jueves, 29 de agosto de 2024

 

Cada uno en su casa

…y el Señor en la de todos…

 

….del libro “La Nomenclatura del tío Adolfo”-



 

por Alberto Carbone

 

 

¡No! ¡No quiero, no quiero! Acongojado, desde la cima del inmenso tobogán de la plaza seca, Fito rehusaba lanzarse resbalando hasta el arenero.

Detrás del pibe, Julio, el adulto, quien como todo un hombre consumado y ocupándolo todo, le obturaba la posibilidad de escape, abortando el argumento o la excusa que permitiera aquel desesperado arrepentimiento.

A escasos metros de allí permanecía de pie la mamá, sosteniendo impávida la mirada del esperpéntico espectáculo.

¡Cómo que no quiero! ¿No ves que parecés un grandote boludo?

¿No querés o no te animás? ¡No seas tarado!

¡Te meto un empujón en la espalda y listo!

 

Buenas tardes Doña. ¿Qué le está pasando al pibe? ¿Se sentirá mal?

Dijo repentinamente un muchacho con uniforme municipal que se acercó despacio al lugar desde donde escudriñaba la escena la joven madre.

Buenas tardes, le contestó ella. Que además no disimuló su sorpresa y mientras lo atisbaba de cuerpo entero exclamó casi con desconcierto.

¡No sé qué le pasa!

¡Se tiró de ese tobogán miles de veces!

¡Venimos mucho a esta plaza, solos y acompañados!

¡Siempre elige el mismo juego!

¡Hoy está distinto mi hijo! continuó la mujer ¡Vaya a saber que le picó!

Mientras tanto, la escena seguía desplegándose desde lo alto del tobogán, como si se tratase de una representación teatral.

 

¡No te hagas el marica que no lo sos!

¡Están mirando todos los pibes de la plaza para este lugar en donde estamos nosotros! Rezongó Julio acalorado.

¡Me bajo y listo, mejor me bajo!, respondió el chico pretendiendo no aceptar por la fuerza aquello por lo que estaba decidido a desistir.

¡Qué increíble!, dijo ella, como departiendo con el imprevisto visitante.

¡Fito es lo más parecido a su papá! Valiente, animoso, seguro de sí mismo, emprendedor. ¡Hoy está transformado en otra persona!

El placero giró la mirada desde el tobogán hacia la madre y en voz muy baja, sin aspavientos le respondió con su veredicto y además le soltó un interrogante:

¡Su pibe no debe tener ganas Doña!

¡Estoy seguro de que este tobogán es el más alto de las plazas de la zona!

¿Qué edad tiene el nene? 

Ella fijó la mirada en el rostro del preguntón y le lanzó casi inmediatamente: ocho tiene, recientes. Cumplidos el mes pasado, es del 76, debería subir y largarse sólo como en todas y cada una de las oportunidades anteriores.

En el preciso momento que el empleado municipal escuchó la fecha no pudo evitar un pensamiento que instantáneo se le escabulló, precipitándose a viva voz.

¡Del 76! ¿Qué época no señora? ¡Qué desbarajuste que se armó!

¡Para olvidar o para recordar siempre!

Sí bueno, depende, expresó la joven madre ¡Tampoco pasó tanto tiempo! y a continuación agregó convencida:

¡Un descalabro político y social que hubo que solucionar urgente porque parecía el exterminio del país!

¡Sí mujer, claro que sí! le respondió el empleado ¡exterminio fue el que se ejecutó sobre la gente común a partir del año 76 con todos los cañones puestos en disciplinar, reprimir, desaparecer y asesinar a los civiles según la cara de cada quien, la ropa o la hora en que los enganchaban por la calle!

¡Todo el mundo hablando de lo que estaba pasando en este país y nosotros acá adentro, en nuestras casas encerrados, en nuestros barrios silenciados y engatusados como lo que somos! ¡Unos tarados!

El muchacho se animó repentinamente y continuó expresando:

¡En mi barrio desaparecieron varios!

¡De algunos se decía que se habían ido al exterior!

¿Se imagina? ¡Aquellos sencillos, tan queridos y amigables pibes y pibas!

