viernes, 14 de septiembre de 2012

Peronismo


El Retorno del general Perón

17 DE NOVIEMBRE DE 1972

 

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Yo adivino el parpadeo de las voces
que a lo lejos van marcando mi retorno

Perón-Rucci-Abal Medina
 
 

                               Por Alberto Carbone


El general Onganía había fracasado estrepitosamente. Pretencioso, había estimado la eternidad para su mandato y aguantó sólo cuatro años en el cargo.

Los militares resolvieron convocar a Levingston para la transición democrática. No por casualidad. Un general opaco, mediocre, pero tan falto de sentido común como cualquier otro oficial de la época, efectuó una lectura equivocada de la realidad, creyéndose un legítimo salvador, capaz de intimidar a sus pares, con quienes se distanció, y de eclipsar a la clase política, apartando de un plumazo a los miembros del grupo que conformaba la “Hora de los Pueblos”. Al fin, otro escenario popular callejero, el posteriormente denominado “Viborazo”, último estertor del “Cordobazo”, movimiento que expulsara del Poder a Onganía, echó por tierra las veleidades de Levingston, de estadista genial.

En realidad había un hombre fuerte en la Fuerzas Armadas. El general Alejandro Agustín Lanusse, quien se decidió a asumir la presidencia. Dicen algunos que para que las cosas salgan bien las tiene que hacer uno mismo. Parece que don Alejandro Agustín lo advirtió y puso manos a la obra, el 26 de marzo de 1971.

Lanusse tenía una estrategia. Las anteriores, basadas en la proscripción del Peronismo, habían fracasado. Evidentemente, la “idea lanusseana” era instalar un civil en la Rosada con acuerdo peronista, pero un civil que no se apellidara Perón.

Mientras tanto, el propio Perón ampliaba su base de apoyo político entre los sectores medios y estudiantiles. La retirada decorosa del gobierno militar no cuajaba con la impresión que los jóvenes tenían de los uniformados.

El nuevo Presidente entonces, mucho más inteligente que sus predecesores, lanzó el Gran Acuerdo Nacional (GAN), promoviendo solapadamente que el Peronismo admitiera que el gran candidato de la unidad nacional fuese un civil no peronista o el propio general Lanusse. Como muestra de lo que suponía expresión de consenso, nombró a un radical como ministro del interior, el Dr. Arturo Mor Roig, quien comenzó a reunirse con el delegado personal de Perón, Jorge Daniel Paladino.

Para Lanusse, el pacto con Perón sería efectivo. Durante meses se mantuvieron reuniones secretas, en la que participaban también el embajador argentino en España brigadier Jorge Rojas Silveira y el coronel Cornicelli. Mientras tanto Lanusse restituyó al Líder el grado militar, los sueldos adeudados y cerró las causas judiciales abiertas desde el año 1955.

En el mes de febrero de 1972, Perón expuso una nueva tesis titulada “La única verdad es la realidad”, reclamando el llamado urgente a elecciones para comenzar a reconstruir el país, que describía como en ruinas. Propuso la inmediata reducción impositiva, la promoción del crédito, la protección urgente de la industria nacional, la elevación del salario. Advirtió que las Fuerzas Armadas estaban acorraladas y que la intención de proscribirlo como candidato sería inútil.

Casi inmediatamente tomó la iniciativa respondiendo con dos decisiones. Primero reemplazó a Paladino por Cámpora como delegado personal, con la seguridad de que el viejo dentista don Héctor, antiguo militante y diputado de la primera época, cambiaría este favor con lealtad absoluta, Esa cualidad de la que el líder dudaba de Paladino y segundo eligió a Julián Licastro y a Rodolfo Galimberti como delegados de la juventud, sector social cada vez más amplio y militante dentro de la esfera partidaria.

Comenzaría una época de fusión juvenil, de integraciones y distanciamientos, que reservaremos para analizar en otro momento puntualmente y que su desarrollo motivara altibajos en la relación entre esos muchachos y su viejo líder, divergencias de diversa índole de las que ambos protagonistas son responsables por acción y por omisión. Pero digamos que a partir de ese entonces se fueron gestando distintos sectores juveniles con variadas intencionalidades, que al parecer el propio Perón dejó fluir en la certeza personal de que una vez en el gobierno podría disciplinarlas.

