miércoles, 3 de agosto de 2022

 

El Corazón Helado


por Alberto Carbone

La consolidación del país agrícola ganadero exportador comenzó a desarticularse con la Crisis internacional de 1929 y continuó disgregándose posteriormente con el impulso industrialista que inyectó la gestión peronista.

Aquella ambivalencia perpetró una incisión en los intereses políticos de cada sector social.

La realidad de entonces dimensionó dos alternativas.

Porque la convivencia de ambas en un país diversificado como alcanzara EE.UU de América no pudo soportarse.

Esa dicotomía disparó las características entre un país exclusivo para los exportadores primarios y otro inclusivo que incorporase el devenir y las necesidades del resto de los argentinos como auténticos poseedores de derecho a constituirse.

 

“Yo haré uso de esta fiesta, publicando desde aquí, mi programa de gobierno; y les digo pues, a todos los pueblos de la República, que Chivilcoy es el programa de gobierno del presidente Domingo Faustino Sarmiento. Decidles a mis amigos, que no se han engañado al elegirme Presidente de la República, porque les prometo Hacer Cien Chivilcoy en los seis años de mi gobierno, con tierra para cada padre de familia, y con escuelas para sus hijos. He aquí mi programa, y si el éxito corona mis esfuerzos, Chivilcoy tendrá su parte en ello, por haber sido el pionero, que ensayó con mejor espíritu  la nueva Ley de Tierras  y ha demostrado que la pampa no está condenada, como se pretende, a dar exclusivamente pasto a los animales, sino que en pocos años, aquí, como en  todo el territorio, ha de ser luego asiento de pueblos libres, trabajadores y felices”.

Discurso del Presidente Sarmiento en la Ciudad de Chivilcoy.

Sábado 3 de octubre de 1868

 

 

En general los acontecimientos históricos se revisitan sin aludir a las consideraciones que los configuraron.

Porque los sucesos que se confrontan ante la realidad no se van analizando con el cuidado necesario, evaluando cada una de las causales que los precipitaron o la verdadera dimensión de aquellas particulares manifestaciones.

Los hechos configuran episodios estáticos y de ellos vamos aprendiendo a aceptar y a asimilar cada una de las vicisitudes tal y como fueron presentándose ante la realidad.

Pero la Historia no se define como el estudio de una sucesión de hechos estáticos.

Al contrario.

La Historia es la materia que estudia el pasado con la cabal intención de interpretar y evaluar las intenciones en cada proceso social.

Por ello, nos atrevemos a reafirmar que paradójicamente y a pesar de lo que sostiene el sentido común, los hechos no existen.

Existen las interpretaciones que de ellos surgen a través del análisis y de la reflexión.

A propósito he elegido las palabras de ex Presidente Domingo Faustino Sarmiento, en oportunidad de la inauguración de la Ciudad de Chivilcoy, para confrontar sus expresiones con el pensamiento de aquellos que juzgan al sanjuanino como el adalid de la orientación oligárquica de pensamiento político nacional.

Porque no todo es claro u oscuro en el devenir histórico o en los procedimientos de aquellos seres humanos a quienes les cabe protagonizar con su acción la narración de los acontecimientos.

Sarmiento, con sus luces y sombras, bregó por un país con mayor distribución territorial, a sabiendas de que la riqueza de la Nación estaba basada en la propiedad del factor tierra y en su consecuente producción agrícola.

Para el sanjuanino, Chivilcoy consumaba la piedra de toque.

El hecho exquisito.

El primer eslabón de una cadena de logros que garantizarían la esperanza de miles de pequeños trabajadores del campo deseosos de arraigarse a su parcela productiva para comenzar a tejer su futuro familiar.

Sin embargo, aquel novedoso proyecto tropezaba con un primer escollo. Porque no debemos olvidar que fue la aristocracia argentina la que consumó la Constitución Nacional.

Y la escribió a su imagen y semejanza.

Los primigenios poseedores de la tierra proyectaron un país agrícola para provisión del mercado externo, amparados en el dominio de aquella propiedad territorial perteneciente al reducido grupo de familias del que formaban parte y en consecuencia redactaron la Ley Fundamental en su propio beneficio.

