lunes, 30 de mayo de 2022

 

NOCHE TRISTE

Introducción





por Alberto Carbone

 

No parece existir la posibilidad de medir triunfo alguno en las relaciones humanas, si ensimismados detrás de aquella pertinaz interacción no se pone en juego, de alguna manera, la estrategia por la dominación.

La civilización ha atravesado miles de años y ese derrotero que se ha desplegado a través de la incansable sucesión de siglos, nos ha demostrado que independientemente del sistema económico establecido en cada época, la tenaz lucha del ser humano contra sí mismo ha guardado significativas similitudes.

Desde la antigüedad más remota hasta la consolidación del sistema capitalista el hombre se ha constituido en el lobo del hombre.

Con respecto al tema que nos ocupa, podríamos decir que es imposible argumentar respecto de la campaña de colonización española en América, en favor o en contra, sin tener en cuenta las apetencias reales de quienes comprometieron su rol protagónico en la escena.

Sin aquel contumaz deseo de conquista y dominación desplegado por los europeos, sin ese afán de lucro desmedido y de accionar impune, sin aquella avidez desproporcionada por satisfacer sus apetencias más aletargadas, quizá España no hubiera obtenido resultados tan rápidos y enérgicos sobre el teatro de operaciones.

Esa actitud procaz, licenciosa, propia de quienes se sentían con fueros suficientemente inmunes y con derechos naturales para resolver, hacer y deshacer sobre la vida y hacienda de los naturales, desembocó en esta historia humillante y desangelada, por la cual millones de almas se vieron envueltas en el juego y en la satisfacción de cientos de peninsulares que con la valiosa imagen de la Cruz y de la Iglesia y la efectiva reacción de la espada y el arcabuz, demostraron que podían hincar a toda América de rodillas.

  Pero esta historia, larga y penosa, desarrollada y extendida durante más de tres siglos, permanece colmada de episodios ambivalentes. La Noche Triste, por ejemplo, fue como se dio en llamar a la narración histórica de una derrota. ¿O podíamos llamarla una derrota histórica?.

Las más apropiadas definiciones o juegos de palabras que se ponen en contexto  con respecto a la descripción de un acontecimiento parecieran jugar un rol preciso dependiendo de quién sea el que los describa o mencione.

Fue cierto, al menos todos los protagonistas coincidieron que era de noche y muy triste resultó por otra parte para sus narradores.

Había caído derrumbado el poder imperial europeo en aquella región americana por el impulso decisivo de millares de indios que no toleraron más tanta presión, tanta impunidad y tanta injusticia.


Hernán Cortés lloró la noche e la derrota


Noche lluviosa y oscura, saturada de humedad, de neblina. Triste también porque fueron derrotados, tuvieron que huir, escondidos, sigilosos, cobardes, quienes hasta ese momento triunfadores y después asediados por la realidad, habían dejado de escribir su historia colmada de victorias.

Sabían que esa noche tenían todo para perder. La vida misma entre otras cosas. Pero en aquel momento había algo que valoraban más que su propia humanidad, no querían extraviar la pequeña fortuna que creían haber acumulado.

Se lanzaron a las calles entonces, huyendo descontrolados y cargados de piezas de metal, calculando que podrían hasta regresar a España con algún beneficio.

En ese andar torpe y descompasado se les caían en el camino pequeñas y medianas mercancías de oro puro que no fueron capaces de dejar en su estancia de reclusión y con las cuales llenaron sus alforjas.

La pérdida de aquella carga también constituyó una derrota.

 Muchos no lo notaron, envueltos como estaban dentro de aquel gigantesco impulso arremetedor, porque también iban extraviando sus propias vidas.

Los naturales habían decidido que todos deberían perecer.

Probablemente, esa convicción aborigen se haya constituido en el compromiso tácito más claro y definitivo en la historia de la conquista. Un juicio categórico. Los españoles no deberían haber ingresado jamás al continente, así pensaban los líderes mexicas que entusiastas habían expulsado a los extraños. Con ellos había llegado la muerte sin causa, la obsesión por el oro, la avaricia, la gula, la desesperación por las mujeres, la imposición en creencias inauditas, la ambición por el territorio.

Por otra parte, también era cierto que los aborígenes náhuatl creían tener derecho a la expansión, a subordinar aldeas, a incluir en el reparto del mantenimiento del imperio a otras comunidades que formaran parte de su Altépetl.

Esa dependencia política y económica que explotaba Tenochtitlan con sus suburbios, confluyó en la presión que originó el levantamiento y el apoyo de aquellos grupos de aldeanos a los extranjeros, quienes con falsas promesas o a la fuerza, los habían incluido como motor de combate contra la comunidad mexica.

El Conquistador y Adelantado


Cuando Moctezuma les permitió el ingreso a la ciudadela, no fue a raíz de un acuerdo generalizado entre sus dignatarios, muchos integrantes de aquellos grupos recelaban respecto al proceder español.

La matanza del Templo Mayor, fue la gota que rebalsó el vaso y los sucesos en la Noche Triste, su corolario.

Penacho de Moctezuma


Probablemente, una buena relación de los aztecas con sus comunidades vecinas, hubiera posibilitado que la recuperación de Tenochtitlan por parte de los españoles jamás hubiera acontecido en los términos en que ocurrió.

Pero de todas formas aparece como improbable que no hubiera ocurrido en algún tiempo más. España estaba afincándose cada vez en mayores regiones del continente. Es muy verosímil que el rumor respecto del enorme flujo de oro que circulaba en México se hubiera extendido sobre América, de la misma forma que se habían ventilado los jugosos beneficios en metálico que obtenían los europeos en Perú. Es dable pensar que se hubiera proyectado una unidad de fuerzas de todos los peninsulares, con el objeto de promover una estrepitosa derrota dentro de la sociedad náhuatl.

La Noche Triste entonces, fue lo que fue. Un capítulo menor dentro del gigantesco rumbo descarnado que había tomado España en América.

Un rumbo feroz, sin miramientos, destinado a la conquista total de esas regiones y al triunfo palmario y definitivo de una nueva concepción de la economía y de la sociedad en el mundo.

 

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