¡Tan jóvenes! ¡Mis vecinos!

¡No tenían guita ni para pagar el colectivo y se iban a ir a Europa!

El joven placero se enfervorizó. Presintió que no podía dejar las cosas como estaban y completó su opinión, semejante a una diatriba:

¡Los milicos le hicieron tragar a fuerza de bayoneta a la mayoría de la población el mismo refrán o cantinela de toda la vida! ¡Que llegaban para reorganizar el país! ¡Y poco más hacen desaparecer al territorio con todo y gente adentro! ¡Además al despelote que hicieron hay que sumarle la guerra de Malvinas! ¡Ahí también se murieron solamente los pibes! ¡Qué bárbaro! ¿No?

La joven mujer hizo un silencio.

Volvió a mirarlo a los ojos y le preguntó por su nombre.

Inmediatamente el muchacho respondió.

Ramón, Doña, me llamo Ramón, soy de acá.

¡Ojo, de la Capital! y trabajo para la municipalidad.

En estos días me derivaron a esta plaza. La cuadrilla terminó recién.

Yo me quedé un tirito para descansar a la luz del sol.

Donde vivo ahora, esta luz impresionante no entra ni a trompadas, ¿vio?

Entonces, lentamente la mamá de Fito devolvió su vista hacia la zona del tobogán y el arenero. Se presentó también y deslizó su argumentación:

Mi nombre es Victoria, le dijo.

¡Recuerde que aquellos chicos amorosos que usted describe hacían de las suyas!

A continuación, entonces hizo un silencio, lo miró impávida, con un dejo lastimoso e intentó un consejo:

Piense por favor que las cosas que pasan a veces no tienen una sola explicación. Existen razones múltiples que justifican que… Ramón cortó aquel discurso elevando levemente el tono de su voz y espetó:

¡Miré señora!…  … ¡Victoria…!

¡Es cierto que puede haber una gran cantidad de interpretaciones para cada cosa, pero que a mis vecinos los levantaron en pala cazándolos como ratas es cierto, aunque alguien me lo quiera adornar con hermosas palabras!

¡Lo que pasó en el país y vivimos todos no se puede ocultar!

¡Por eso es necesario que se investigue y se conozca la verdad de los hechos!

 

Bueno, Ramón. Lo cortó en seco la joven madre:

Si realmente cree que las cosas fueron así como relata usted, me parece bien.

Cada uno sabrá cómo explicarlo.

Pero acuérdese siempre que todo es según el cristal con que se mira.

Replicó Vicky estática y serena, pero en esa ocasión sin dirigirle la mirada.

Un silencio espeso y prolongado recorrió el espacio entre ambos cuerpos.

Rato después, un clamor preciso y directo cortó el hielo suspendido en el aire:

¡Uy…mire! ¡Se animó! ¡Al fin se tiró!

¡El papá al final, mal o bien lo convenció!

Exclamó Ramón para dar vuelta la página.

 

¡Sí vio! ¡Qué bien! le dijo Victoria.

Pero no es el papá, es mi hermano Julio.

Mi marido está trabajando y tiene para varios días de ausencia.

Está dirigiendo y supervisando ejercicios de adiestramiento durante toda esta semana en Campo de Mayo.

Ramón la miró perplejo. Recibió esas palabras como un cachetazo.

 ¡Uhhh, señora, disculpe! ¡Me parece que no toqué con usted el tema indicado!

Muy suelta de cuerpo y con el alma amortiguada, la abnegada madre y digna esposa le contestó de inmediato.

¡No! ¿Por qué? ¡Estamos en democracia!

Cada quien opina como le plazca y hace de su vida lo que le parece.

¡Cada uno en su casa y el Señor en la de todos!

A Ramón pareció impactarle esa salida casi escolástica y de repente algo resignado o melancólico se animó a confesar:

Sí Doña, debe ser así nomás como usted dice, pero déjeme aprovechar para agregarle que creo que con sólo mirarla una vez y comparándola conmigo, me da la fuerte impresión de que Dios visitó su casa muchas más veces que la mía.