Como la Historia se basa en interpretaciones, creo sinceramente observar que Sarmiento adivinó la jugada en el momento exacto e intentó la zancadilla.

Nombrado Presidente y aceptado a regañadientes en aquel sitial por sus connacionales y hermanos masones como él, Bartolomé Mitre y Justo José de Urquiza, intentó voltear esa jugada magistral de la elite tanto porteña como del Interior del país, promoviendo sucesivas fundaciones de ciudades agrícolas, conglomerando pequeños hacendados por todo el territorio nacional.

Chivilcoy configuraba la primera zancada, el primer ladrillo.

Sin embargo, por alguna razón, seguramente bien regada de intereses políticos y económicos, el sanjuanino no pudo concluir con aquella obra que recién comenzaba.

Su período de gobierno pasó sin novedad al respecto. Fue sucedido en el cargo de Presidente por su ministro de Educación, Nicolás Avellaneda y entonces se produjo un enroque. Sarmiento ocupó en la nueva gestión, el cargo que él le había asignado a Avellaneda en la suya, como Director General de Escuelas. Fruto de aquel empuje fueron dictadas dos leyes que transformarían la fisonomía de la sociedad: La Ley de Educación Común 1420 y la de Inmigrantes, conocida como Ley Avellaneda.

Mientras tanto la elite continuaba acaparando territorio. Todo lo contrario a los que paralelamente acontecía en aquel otro país tan similar al nuestro, los EE.UU de América, donde fueron parcelados en espacios más reducidos los nucleamientos de tierra y los labradores propietarios que se establecieron allí, configuraron pueblos prósperos y edificaron un futuro venturoso para ellos, sus familias y para el resto de los avecinados.

En Argentina en cambio, cuando la elite terrateniente interpretó el éxito de la Ley Avellaneda, orquestó un proyecto ambicioso y tentador, fomentando para sí misma el acaparamiento de mayor heredad, avanzando contra el territorio indígena, con la excusa de la necesidad de la expansión de la frontera agrícola y de la inmediata defensa de lo nacional contra las probables intenciones de anexionamiento chileno de la Patagonia.

El frío calculador, helado, del grupo oligárquico, se patentizó claramente, a través de la defensa de lo que definía y define en la actualidad como el Ser Nacional, expresiones que hubo estampado en la Constitución Nacional con letras de molde, garantizando su Verdad, su predominio, su exclusiva factibilidad como factótum social, como eje dominador.

No podemos esperar ninguna solidaridad de parte del sector dominante de la sociedad. Ellos se creen la Patria. Aquella que inauguraron con la Carta Magna del año 1853 y que sostuvieron una y otra vez gobierno tras gobierno.

Para ellos la Patria no es una entelequia. La Patria es el campo y ellos se consideran los únicos representantes.

 Por transitividad, ellos son la Patria.

Un grupo reducido de vastas extensiones  de tierra que producen materia prima para el mercado exterior a través de mano de obra barata y exánime.

Cuando escucho decir que esta época reproduce los acontecimientos del año 2001, respondo que no es así. Esta época nos retrotrae a la situación vivida por el país a comienzos de Siglo XX, durante el Centenario.

El año de 1910 constituyó la piedra angular del modelo agroexportador. Por un lado, miles de inmigrantes que ofrendaban su labor a cambio de reproducir su fuerza de trabajo y por el otro, el pequeño núcleo central de la sociedad poseedora concentrando su riqueza y viviendo en un país exclusivo, único, selecto.

Por ello, no debemos esperar nada de quienes consideraban y consideran que nada tienen para ofrecer. Porque la reducción de sus beneficios, saben bien, podría redundar en una mejor calidad de vida de aquellos sectores sociales que para la elite constituyen solamente muchedumbre invisible.

Mientras tanto, los sectores mayoritarios de la sociedad, los pobres, los desposeídos, permanecen girando alrededor de las demandas de un corazón helado.

Trabajadores urbanos y rurales, testigos mudos, por ahora, de los reclamos y exigencias de quienes se creen auténticos y legítimos propietarios de un país edificado por ellos para sí mismos y que no parecen dispuestos a compartirlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario