domingo, 26 de agosto de 2012




 



UN HOMBRE UN VOTO

 

 

Escrito por Alberto Carbone, profesor de Historia
Miércoles 22 de Febrero de 2012
En este mes de febrero de 2012, los argentinos deberíamos recordar que hace nada más ni nada menos que cien años, el Congreso Nacional aprobaba la Ley del voto secreto, universal y obligatorio para los varones, abriendo así una nueva etapa política que podríamos denominar como la “caja de Pandora” dentro del cuerpo social, al habilitar a amplios sectores de la comunidad al ejercicio cívico. Para los sectores de la elite, acostumbrados durante setenta años a la toma de decisiones unívocas significó en el corto plazo el surgimiento del “huevo de la serpiente”, porque a través de la Ley Sáenz Peña, se homologaba definitivamente la libertad a la participación de mayorías.

La presión que estaba impulsando el Radicalismo tiempo antes de asumir en 1910, Roque Sáenz Peña, quien pertenecía al mismo núcleo político que sus antecesores, fue concluyente. El Presidente se entrevistó con Yrigoyen y accedió modificar el sistema electoral si el líder radical se comprometía a abandonar el abstencionismo.

Aquel 10 de febrero de 1912, los diputados de la elite acataron los requerimientos de sus líderes y en sesiones extraordinarias aprobaron la cláusula constitucional que poco después el presidente Roque Sáenz Peña promulgaría.

Se trató de un auténtico cambio cualitativo. La participación política se incrementó del 2% en 1880 a más del 62% del padrón en 1916. Los hijos de los inmigrantes europeos, que habían llegado al país con sus padres desde la época del gobierno de Avellaneda, sumados a la innumerable cantidad de jóvenes que habían nacido en el país en esos últimos veinte años de historia, también votaron.

Sorpresivamente y como si se tratara de contradecir ese pensamiento impune no exento de veleidades que sostenía la elite, la gente de a pie, el pueblo, votó a Yrigoyen.
 
 


Lo más infame de la década


A partir de aquella fecha, la ley 8871 que consagró el sufragio universal, obligatorio y secreto para todos los argentinos varones mayores de 18 años y el sistema de lista incompleta, tiñó nuestra historia política. El Radicalismo, único Movimiento Cívico nacional y popular hasta entonces, colmó las urnas. El triunfo se plasmó en las elecciones sucesivas. En 1916, primer mandato de Yrigoyen, en 1922, asumió Marcelo T de Alvear, en 1928, segundo gobierno de Yrigoyen y tercero consecutivo de la UCR. Casi 14 años, el período democrático más extenso del siglo XX, con excepción del que se inició en 1983 y continúa en estos días.

La crisis económica de Nueva York, ampliada a escala mundial, fue el pretexto valioso para que la elite recuperara el gobierno arrebatado para siempre por decisión popular. En 1930 Yrigoyen fue derrocado por el general José Uriburu, el primer golpe militar de la historia argentina del Siglo XX. El Radicalismo fue proscripto en 1932. El “Fraude Patriótico” abrió camino al general Agustín P. Justo y en 1937, la “Concordancia” entre Justo y Alvear, arreglo político denunciado por los radicales yrigoyenistas como “Contubernio”, facilitó la alianza radical-conservadora, que consagró a la fórmula Roberto Ortiz-Ramón Castillo.
 


Los coroneles del pueblo

En 1943 se produjo un nuevo golpe militar. Los coroneles del pueblo, según se decía, quebraban la “cadena de mandos” del ejército, negaban la autoridad de los generales, cómplices de la oligarquía, y se hacían del gobierno para tomar el Poder.

El impulso propiciado por el entonces coronel Perón a la actividad de su responsabilidad en el gobierno de facto, relacionada específicamente con el redireccionamiento de las partidas presupuestarias hacia la acción social, derivó en un crecimiento meteórico de la figura del militar y político en el contexto nacional y en el internacional. A partir del 24 de noviembre de 1943 hasta los primeros días de octubre de 1945, Perón ocupaba los cargos de Secretario de Trabajo y Previsión, Ministro de Guerra y Vicepresidente de la Nación.
 


