…una cosa que empieza
con “P”…
Alberto Carbone
Prof. Historia
Fac. Filosofía y Letras
UBA
Muchas cosas han pasado desde aquel
primigenio 17 de Octubre. Una fecha signada por las controversias, por las
ambigüedades de algunos, por las aseveraciones de otros, pero que para propios
y extraños marcara, sin dudas, un hito
en la historia nacional.
Porque indudablemente, nos parece
fundamental reconocer en la génesis de aquel proceso multitudinario, el embrión
de una etapa que nacía, un fuerte impulso innovador motorizado por las nuevas
prácticas políticas, que se desenvolvían ante la mera contemplación de los
sectores políticos tradicionales, vacuos actores de reparto, quienes ni
siquiera atinaron a mostrar una nimia, insignificante reacción, como respuesta
orgánica a aquellas actitudes, que muy poco tiempo después describirían como
prácticas obscenas no exentas de pretensiones clientelísticas. Hoy ante el
examen frio de lo acontecido durante aquella jornada, tal vez, podríamos decir,
parafraseando a los más populares guiones cinematográficos: “los
acontecimientos se precipitaron”, pero con el respeto que debemos a aquella
fenomenal epopeya política y social, no podemos menos que preguntarnos sobre
las causas que la vieron gestarse.
El “hombre del destino”, el gran
“oidor”, el “líder”, el “coronel del pueblo”, Perón, en definitiva, ya era
considerado por miles a través de diversos epítetos y en realidad era hasta ese
momento, el secretario de Trabajo y Previsión de la Nación con rango de
ministro, mentor de una precisa y singular estrategia, hija de un proyecto
político personal, que desembocaría indudablemente en la consolidación de su
figura, como gran emergente social.
Es que los pobres de esta tierra,
eran considerados seres de vida desgraciada o de poca suerte para la ideología
del liberalismo ortodoxo, o específicamente como los desposeídos del Sistema,
para los grupos de izquierda. Bien caracterizados por unos y por otros, lo
cierto es que ninguna de las dos ideologías lograba su cometido para con ellos;
rechazarlos definitivamente, mancillándolos hasta la servidumbre moderna, los
primeros, o incorporarlos en su seno como parte integrante de un proyecto mayor
o de una estrategia de carácter integrador, los segundos. Para la oligarquía
vacuna o rentista, el pobrerío no existía, era literalmente invisible. Para los
incipientes sectores medios, los pobres eran considerados únicamente dignos de
lástima, para los grupos políticos de izquierda, representaban a los grandes
despojados del reparto de las utilidades de la Nación, víctimas de la Clase
Alta, beneficiaria de las rentas agrícola, industrial y de los servicios
financieros.
Pero sin embargo los pobres seguían
allí, en medio de la jauría social, sin voz y sin representatividad.
La eclosión del fenómeno peronista es
hija de aquella desigualdad congénita y Perón, con su acción directa sobre las
modificaciones de las condiciones de vida de las grandes mayorías, se coronó
como el gran justiciero, el genial hacedor de aquel “milagro” del que muchos
aún aguardaban con esperanza.
Sin embargo, tuvieron que pasar
varios días hasta que la gente manifestara su ansiedad en la calle. El “querido
coronel del Pueblo” había sido trasladado a la Isla Martín García, privado de
su libertad. El día 9 de octubre de madrugada, fue arrancado de su domicilio y
conducido a la Isla, apartándolo de su mujer y de la ciudad de Buenos Aires.
Nada extraño sucedió en los días sucesivos, hasta que el presidente Farrell se
vio obligado por el ejército a eliminar la secretaría de Trabajo y Previsión,
bajándola a su antiguo rango de dirección de Trabajo y a dejar sin efecto la
totalidad de los Decretos impuestos por Perón para beneficio de los
trabajadores. La novedad, se produjo entre el 12 y el 15 de octubre y rápidamente
la Confederación General del Trabajo, convocó el 16 a un Paro General de
actividades en todo el país para el día 18 de octubre.
Para sorpresa de propios y extraños,
para asombro e incredulidad del mismo Perón, que el 17 de octubre regresaba a
Buenos Aires como enfermo a ser internado en el Hospital Naval, gracias a la
labor de su médico personal, el Dr. Mazza, la inmensa mayoría de los
trabajadores del Conurbano Bonaerense se lanzaron a las calles, con rumbo a
Plaza de Mayo y con un grito unificador contundente: “Queremos a Perón”.
Queremos a Perón fue la síntesis de
todos los reclamos.
El obrero se había quedado sin
aquellos beneficios sociales alcanzados desde la humilde Secretaría. Se había
quedado sin el oído que atento escuchaba su lamento de sufrientes años,
generación tras generación. Se había quedado sin la voz de quien le acercaba la
palabra justa y necesaria para calmar su desdicha. En síntesis, se había
quedado solo.
Cuando el ejército atisbó la
imposibilidad de acallar semejante masa de miles de gritos unívocos, convocó a
Perón a la Plaza. Pero par el “Líder”, se reclamo de sus camaradas tendría un
alto precio. Desde su habitación del Hospital Naval forzó una negociación y
obligó al generalato a que le asegure elecciones libres para el año entrante y
le garantice la posibilidad de que él fuese candidato.
Así fue que se selló el “17 de
Octubre” con un encuentro multitudinario en Plaza de Mayo entre el Líder y su
Pueblo. La jornada terminó en paz, pero ese día, comenzó otra historia.