lunes, 29 de abril de 2019


Contar hasta Cien.
Evita de los Toldos
 
 
alberto carbone
 

 
LA NIÑA DE FUEGO

 
La luna te besa tus lágrimas puras, 
como una promesa de buena ventura.
La Niña de Fuego te llama la gente 
y te están dejando que mueras de sed.




 

 

Rara vez la historia de la humanidad, con sus blanco y negros, con sus avances y retrocesos, se encarga de ubicar en los primeros planos del acontecer, de las decisiones, de las resoluciones más importantes, a una mujer.

Está instalado en el sentido común de la generalidad de los mortales que la historia, constituida por los acontecimientos cimentados a partir del sufrimiento y la lucha, a través del dolor y la sangre, a partir de los pensamientos y la praxis, la hacen los hombres.

Las mujeres, en el mejor de los casos, son convidadas al disfrute de un mísero coprotagónico, acompañando, acomodándose, al lado de quien se yergue como la figura estelar, el centro iluminado de los sucesos, el mágico hacedor que todo lo transforma a partir de su esfuerzo viril.

El hombre tampoco deja que la mujer se acomode al devenir y en general no permite la participación, no la solicita e incluso en muchas ocasiones la impide.

Esta niña que nació en los Toldos un 7 de mayo de 1919, parecía predestinada a otras prácticas, a otras vivencias articuladoras de inesperadas epopeyas.

Porque resultó que la joven Evita no era una niña común. A su propio y lógico deseo de progreso intelectual y material, de la mano de su vocación artística, le apareció como de un rayo, una incipiente pero pertinaz intuición relacionada con la actividad social.

Evita había padecido toda su vida y lo seguía padeciendo, aquel incontenible despropósito, ese injusto axioma que consignaba que el mundo femenino no era otro que el íntimo, simple y pequeño claustro hogareño.

Evita quiso que la mujer ocupase un rol preponderante en la historia nacional y que su acción sirviese como motor generador de cambios sociales que eliminasen injusticias congénitas.

A través de su acción, decidida e implacable, en las elecciones del 11 de noviembre de 1951, el 63 % de las mujeres votaron por el partido peronista. A su vez, fue el peronismo el único partido político que llevó mujeres en sus listas.

 En 1953, por medio de la voluntariosa entrega personal desplegada por la Primera Dama argentina, 23 diputadas y 6 senadoras ocuparon sus bancas.

Esa mujer, despiadada y vengativa, para sus opositores, dulce, comprensiva y luchadora amorosa en pos de la dignidad social, para sus seguidores, mantendrá viva la constante contradicción de intereses entre pueblo y oligarquía, tensión real y permanente, que se evidencia dentro de la realidad que viven los países periféricos, desde que el sistema capitalista mundial, se consolidó definitivamente, después del triunfo de las sucesivas Revoluciones Industriales europeas.

Es difícil hablar de la Patria figurativamente, e insertar ese concepto en la esencia de un ser humano, de tal forma que el individuo lo sintetice a partir de su presencia. Pero en el caso puntual de Eva Duarte, en que toda su vida, sus sinsabores, sus esfuerzos y sus alegrías, son definitivamente identificados a través de los avatares políticos que experimenta esta joven mujer en el transcurso de seis años consecutivos de su vida personal, no parece tan descabellado.

Evita irradió con su imagen y su acción un perfil de la Patria que nacía diversa, que comprendía aún a regañadientes, que existía un amplio sector social negado a través de los tiempos, que surgía a fuerza de salvaje intemperie, “un subsuelo de Patria profunda” que reclamaba por hacerse reconocer vivo y además, que se negaba a morir.

Esa mujer, tierna e indómita a la vez, ya se asomaba en Los Toldos, cuando apenas era la pequeña Evita.

Sus hermanas, a partir de sendas elucubraciones volcadas en trabajos bibliográficos, lo hicieron saber a quienes quisieron enterarse.

También los hombres y las mujeres que la conocieron, que trabajaron junto a ella, que de a poco y cotidianamente fueron aprendiendo con ella que la diversidad cultural era un paisaje natural en nuestra Argentina.

Que la injusticia social era una herencia centenaria que postergaba a las grandes mayorías.

Que el corazón sangrante de millones de seres era un calvario infinito y congénito, causal de dolores mayores para las generaciones sucesivas.

Todos aprendieron con Evita, la joven niña de la tenacidad de fuego, que cuando mujer, como una estrella fugaz, marcó para siempre el cielo de la Argentina, que la Patria existe en los rostros de quienes cotidianamente entregan su esfuerzo por ponerla de pie y sostenerla en andas.

En estos tiempos que corren, tumultuosos, arbitrarios, salvajemente inexplicables, la Nación se yergue siempre a pesar de los vaivenes, aún a costa de quienes son capaces de las peores injurias o de los más salvajes atropellos, la Patria existe muy a pesar de aquellos que la definen minúscula, representativa de las minorías, de intereses personales o de sector.

La Patria, la Nación de Evita, no nació en Los Toldos hace cien ños, mejor digamos que allí nació una estrella fugaz, perseverante, que le advirtió al mundo que Argentina, era mucho más que el país de los dueños de las vacas, era la Patria cultural multifacética, variopinta, inmigrante y aborigen, construida con el esfuerzo de una multitud, que se negaba a seguir siendo humillada. 

 

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