el auténtico gobierno popular es siempre el que
responde a las necesidades de las amplias mayorías en detrimento de quienes han
ganado durante Siglos la batalla por el poder económico en perjuicio de aquellos
que menos poseen.
Sin embargo, la acción de los Medios penetrando la ignorancia de muchos,
ha pergeñado candidatos mediocres para el gusto de un electorado ambiguo,
desinteresado y desinformado.
Esta elección de 2023 se tornará decisiva y fundacional.
Imagine lo que sucederá.
Argentina ha recuperado las “joyas de la abuela”. Aquellas que Menem
decidió mal vender y a través de ello desfinanciar la Nación.
En la actualidad, el descubrimiento de gas y litio ha configurado una
promesa de recuperación del Estado Nación.
Los grupos concentradores de riqueza están evaluando jugosos dividendos.
Si la elección democrática del mes de octubre determina que la derecha
política cambiemita o la autodenominada liberal accedan al gobierno, los hijos
de Menem y de Macri desfinanciarán al país, lo despojarán de sus recursos
definitivamente e impondrán una verdadera ola de reformas sociales destinadas a
corroer los derechos laborales que muchos trabajadores creen naturalizados e
intocables.
Los trabajadores argentinos, todos nosotros, pertenecientes a la
mayoritaria y rotundamente aspiracional Clase Media, forjadores del país
auténtico, la Patria, tenemos con nosotros mismos una deuda de honor. Debemos
abrir los ojos y advertir que es momento de imponer una respuesta eficiente y
componedora que restablezca una auténtica democracia, una eficiente
representación popular, que no demore más la equitativa e imperiosa redistribución
de la riqueza.
Una respuesta en las urnas que sea íntegra, madura, profunda y
definitiva.
Para recuperar el futuro de nuestros hijos y de los hijos que de
nuestros hijos vengan.
Para fortalecer la esperanza en una tierra formidable, que le ha dado
lugar para ser felices a centenares de inmigrantes. Miles de trabajadores que
han entregado su vida y esfuerzo. Sudor que en su inmensa mayoría ha quedado en
las arcas de las familias de quienes ahora se definen republicanos y liberales,
pero que definitivamente desean el gobierno para desconfigurar nuestros legítimos
sueños de felicidad y armonía.
Por ello, votemos en paz y en defensa propia.
Para que quienes hacen las cosas sean dueños de todas las cosas.
Para que de una vez por todas intentemos vivir en el Paraíso.