Para mediados del año 1972, Perón declaró a la prensa el hostigamiento del gobierno de facto, que le proponía que no fuese candidato y hasta divulgó la intención de ofrecerle dinero para que se autoexcluya de la contienda electoral. Tenía cintas grabadas de cada conversación. La situación dio un vuelco, Lanusse lanzó su ofensiva abierta y descarada contra el viejo líder, primero se autoexcluyó como candidato él mismo y segundo anunció que a partir del 25 de agosto de 1972, cualquier candidato a Presidente de la República debería fijar residencia en nuestro país. Como por otra parte presumía que el viejo caudillo, tanto tiempo exiliado, aún en el triunfo no sería capaz de acumular una diferencia amplia de votos, estableció que para ganar, el primero debería poseer más del cincuenta por ciento de los votos legítimamente emitidos o de lo contrario someterse a una segunda vuelta electoral. Procedimiento nuevo en Argentina y especialmente dirigido a problematizar el triunfo Peronista en caso de acontecer.

Por supuesto que Perón rechazó de plano esta nueva instancia de la que se burló con sorna.

Lanusse continuó con su metodología de golpear antes y propuso ante los medios de difusión la oferta de enviarle un pasaje de avión al líder para que llegue en tiempo y forma antes de la fecha prevista, advirtiendo que de no ser así quedaría plasmado en forma incontrastable que a Perón no le daba el cuero para volver.

La situación estaba cambiando rápidamente. El gobierno de facto se mostraba incapaz de enfrentar a los grupos guerrilleros que paulatinamente ganaban en confianza a través de distintos operativos. El ERP secuestraba empresarios y los Montoneros y las FAP arreciaban contra la oficialidad del Ejército. Un grupo de detenidos de ambas Organizaciones en el Penal de la ciudad de Rawson, tomaron las instalaciones y se fugaron más de veinte guerrilleros. Una mala sincronización entre ellos y los que ayudaban fuera del penal, impidió que todos llegaran juntos al Aeropuerto local y el avión preparado para la fuga partió con sólo seis personas hacia Chile. Los diecinueve que se apostaron en el edificio pactaron su entrega a través de los medios de prensa y con la palabra del juez especialmente citado para ese convenio.

Posteriormente, la investigación de los hechos demostró que todos los detenidos recuperados fueron pasados por las armas, sólo sobrevivieron tres, quienes informaron minuciosamente sus vivencias a una sociedad profundamente indignada por lo sucedido.

El Partido Justicialista cedió un local para velar a tres de los ajusticiados, pero las fuerzas del gobierno reprimieron salvajemente en el lugar, procediendo al secuestro de los cadáveres.

Perón decidió finalmente retornar al país como prenda de Paz, con fecha 17 de noviembre, promoviendo un Programa consensuado con la CGT y la CGE denominado de Reconstrucción Nacional. Formación del Consejo Económico y Social y la libertad de los presos políticos y gremiales.

Aquel 17 de noviembre, el gobierno de Lanusse cerró todos los caminos que conducían al Aeropuerto de Ezeiza, con más de treinta y cinco mil efectivos, tanques y camiones del Ejército.

La militancia Peronista de cuño gremial y juvenil decidió enfrentar aquellas barreras humanas. Un día frío y de lluvia, que sin embargo estuvo engalanado por la voluntad de miles que avanzaron con tenacidad sobre la imposición y la negativa.

Perón fue alojado en el Hotel del Aeropuerto Internacional, pero destrabó ese entorno gracias a la presión de la gente alrededor del edificio. Ya en su casa de la calle Gaspar Campos, advirtió el temor del Ejército hacia su persona, cuando inmediatamente de su llegada se apoltronaron allí los tanques y los miles de guardias con carros de asalto.

Perón permaneció en el país casi un mes. Todos los días miles de peronistas llegaban a Vicente López a expresarle su cariño.

Otra etapa política y social de ribetes insospechados estaba comenzando en la Argentina. Una historia llena de claros y oscuros se abriría en el futuro de la Patria.

Perón, ese líder místico, y casi profético, el “esperado”, había retornado. Una inmensa masa anónima, reflejaba su felicidad con lágrimas, esas mismas que habían vertido más de una vez, ante la pérdida de tantos militantes que habían entregado su vida por esa Causa. Perón había vuelto para apagar las llamas de una Nación, que lo había estado esperando como al Gran Hacedor, para componer definitivamente las amarguras de un pasado oprobioso.

La Patria de Perón era la Patria Redentora. Ese Milagro de carne y hueso que el tiempo y los hechos posteriores se encargarían de demostrar su exactitud.

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