Las tres argentinas
Al calor de los festejos de efemérides varias, los argentinos, generalmente solemos obviar que nuestro país es tal, con nombre propio, recién a partir de su constitución como Nación. Esta circunstancia, clara y precisa, fue efectiva a partir de la formalidad expresada en texto con el nombre de Constitución Nacional, recién en el año 1853.
Hace casi ciento sesenta años, parece lejano en el tiempo, pero no tanto si tenemos en cuenta que otros pueblos americanos han formalizado su constitución cuarenta o cincuenta años antes que nosotros, para no mencionar a los EE.UU, cuyas ideas liberales de 1776, para algunos cruzaron el mar y aportaron lo suyo a la Revolución Francesa.
1.- La Nación de los “hidalgos”
Para mediados de Siglo XVIII, el territorio argentino estaba constituido por regiones de carácter autónomo, gobernadas por liderazgos de profunda raigambre popular y localista. Estaba en pleno apogeo la dicotomía ideológica cimentada entre dos posturas: Unitarios y Federales, para muchos nuestros dos primeros Partidos Políticos. Cada región o provincia postulaba ambos preceptos, porque en cada lugar existían referentes de ambos. Las oligarquías locales pugnaban por el unitarismo, sabiendo que la defensa del liberalismo a ultranza era perfectamente asimilable a sus intereses económicos. Las mayorías populares del interior del país, en cambio, militaban detrás del caudillo y sobrevivían a través de las actividades artesanales de específico cuño cultural, bregando por su defensa y sostenimiento y descansando en la protección del líder.
La falsa dicotomía Buenos Aires-interior del país, podía definirse sí y sólo sí tomamos a la provincia del Plata como el centro de las decisiones políticas del Partido Unitario.
Un Partido Unitario que después del estrepitoso fracaso de 1826 con la experiencia rivadaviana, había perdido posiciones y padecía desde Buenos Aires a la figura del Restaurador Rosas como el maldito epílogo de aquel fallido resultado liberal que nos llevara a la guerra contra el imperio brasileño.
Al fin, el día 3 de febrero de 1852, las fuerzas de la reacción contra el denominado “Tirano” se hicieron fuertes al conjuro de la ayuda brasileña, británica y francesa y con el ímpetu de Urquiza, gobernador Federal de Entre Ríos, nombrado por el propio Rosas general en jefe del Ejército Grande, triunfarían en la Batalla de Caseros y con ella se lograría la caída del Restaurador, quien había gobernado Buenos Aires con la Suma del Poder Público desde 1829.
Lo que sucederá a partir de 1853, a partir de la convocatoria a la Constitución Nacional, no será otra cosa que el logro del reconocimiento legal del poder de las elites por sobre los intereses del conjunto de las mayorías populares representadas por los denominados caudillos del interior.
La implantación constitucional llegaría para legitimar el liderazgo que podríamos denominar de “clase”. A partir de entonces, el sector social descendiente directo de las familias españolas más puras, autoconvocados ante lo que consideraban una indefinición política nacional frente a un territorio desmembrado y autodenominados como una legítima aristocracia de sangre herederos del más precioso bagaje cultural europeo en América, implantarían “una nación en el desierto argentino”. Tal es el nombre del libro del historiador argentino don Tulio Halperin Donghi.
Los “patricios”, tenían con qué hacerlo y además sabían por qué había que hacerlo.
Las vastas extensiones de tierra virgen en manos aborígenes, que eran considerados seres execrables, eran pretendidas por la elite como fuente de poder y de acumulación originaria de riqueza. Para ello era imperioso tomar posesión definitiva garantizando en el tiempo la imposibilidad del reclamo de los originarios.
Fue así que después de los gobiernos de Urquiza y Derqui, la provincia de Buenos Aires recuperará el mando de lo que ya denominaban como el país de los argentinos. El general Mitre ocupó el cargo presidencial desde 1862, iniciando la etapa de las “presidencias históricas”, seguido por Sarmiento 1868, Avellaneda en 1874 y Roca desde 1880 a 1886.
Fin del siglo XVIII (estimación) 300.000-380.000
1869 1.877.490 hab.
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1895 3.954.911 hab.
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1914 7.885.227 hab.
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1939 14.484.657 hab.
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1947 16.108.573
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1960 20.959.100
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1970 23.375.000 hab.
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1980 27.720.000 hab.
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1990 (proyección) 32.356.000 hab.
