sábado, 18 de marzo de 2017

Hacer su Agosto



Por Alberto Carbone

El país de no me acuerdo

La verdad, creí haberlo visto todo en la vida.
Pasé por guerras y revoluciones. Como dice la canción de María Elena Walsh. Me tocó vivir los duros años setenta, con su prólogo democrático y la devastación de su epílogo. Padecí el dolor y la incertidumbre de una guerra sin sentido, sin cálculo, sin previsión, dirigida por cobardes y colmada de héroes en el Teatro de Operaciones.
Olí la primavera democrática que pintaron los alfonsinistas. Lamenté el derrumbe ético del Dr. Alfonsín cuando condonó las deudas de tantos degenerados que se sintieron dueños de hombres y hacienda amparados por la dictadura genocida.
Después vino el caudillo riojano émulo de Quiroga. Nunca creí en él, servidor de los Organismos Internacionales de Crédito. Por eso sus largos e interminables diez años me han dolido. Porque desde el principio sabía a lo que se exponía el país entregado a las manos de semejante personaje
Todavía hoy existen quienes afirman que con Menem estábamos mejor. Es así. “A de haber gente pa’ todo”, dice un cantor popular. Yo agrego. Sobre todo si la ignorancia no les permite reconocer sus errores y generar autocritica de su voto.
En esa época, la destrucción de la producción nacional y el avance indiscriminado de la importación, al igual que en el período de la dictadura, provocó en el país la multiplicación de la deuda externa.
Entre 1976-1982, creció cinco veces. De siete mil a treinta y cinco mil millones de Dólares.
La década menemista llevó ese monto a más de cien mil millones.
Los recursos económicos que el país ya no producía, la caída de los puestos de trabajo, la transformación del Estado a su mínima expresión, el hambre, la desprotección sanitaria, el abandono a su desgracia a miles de personas. Todo, se cubrió con dinero que el capital financiero introdujo desde el exterior a tasas descomunales, que la Argentina se comprometía a pagar sin tener recursos genuinos y por ello, recurriendo a la generación de más y más deuda externa. Cuando ese capital especulativo se retiró, la Argentina quedó como debía quedar: fundida.
 Todo gobierno que asume la responsabilidad de administrar un país, debe tener un programa abarcativo, totalizador, destinado a desarrollarse durante el lapso de su responsabilidad. Ese proyecto, debe ser fruto de la forma en que el grupo en cuestión define el estado de situación de todas las variables que hacen funcionar el país. Identificadas las fortalezas y debilidades de índole política, social y económica, el gobierno toma su decisión de gestión. Eso tiene que ver con la ideología.
Cuando hablamos de ideología tenemos que tratar de ser específicos.

El Desarrollo como hipótesis transformadora

La Argentina está configurada como uno de los países en desarrollo. Esto significa que está en camino hacia su crecimiento económico y social, imitando los pasos de los pocos países desarrollados y en carrera junto a cientos de regiones del planeta que persiguen el mismo objetivo.
Técnicamente, para el gobierno actual, los doce años de Kirchnerismo configuraron un atraso en la consecución de esa meta.
La única solución de la presente gestión política es que nuestro país habrá su economía, permitiendo el ingreso irrestricto de productos elaborados del exterior e invite a los capitales internacionales a la inversión productiva y financiera, para inyectar liquidez monetaria y propender a la instalación industrial que fomente el trabajo y la producción.
¿Pero qué sucedería si nuestro país junto al resto de naciones en vía de desarrollo lograran aquel flujo formidable de capital que fomente el crecimiento?.
 Indudablemente no alcanzarían los recursos naturales del mundo para abastecer la demanda de millones de personas.
Actualmente, los pocos países desarrollados que persisten aún en la geografía planetaria, han agotado sus propios recursos naturales y abastecen sus demandas de las precarias economías subdesarrolladas.
Es así que el consumo de un norteamericano quintuplica el de un consumidor argentino de clase media. Por ello, es tan necesario para el gran país del Norte el abastecimiento permanente de parte de los países pobres, que justamente obtienen escasa retribución por sus recursos primarios, para que la marcha de la economía desarrollada se sostenga en el tiempo.
No sería viable el planeta si los países pobres se recuperaran y aumentaran su producción industrial utilizando sus propios recursos primarios. Dejarían de abastecer al mundo desarrollado y por ende, la ecuación no cerraría para ellos, que se quedarían sin materia prima para su propio bienestar.
Por ello, creernos que la teoría que dice que el mundo desarrollado ingresa su capital para contribuir a mejorar nuestras pobres economías es un mito. Y el sostenimiento de ese mito por parte del gobierno es una estafa.
Para que un Modelo de Desarrollo se sostenga en el tiempo, debe haber si o si un Modelo de Subdesarrollo que posibilite que el esquema funcione.
Eros y Tanatos, dijo Freud. El Yin y el Yang de los chinos. El aporte sobre las Contradicciones de Mao. Si me permite, hasta la Tercera Posición de Perón.
Varias teorías lo explican.

Sin el subdesarrollo, el mundo desarrollado no tendría condiciones de viabilidad. Medítelo por favor. El argumento del gobierno actual tiene un horizonte pobre y pequeño para el país, pero elevado y generoso para un sector social que no parará de enriquecerse. Para eso ocuparon el gobierno, acompañados por el voto de miles que sólo tenían que detenerse a pensar en todo esto y sin embargo tomaron el camino del Cambio, propuesto por los grandes Medios de Difusión, que también, como dijera Miguel de Cervantes Saavedra, están haciendo su agosto.

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