lunes, 17 de septiembre de 2012

Agenda de la Historia Argentina


Los pasos perdidos

"En un mundo sin alma, no existen los pueblos, sino los mercados; no existe la persona, sino los consumidores; no existen las ciudades, sino las aglomeraciones."
Adolfo Pérez Esquivel (nacido en 1931), escultor y arquitecto argentino.

Por NICOLAS CARBONE

 

Cuando éramos niños, la plaza de mayo era aquél reducto en el que descansaban los sueños de nuestros antepasados, aquéllos que forjaron al país de las cenizas, y que nos ametrallaban con un dogmatismo obsoleto, anticuado; un deber ser de una patria otrora joven, que aunque la mujer de guardapolvo nos intentaba graficar, nosotros no llegábamos a entender del todo.

Fuimos creciendo, y la plaza de mayo era el lugar donde nos congregábamos a reivindicar a los jóvenes de la generación anterior, que también tuvieron sueños, y que las balas pagadas por el imperio destruyeron con una ráfaga con sabor a advertencia.

Ya mayores, la plaza siguió en su lugar. Ella no cambiaba, los que nos transfigurábamos, los que nos hundíamos en el neurotismo de la posmodernidad, éramos nosotros mismos. Y la plaza cada vez más lejana, mantenía los recuerdos esfumados de los gritos de los estudiantes, de los discursos de los trabajadores, y se convertía en un mito que se llevaba todo consigo, desde las patas en la fuente, las bombas que todo lo destruían, y la voluntad política de un pueblo en llamas. La plaza era, entonces, el lugar de descanso de los sueños de los hombres.

El tiempo, nosotros mismos, todo lo barre, lo vuelve niebla y lo condena a un reloj que parece tener mil agujas que giran  y giran en hipocondríaca inmadurez.

En estos días, la plaza volvió a sentir el peso de los zapatos de hombres y mujeres, pero la realidad nos recuerda a veces que no carece de un turbio sentido de ironía. Ese día, la plaza la habitaron los hijos y las hijas de aquél mismo posmodernismo que nos mira de frente y nos confirma que llegó para quedarse. No se trató de una voluntad política ni de una expresión de búsqueda del ser mejor que es obligación del hombre de bien. Ni siquiera se trató de un deseo de volver a tiempos anteriores aunque – se adivina- ése deseo existe y nos plantea un futuro de incertidumbre. No. El cybercacerolazo que los medios de la clase dominante enfocan como una revolución espontánea se presenta como la reacción del hombre derrotado que vomita su propia bronca junto con sus pulmones. Y como la historia tiende a repetirse – más aún, en los pueblos que suelen olvidarla ante el primer grito de “buenas noches, América” – resulta imposible no recordar otras movilizaciones que han acontecido, con o sin sentido partidario. Bienvenidos, entonces, a la cyberpolítica.

Ese día, el sentido común ganó nuevamente la pulseada. Si antes la vida era en sí misma un acto político y las ideas eran las balas de la batalla ideológica, hoy la pantalla se constituye como el nuevo arte de vivir, el nuevo núcleo por el que transcurre la vida misma. La posmodernidad que nos ha sumergido en el mundo de lo efímero nos dispara una nueva manera de vivir el ser, que asombraría – y asustaría – hasta al propio Orwell. Atrás quedaron las ideas, los planteos de cambio constructivos, todo arremolinado en una cybercultura que pone en primer plano lo vivido entre fotos repletas de comentarios vanos dejando afuera todo lo real. En el escenario de la vanidad más neurótica, quedan al desnudo las miserias más ocultas del ser humano, que sólo gusta de los espejos que le devuelven su propio reflejo. Todo se ha perdido. El debate, el conocimiento, el ejercicio del pensar. Todo ha sido consumido por el capitalismo salvaje y las opiniones vagas y vacías se han vuelto tan gratuitas como el aire. Y consumidos por la vorágine, todos nosotros. En nuestros días, la vida como la conocíamos ha dejado de existir. En su lugar, las fotos posando como dicta la moda, las pocas palabras mal escritas a propósito, la degradación de la cultura como valor per se. Y la política, perdida entre las marcas de una sociedad que vive sin pasado y sin futuro, y que apela a un presente sin historia mientras regala a sabiendas el porvenir de todos. Y los exponentes de ésa misma manera nueva de vivir, chambelanes del sentido común para el cual la propiedad privada es el único valor irrevocable, caminaron ayer desde los barrios más pudientes de la ciudad más reaccionaria. No importaba ni el ayer ni el después, siempre y cuando se mantuvieran los preceptos neoliberales que – aún en vista de sus consecuencias – siguen resultándoles dignos de reivindicar con la voz cada vez más alta. No había ni perspectiva histórica ni señal de futuro, sólo el deseo de retorno a un tiempo que – con el caprichoso oficio del recuerdo – les resulta mejor, aunque haya costado tantas vidas. Y por supuesto, reforzado por un doble discurso – mediático y no mediático – que lo condena (desde el mensaje políticamente correcto) desde el punto de vista represivo mientras omisivamente aprueba todo lo demás. Alguien declaró que esa exaltación de la individualidad de la Plaza lo hacía sentir orgulloso. Nada más certero, puesto que esa misma falta de conciencia es la única que puede catapultarlo a los primeros planos. Me es ineludible pensar en las marchas en apoyo a la revolución libertadora, los gritos clasemedistas clamando por Videla, las palabras de Sarmiento retomadas por Borges (hoy devenido prócer, nada menos) y el aluvión zoológico que los asqueaba. Las caras de esa PLaza, eran las mismas. Las mismas que junto al semi-ingeniero Blumberg se desgañitaban pidiendo por la cárcel para los niños de diez años.

Bienvenidos a la cyberideología, donde todos expresan opiniones vacías de contenido, fundamento y reflexión. Y de paso, pueden escribir con mayúsculas cuanto desearían que todos los no-caucásicos desaparecieran, como desaparecieron aquellos que pensaban en una sociedad mejor, hace ya tantas décadas. Y de nuevo, la farsa computarizada es el aliado más cómodo, que permite el rápido recorrido por las fuentes generadoras de la ideología repetida con la sencillez de apretar un botón que los inunde de falsa conciencia.

 

Bienvenidos, entonces, a la cybervida.

Bienvenidos a la cybermuerte.

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