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Con el objetivo cierto y unívoco de la incorporación de territorio al patrimonio de la elite, el general Roca emprendió la “Campaña al Desierto”, con ella, más de quince mil leguas pasaron al Estado Argentino deparando la muerte o esclavitud de miles de aborígenes de culturas diversas.
El Estado Nacional dispensará en “suertes de tierra”, a la manera de los encomenderos de indias, las extensiones conquistadas, para beneficio de las familias patricias.
La Argentina expandió su frontera, que al servicio del mercado externo se transformó en agrícola, otorgando ese perfil, agrícola ganadero exportador a su economía.
Un país a imagen y semejanza del sector “más sano” de la población.
Comparemos por un instante la situación por la que atravesaban en esos momentos los EE.UU de América, que lejos de ser una economía complementaria con la Argentina, se manifestó por sus beneficios naturales similares a nuestro país como ciertamente competidor. En ese momento, EE.UU, también expandía su frontera agrícola expulsando al indio hacia lo recóndito, pero a la vez, propiciaba la consolidación del crecimiento industrial, definiéndose como economía diversificada. Nuestro país, se especializó en lo que desde hace tiempo denominan Comodities, materializando su crecimiento “hacia afuera”, para el mercado exterior.
La proliferación de millones de inmigrantes, contribuyó premeditadamente a la obtención de mano de obra especializada en el campo de fuertes características dóciles y esperanzadas en la utopía del mejoramiento de sus condiciones de vida, tan difíciles en Europa.
El primer censo de 1869 la población argentina no alcanzaba a 2 millones de habitantes. Por otra parte, ya para 1920, un poco más de la mitad de quienes poblaban la ciudad más grande, Buenos Aires, eran nacidos en el exterior. De acuerdo a la estimación efectuada por Zulma Recchini de Lattes, la población argentina, que de acuerdo al censo de 1960 era de aproximadamente 20 millones de habitantes, si no hubiese existido el aporte de la corriente inmigratoria proveniente de Europa, y en menor medida, la proveniente de Medio Oriente, sólo hubiera tenido para ese entonces poco menos de 8 millones de pobladores
Además, la instauración de una política educativa liberal y laica, a través de la Ley de Educación Común N° 1420, efectuada en el gobierno de Roca, contribuyó, tal vez sin propiciarlo, al ascenso social de esas capas pobres de la población inmigrante, por vía directa de sus hijos que al finalizar el Siglo y en el primer tercio del XX, conformarían los grupos sociales que podríamos denominar “intelectuales pobres”, que al poco tiempo reclamarían otro estatuto social que los integre a las decisiones políticas más importantes.
2.- La Patria “plebeya”
"los mexicanos descienden de los aztecas, los peruanos de los incas,
y los argentinos....de los barcos"...
Octavio Paz
La intencionalidad de “poblar” el “desierto”, su maravillosa eficacia se hizo elocuente y suscitó la controversial hipótesis de imaginar un país sin basamento cultural propio, abigarrado de costumbres, creencias, valores disímiles que tornasen difícil ponderar con criterio lógico, las características identificadoras de la Nación que crecía.
Aquel temor que latía entre las capas dirigentes comenzó a fluir sin pausa a principios del Siglo XX con la llegada de ideologías políticas de elevado sesgo crítico social y con un reclamo tenaz por la defensa de la igualdad de oportunidades.
Mientras el Anarquismo y el Socialismo Utópico comenzaron a manifestarse entre los sectores del trabajo fabril y en menor grado en la campaña, los estertores en defensa de la participación dentro del status quo imperantes, se comenzaron a escuchar dentro de los claustros universitarios. El estudiantado hijo de la inmigración comprendió que estaba desheredado de la posibilidad que tenían sus propios compañeros de estudio universitario, descendientes de la elite poseedora.
El movimiento juvenil no se hizo esperar. Nació la Unión Cívica de la Juventud. Dio a la luz con un importante Mitin en el centro de la ciudad portuaria del Plata en 1890, conocido como la “Revolución del Parque”.
En esos días Alem obtuvo para la revolución el apoyo del general de brigada Domingo Viejobueno, jefe del Parque de Artillería ubicado en la Plaza Lavalle, a poco menos de mil metros de la Casa Rosada.
En junio de 1890 el gobierno entró en cesación de pagos de la deuda externa que mantenía con la casa Baring Brothers, hecho que causó un gran descontento entre los inversores extranjeros
Ese mismo mes la Junta Revolucionaria quedó integrada por Leandro Alem, Aristóbulo del Valle, Mariano Demaría, Juan José Romero, Manuel A. Ocampo, Miguel Goyena, Lucio V. López, José María Cantilo, Hipólito Yrigoyen, los generales Manuel J. Campos y Domingo Viejobueno, los coroneles Julio Figueroa y Martín Irigoyen, y el comandante Joaquín Montaña.
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El levantamiento que provocó la renuncia del Presidente de la Nación Miguel Juárez Celman y su reemplazo por el Vice: Carlos Pellegrini, se sostuvo en el tiempo a pesar del suicidio de su líder, que sería reemplazado por su sobrino Hipólito Yrigoyen.
El nuevo liderazgo impondría el concepto de “Régimen” a los sucesivos gobiernos de la elite, y reclamaría por el Voto Universal, Secreto y Obligatorio, para consolidar el triunfo de la “Causa” del pueblo.
La aristocracia del poder económico, comenzaba a luchar contra una utopía: el reconocimiento de la Patria de la Plebe.
Al fin, 1912 fue el año en que el Presidente Roque Sáenz Peña, consagró la Ley que lleva su nombre y el comienzo de una nueva etapa política, que triunfa en 1916 con el ascenso de Yrigoyen a la Primera Magistratura.
La Unión Cívica Radical gobernaría hasta 1830. Primero don Hipólito Yrigoyen, posteriormente Marcelo T. de Alvear, (1922-1928) y la segunda presidencia de Yrigoyen hasta el golpe de Estado de Uriburu (1930).
Nació así la Argentina plebeya y la lucha de la elite por cooptar voluntades de los recién llegados. Una batalla que no pudieron ganar a pesar de haber logrado partir al radicalismo en el Congreso Nacional, durante el interregno de Alvear.
La desesperación de la elite por recuperar espacios de poder, alcanzó su justificativo cuando a casi dos años del segundo mandato de Yrigoyen se produjo la crisis de la Bolsa de Comercio de Nuevo York.
La gran depresión económica precipitó la caída de la producción mundial y la catástrofe norteamericana se expandió sobre todo en el derrotero de los países periféricos.
La Argentina se deprimió al compás de la inestabilidad laboral y productiva, basada ampliamente en sus recursos agrícolas y ganaderos.
El porcentaje de trabajadores de la industria manufacturera no era significativo aún en nuestro territorio y por ende, escasa sus posibilidades de reaccionar a favor del gobierno democrático. Sin embargo, las bases de una incipiente industrialización, amparada en la política radical durante aquel lapso de tres gobiernos, fue poco a poco dando el marco efectivo de crecimiento que la dictadura no pudo frenar, a pesar de los intentos de control político orquestado con Uriburu y después de este en el gobierno del general Justo, en tiempos de la tristemente célebre “Década Infame”.
Fue precisamente en esta época, que se produjo un acuerdo entre el gobierno y los sectores conservadores, con el objeto de sostener la economía local, que se ahogaba sin el amparo de la necesarias exportaciones de manufacturas que no llegaban a puerto y la problemática de la desocupación en amplios sectores, que parecía sin solución de continuidad. Es así que el mismo gobierno conservador propugna por la política de “Sustitución de Importaciones”, de la mano de su mentor, ministro de economía de Agustín P. Justo, el Dr. Federico Pinedo.
“La vida económica del país gira alrededor de una gran rueda maestra que es el comercio exterior. Nosotros no estamos en condiciones de reemplazar esa rueda maestra, pero estamos en condiciones de crear, al lado de ese mecanismo, algunas ruedas menores que permitan cierta circulación de la riqueza, cierta actividad económica, la suma de la cual mantenga el nivel de vida del pueblo a cierta altura”.
Dr. Federico Pinedo.
Ministro de Economía de la “Década Infame”
A partir de esta circunstancia habría que ponderar dos situaciones que posteriormente, tendrán gran relevancia para los acontecimientos políticos. 1°.- La instalación sin pausa de importantes núcleos fabriles en la ciudad de Buenos Aires y en el Conurbano Bonaerense, destinados a producir manufacturas otrora importadas. 2°.- El fenomenal aluvión de argentinos de provincias diversas, que sin actividad en su tierra producto de la baja estrepitosa de la demanda de exportación agrícola, se instalaron en la ciudad Capital y en sus alrededores, con el objeto de obtener trabajo y restablecer su escasa calidad de vida. Podemos asignarle a este evento el surgimiento de los primeros asentamientos precarios masivos, surgiendo al calor de las necesidades laborales y sociales.
