La Amada Inmortal
1952 - Eva Perón – 2012
ALBERTO CARBONE
Profesor de Historia
F. Filosofía y Letras
UBA
UOMRA Secciona San Martín
Evita es la Bandera
“…y aunque deje en el camino jirones de mi vida, yo sé que un día ustedes recogerán mi nombre y lo llevarán como bandera a la victoria”.
Entre tantos que en esos días llegaron a mi despacho, pasó por él otra vez esa mujer tan endeble como tierna, tan bella como decidida. De aspecto frágil pero de voz resuelta, de larga cabellera que dejaba caer sobre su espalda y de ojos tan afiebrados como decididos. Eva Duarte, actriz de teatro que quería una misión cualquiera. Yo la miraba y sentía que sus palabras me conquistaban, estaba casi subyugado por el calor de su voz y de su mirada. Eva era pálida pero mientras hablaba, su rostro se encendía como una llamarada. Tenía las manos enrojecidas y los dedos entrecruzados, era un manojo de nervios. Charlamos toda la tarde entre visita y visita. Ella me miraba con cara de no entender dónde estaba y la verdad que yo creo que tampoco lo sabía.
Yo le conté que para mí nuestro país estaba como la India, una casta privilegiada vivía sin tomar en cuanta las necesidades del pueblo y quien no pertenecía a ella tenía un solo deber y un único derecho: trabajar y morirse de hambre. “Eso queremos cambiar nosotros Chinita”, recuerdo que le dije, fue entonces que sonrió y tímidamente bajó su mirada de pómulos enrojecidos.
La Patria es un dolor que no tiene bautismo
Con el tiempo me contó que había llegado tarde ese día al Luna Park. Cuando llegué, me dijo, lo primero que hice fue buscarte con la mirada, reconocí a varios pero a vos no te veía, mientras tanto me venían a saludar distintos compañeros, al final se acercó Homero Manzi con su sonrisa cómplice y me dijo: ya sé lo que estás buscando, Eva, mirá allá en primera fila, ves que hay un grupo de gente parada alrededor de algo, en el medio, sentado, está Perón. Esperá un poquito a que recomience la función, en ese momento todos vuelven a su sitio, a su lado están todas las butacas vacías. No hace falta que te explique nada más, no?.
Aquella muchacha voluntariosa no podía agotarse en la ayuda a los desheredados de San Juan. La fe y la conducta de los verdaderos revolucionarios, la firmeza y la valentía que sólo había encontrado en un pequeño grupo de hombres, estaba resumida en la figura delicada y diminuta de quien sería con todo merecimiento y con todo el honor que presupone, la mujer del pueblo.
La Patria que late
…yo nunca quise que Evita se transformara alguna vez en una mujer de la “política”. Ella era mi mujer y como tal “hacía política”.
Evita terminó de una vez y para siempre con la imagen pasiva de la mujer en la política argentina y lo hizo desde el sitio más encumbrado al que podía aspirar una mujer, que es el de Primera Dama, porque demostró no sólo que la pasividad no es sinónimo de virtud sino que ese puesto de Primera Dama, debe ser una extensión de la obra del gobierno. En eso quizá Evita fue más allá de lo previsto e incomodó a hombres que no podían tolerar que una mujer consolidara su imagen por mérito propio y a la vez porque consideraban que la política social era sinónimo de dádiva y quienes la otorgaban eran los únicos dignos y demostraban serlo mediante la beneficencia.
Evita dejó en claro que la dignidad es inherente al ser humano y que lo único indigno de esta historia es que hubiese gente muriéndose de hombre y otros que no tengan el recurso de contar todo lo que tienen.
Un dolor que devora
La obra social de la Fundación señaló el lapso de la historia argentina en la cual el pueblo fue interpretado por sus gobernantes. De esa época es una anécdota singular: Una noche me expuso el Programa, parecía una máquina de calcular. Por fin le di consentimiento, pero le pregunté: ¿y el dinero para todo esto?. Ella me miró con una sonrisa y me dijo: “es simple, comenzaré por el tuyo”. ¿Con el mío?, le pregunté, ¿cuál?. “Tu sueldo de Presidente”.