El clamor popular

La presión de la oligarquía sobre el ejército no se hizo esperar. El Presidente Farrell se vio obligado a destituir a Perón de todos sus cargos y casi inmediatamente, fue alojado en la Isla Martín García, para alejarlo de los acontecimientos que pudieran producirse. Sin embargo, la gente no se manifestó aquel 8 de octubre, a pesar de que los periódicos consignaban que el coronel sería derivado a la Isla. Fue recién cuando se enteraron de que la Secretaría de Trabajo y Previsión se desarticulaba y con ella todos los Decretos sindicales y sociales, que los trabajadores recordaron la importancia capital del coronel. Casi inmediatamente se produjo el “17 de Octubre”.

Esa fecha es la madre del “24 de febrero”. Ante la presión popular, los generales se vieron obligados a convocar a elecciones. Fue así que el 24 de febrero de 1946 triunfó Juan Domingo Perón por un margen amplísimo, "en las elecciones más limpias de la historia", como las calificó ese mismo mediodía el candidato de la Unión Democrática, José Tamborini, cuando creía que era el favorito. La posibilidad de participación popular en las decisiones políticas, trajo aparejado siempre la presión de la elite, que no se resigna a perder su liderazgo.

Por ello, la defensa del sistema democrático aparece como garantía de las decisiones populares. Saber que es el voto secreto y universal, el que nos obliga responsablemente a ejercer nuestro deseo, a imponer a través de ese instrumento legal, las expectativas sociales más rofundas y los cambios políticos indispensables

domingo, 19 de agosto de 2012

Eva Peron


La Amada Inmortal
1952 - Eva Perón – 2012
ALBERTO CARBONE

Profesor de Historia
F. Filosofía y Letras
UBA
UOMRA Secciona San Martín


Evita es la Bandera
“…y aunque deje en el camino jirones de mi vida, yo sé que un día ustedes recogerán mi nombre y lo llevarán como bandera a la victoria”.

Entre tantos que en esos días llegaron a mi despacho, pasó por él otra vez esa mujer tan endeble como tierna, tan bella como decidida. De aspecto frágil pero de voz resuelta, de larga cabellera que dejaba caer sobre su espalda y de ojos tan afiebrados como decididos. Eva Duarte, actriz de teatro que quería una misión cualquiera. Yo la miraba y sentía que sus palabras me conquistaban, estaba casi subyugado por el calor de su voz y de su mirada. Eva era pálida pero mientras hablaba, su rostro se encendía como una llamarada. Tenía las manos enrojecidas y los dedos entrecruzados, era un manojo de nervios. Charlamos toda la tarde entre visita y visita. Ella me miraba con cara de no entender dónde estaba y la verdad que yo creo que tampoco lo sabía.
Yo le conté que para mí nuestro país estaba como la India, una casta privilegiada vivía sin tomar en cuanta las necesidades del pueblo y quien no pertenecía a ella tenía un solo deber y un único derecho: trabajar y morirse de hambre. “Eso queremos cambiar nosotros Chinita”, recuerdo que le dije, fue entonces que sonrió y tímidamente bajó su mirada de pómulos enrojecidos.

La Patria es un dolor que no tiene bautismo
 Con el tiempo me contó que había llegado tarde ese día al Luna Park. Cuando llegué, me dijo, lo primero que hice fue buscarte con la mirada, reconocí a varios pero a vos no te veía, mientras tanto me venían a saludar distintos compañeros, al final se acercó Homero Manzi con su sonrisa cómplice y me dijo: ya sé lo que estás buscando, Eva, mirá allá en primera fila, ves que hay un grupo de gente parada alrededor de algo, en el medio, sentado, está Perón. Esperá un poquito a que recomience la función, en ese momento todos vuelven a su sitio, a su lado están todas las butacas vacías. No hace falta que te explique nada más, no?.
Aquella muchacha voluntariosa no podía agotarse en la ayuda a los desheredados de San Juan. La fe y la conducta de los verdaderos revolucionarios, la firmeza y la valentía que sólo había encontrado en un pequeño grupo de hombres, estaba resumida en la figura delicada y diminuta de quien sería con todo merecimiento y con todo el honor que presupone, la mujer del pueblo.