3.- La Patria “populista”
A la luz de los acontecimientos que se precipitaron en todo el mundo con posterioridad a la segunda Guerra, y analizando las vicisitudes por las que atravesó nuestro país en ese contexto, jamás podríamos atribuirle al entonces coronel Perón, las cualidades perniciosas propaladas contra él, o asignarle dotes de gran demiurgo transformador de una sociedad en otra de símbolos claramente opuestos.
Es cierto que Perón fue sin dudas, un gran observador de la realidad y un brillante ejecutor de las políticas orientadas a satisfacer las demandas de un amplio sector postergado durante largo tiempo. Pero también es verdad, que la vigencia del denominado “estado de bienestar” ya estaba en marcha en el mundo, como reflejo de largos años de una agonía que atravesaba la cotidianidad de millones de seres.
Su desempeño en el GOU lo manifiesta. La clara visión de que el Estado debía responder con rapidez y con creces a aquellas demandas, lo consagra en una actividad intensa y sin descanso. Una estrategia de acumulación de poder que lo transformaría en menos de dos años, en el argentino más conocido en el mundo.
Podemos decir que con Perón nació en nuestro país, el tiempo del Pueblo. El ascenso de los “invisibles”, del sector social que nadie tenía en cuenta.
Quizá la argucia mayor, la más inteligente, fuera la capacidad de ponderar a ese sector como la fuerza capaz de imprimir tensión del otro lado de la cuerda. “A la fuerza brutal de la antipatria, opondremos la fuerza popular Organizado” diría Perón.
El corazón de la actividad de gobierno fue su Doctrina, amparada en la política de acción social y cimentada definitivamente por la labor de su mujer, quien acompañó con su esfuerzo la consolidación de aquel lazo de unidad entre el Movimiento Obrero y el Presidente. Surge el culto a la personalidad como un condimento indispensable para sellar ese acuerdo social.
Fue Perón, capaz de advertir que también en política, el hilo se corta por lo más delgado y que la garantía del Voto no significa suficiente solidez como para desempeñarse con total libertad en la Primera Magistratura, si el poder económico no permanece controlado.
La Ley, la Constitución Nacional, amparan y resguardan a la Instituciones de la Nación, pero sí y solo si esas Instituciones están defendidas y amparadas por el ímpetu de la movilización popular.
Estamos hablando de que una democracia electiva se torna efectiva entendida como democracia participativa. Pero la participación no termina en el “cuarto oscuro”, allí comienza, y deberá defenderse en la calle al calor de miles y a través de la movilización.
En el inconsciente colectivo del peronismo se patentiza la frase: “La génesis estructural de aquellos cambios que refundaron el país fue obra original de nuestra gente”. Porque sucedió que de la conciencia de aquellos trabajadores “nuevos” como manifiestan los historiadores Murmis y Portantiero, surgió la advertencia de que había llegado la “hora del pueblo” y que sólo emergiendo de sus penurias y postergaciones y alzados unidos y sin violencias podrían reclamar su lugar en la historia.
Podemos decir que de alguna manera, el Peronismo fue entonces, el catalizador de tanta ebullición, y su líder, el artífice principal para que aquel conglomerado humano hallase el cauce preciso e imprescindible para encaminar los objetivos.
Así, el día 24 de febrero de 1946, “las elecciones más limpias de la historia argentina”, al decir de la oposición, la Unión Democrática, se constituyó en el paso trascendente y eficaz que procuró e hizo efectiva la inclusión social de millones de olvidados y el pueblo, entonces, que evidentemente no olvida, hizo carne de su carne al Peronismo y fue capaz de dar su vida para defenderlo.
El eje paradigmático de aquel gobierno está definitivamente cimentado en el rol que le cupo al Estado.
Dos pilares de protección política construyó el gobierno de entonces, por un lado, el robustecimiento del Estado como factor decisivo de decisiones económicas, por el otro, la consolidación del poder real en manos del Movimiento Obrero. Con ambos instrumentos, el Peronismo intentaría sostener en el tiempo un Modelo de crecimiento económico y social que incorporase a la Clase Media y que se sostuviese independiente de las intencionalidades de reedición neoliberal del sector de la elite. El golpe de Estado de 1955, demostraría que las pretensiones de protagonismo de la oligarquía estaban intactas.