El primer Decreto de protección de la Fundación fue creado por mi mujer mientras comíamos. No estaba lleno de artículos, pero fue más drástico que cualquier otro escrito. Y el último Decreto también. Estando en su lecho de enferma me dijo: “Escuchame Perón, no olvides a los pobres, no olvides a los grasitas, no dejes de ayudarlos”.
Tuvo desde el primer momento de su enfermedad, el presentimiento y acaso la certeza de su destino irremediable. Promediaba 1951 cuando se presentaron los primeros síntomas que mantuvo en secreto hasta noviembre tomando aspirinas. Nunca se le informó la verdad de su diagnóstico pero su extraordinaria inteligencia penetró el secreto médico. De allí que toda su actividad, entre la operación y la muerte, estuviese llena de premoniciones definitivas. Hablaba de su muerte con naturalidad, agregaba: “lo digo por lo que pudiera suceder, a lo mejor el día que salga para la Secretaría se me cae una sonrisa encima y se acabó”.
El 17 de octubre de 1951 dijo en su discurso: “Estoy segura de que pronto estaré con ustedes. Pero si no llegare a estar por mi salud, ayúdenlo a Perón, sigan fieles a Perón”.
El 1º de mayo agregó: “Yo saldré con el pueblo trabajador. Yo saldré con las mujeres del pueblo. Yo saldré con los descamisados de la Patria, muerta o viva, para no dejar en pie un solo ladrillo que no sea peronista”.
Amada Inmortal
“…Soy muy chiquitita para tanto dolor”.
Todavía no sabemos por qué la vida se ensaña con los seres más nobles. A veces creo que después de Jesucristo, la inmortalidad y el ejemplo son cuestiones que están reservadas sólo a los mártires.
Nuestro joven país, que en su corta vida ha martirizado a tantos, no posee sin embargo el halago de acumular vidas ejemplares.
Sinceramente, estoy seguro de que ninguno de nosotros reclama con desesperación por la aparición de este tipo de cualidades, pero estoy convencido de que muchos de nosotros simpatizaríamos con aquellos ciudadanos que puestos a ocupar cargos de responsabilidad pública, sientan por lo menos vergüenza al hojear los testimonios de la obra que han dejado para la posteridad, seres como la Sra. Eva Perón, cuya ofrenda y rectitud la han consagrado única dentro de los pliegues de la memoria colectiva. “…yo he besado a mis descamisados sabiendo muchas veces que estaban enfermos, tuberculosos, leprosos. Siempre dije que Dios no me mandaría tanto dolor, porque yo todo lo hacía por los pobres y ahora me manda esto. Es demasiado, pero si Dios lo manda, bien está”.
“Yo no me quejo de todo lo que me toca. Dios sabe lo que hace. Hay gente que vive sólo para sí y muere sin dolor. Yo viví siempre para los demás. Dios ha de hacer justicia después. Quizá en eso consista mañana mi única gloria, en haber sabido decir toda la verdad acerca de los grandes amores de mi vida, tal como yo lo vivo, lo siento y lo sirvo. Porque el amor no se entiende ni se completa si no se lo sirve. Para mí amar es servir. Por eso toda mi vida tiene una explicación tan fácil. Todo el secreto consiste en que he decidido servir a mi pueblo, a mi Patria y a Perón. Y sirvo porque amo. Sirvo al pueblo, porque primero el pueblo ganó mi corazón y porque Perón me enseñó a conocerlo más y por lo tanto a quererlo mejor. Y sirvo a la Causa de Perón y a Perón mismo como puedo, aunque reconozco que servir a Perón es lo mismo que servir al pueblo y lo reconozco con alegría”.
“¿Acaso en eso no está la clave de mi propia vida?.
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