La Patria que late 
yo nunca quise que Evita se transformara alguna vez en una mujer de la “política”. Ella era mi mujer y como tal “hacía política”.
 Evita terminó de una vez y para siempre con la imagen pasiva de la mujer en la política argentina y lo hizo desde el sitio más encumbrado al que podía aspirar una mujer, que es el de Primera Dama, porque demostró no sólo que la pasividad no es sinónimo de virtud sino que ese puesto de Primera Dama, debe ser una extensión de la obra del gobierno. En eso quizá Evita fue más allá de lo previsto e incomodó a hombres que no podían tolerar que una mujer consolidara su imagen por mérito propio y a la vez porque consideraban que la política social era sinónimo de dádiva y quienes la otorgaban eran los únicos dignos y demostraban serlo mediante la beneficencia.
Evita dejó en claro que la dignidad es inherente al ser humano y que lo único indigno de esta historia es que hubiese gente muriéndose de hombre y otros que no tengan el recurso de contar todo lo que tienen.
  Un dolor que devora
 La obra social de la Fundación señaló el lapso de la historia argentina en la cual el pueblo fue interpretado por sus gobernantes. De esa época es una anécdota singular: Una noche me expuso el Programa, parecía una máquina de calcular. Por fin le di consentimiento, pero le pregunté: ¿y el dinero para todo esto?. Ella me miró con una sonrisa y me dijo: “es simple, comenzaré por el tuyo”. ¿Con el mío?, le pregunté, ¿cuál?. “Tu sueldo de Presidente”.
El primer Decreto de protección de la Fundación fue creado por mi mujer mientras comíamos. No estaba lleno de artículos, pero fue más drástico que cualquier otro escrito. Y el último Decreto también. Estando en su lecho de enferma me dijo: “Escuchame Perón, no olvides a los pobres, no olvides a los grasitas, no dejes de ayudarlos”.
Tuvo desde el primer momento de su enfermedad, el presentimiento y acaso la certeza de su destino irremediable. Promediaba 1951 cuando se presentaron los primeros síntomas que mantuvo en secreto hasta noviembre tomando aspirinas. Nunca se le informó la verdad de su diagnóstico pero su extraordinaria inteligencia penetró el secreto médico. De allí que toda su actividad, entre la operación y la muerte, estuviese llena de premoniciones definitivas. Hablaba de su muerte con naturalidad, agregaba: “lo digo por lo que pudiera suceder, a lo mejor el día que salga para la Secretaría se me cae una sonrisa encima y se acabó”.
El 17 de octubre de 1951 dijo en su discurso: “Estoy segura de que pronto estaré con ustedes. Pero si no llegare a estar por mi salud, ayúdenlo a Perón, sigan fieles a Perón”.
El 1º de mayo agregó: “Yo saldré con el pueblo trabajador. Yo saldré con las mujeres del pueblo. Yo saldré con los descamisados de la Patria, muerta o viva, para no dejar en pie un solo ladrillo que no sea peronista”.
  Amada Inmortal
 “…Soy muy chiquitita para tanto dolor”.


Todavía no sabemos por qué la vida se ensaña con los seres más nobles. A veces creo que después de Jesucristo, la inmortalidad y el ejemplo son cuestiones que están reservadas sólo a los mártires.
Nuestro joven país, que en su corta vida ha martirizado a tantos, no posee sin embargo el halago de acumular vidas ejemplares.
Sinceramente, estoy seguro de que ninguno de nosotros reclama con desesperación por la aparición de este tipo de cualidades, pero estoy convencido de que muchos de nosotros simpatizaríamos con aquellos ciudadanos que puestos a ocupar cargos de responsabilidad pública, sientan por lo menos vergüenza al hojear los testimonios de la obra que han dejado para la posteridad, seres como la Sra. Eva Perón, cuya ofrenda y rectitud la han consagrado única dentro de los pliegues de la memoria colectiva. “…yo he besado a mis descamisados sabiendo muchas veces que estaban enfermos, tuberculosos, leprosos. Siempre dije que Dios no me mandaría tanto dolor, porque yo todo lo hacía por los pobres y ahora me manda esto. Es demasiado, pero si Dios lo manda, bien está”.
“Yo no me quejo de todo lo que me toca. Dios sabe lo que hace. Hay gente que vive sólo para sí y muere sin dolor. Yo viví siempre para los demás. Dios ha de hacer justicia después. Quizá en eso consista mañana mi única gloria, en haber sabido decir toda la verdad acerca de los grandes amores de mi vida, tal como yo lo vivo, lo siento y lo sirvo. Porque el amor no se entiende ni se completa si no se lo sirve. Para mí amar es servir. Por eso toda mi vida tiene una explicación tan fácil. Todo el secreto consiste en que he decidido servir a mi pueblo, a mi Patria y a Perón. Y sirvo porque amo. Sirvo al pueblo, porque primero el pueblo ganó mi corazón y porque Perón me enseñó a conocerlo más y por lo tanto a quererlo mejor. Y sirvo a la Causa de Perón y a Perón mismo como puedo, aunque reconozco que servir a Perón es lo mismo que servir al pueblo y lo reconozco con alegría”.
“¿Acaso en eso no está la clave de mi propia vida?.

sábado, 18 de agosto de 2012

17 de Octubre de 1945


Recuerdos del General
Extracto del libro “Yo Perón” de Enrique Pavón Pereyra
Capítulo “la primavera llegó tarde” <pag. 188 y subs.

Habían venido a verme varias personas con la intención de trasladarme las nuevas informaciones.. En un momento estábamos, el general Tanco, Quijano, Velazco, Antille, Pistarini, De la Colina, Benítez, Lucero, Molina, Uriondo, Herrera y yo. La gente entraba y salia, también estaba el Dr. Mazza y otros que ya no recuerdo. Mantuvimos una larga conversación. Estaban todos muy emocionados y con una confianza ciega en el futuro. Me dijeron sobre la gran marea humana, sobre los intentos infructuosos de Farrell para calmar a la multitud. Sobre las promesas de Avalos de que no se eliminarían las conquistas sociales. Yo lo miré a Tanco y le pregunté: ¿Hay mucha gente?...¿Realmente hay mucha gente…che?...Nunca lo había tuteado. Habría muchas cosas que a partir de ese día haría por primera vez.
Mientras tanto, Plaza de Mayo estaba sitiada y el general Avalos dentro de la Casa Rosada era un león enjaulado en el centro de la tormenta. Miles de trabajadores se habían instalado en las puertas del Hospital Militar. Al final, Avalos pudo salir del confinamiento popular y vino a hablarme. Conversó conmigo sobre la situación y me expresó sus deseos de que hablara al pueblo para calmarlo e instarlo a que se retirara de Plaza de Mayo. Al atardecer me llamó Farrell con el mismo objeto; y también me visitó Pistarini, siempre con el oportuno consejo y buen juicio de su experiencia. Después me enteré que Farrell. Avalos y Vernengo estuvieron virtualmente sitiados en la Rosada y sin saber qué hacer. Vernengo le propuso a Avalos disolver el problema a balazos a lo cual Avalos le contestó que lo debía decidir el Presidente. Farrell se negó. El no iba a tirar contra el pueblo. Claro, presos allí….¡Encima pretendieron dirigir alguna palabra y recibieron insultos…!.
Al final me fueron a buscar…Yo pedí varias condiciones: la primera fue que Vernengo se mandase a mudar. Después, desde allí, llamé a los dirigentes obreros, nos encontramos todos con Farrell y llegamos a un acuerdo. Los obreros sostenían que todos, incluso Farrell, habíamos sido traicionados por agentes de la oligarquía, entonces exigían la renuncia de todo el gabinete y de los traidores. Así se hizo.