La
historia de la Mujer o la Mujer en la Historia
¿Y
si Dios fuera mujer? pregunta Juan
sin inmutarse,
vaya, vaya si Dios fuera mujer es posible que agnósticos y ateos
no dijéramos no con la cabeza y dijéramos sí con las entrañas.
Mario Benedetti
vaya, vaya si Dios fuera mujer es posible que agnósticos y ateos
no dijéramos no con la cabeza y dijéramos sí con las entrañas.
Mario Benedetti
Alberto Carbone
La Historia, escrita por los hombres,
se ha contextualizado, desde tiempos inmemoriales en que comenzó su redacción,
a través de categorías que diseñan, explican y justifican la labor masculina.
Así, el devenir de la Historia es la narración de las sucesivas guerras, las
interminables conquistas, los impresionantes viajes alrededor del mundo,
secuencias bien delimitadas y transmitidas como epopeyas. Todas estas
actividades definidas como realizadas exclusivamente por los hombres y dentro
de las cuales no le cupo ni se concibió realización alguna efectuada por
mujeres.
Las mujeres han sido de esa manera,
invisibles en la Historia. Sólo mencionadas en su rol político, cuando les ha
tocada ser reinas, tal el caso de la reina Victoria o heroínas como Juana de
Arco, por poner sólo dos ejemplos o en caso de adjudicarles un Don especial
desde el punto de vista religioso, como santas o mártires, de las cuales
existen innumerables casos. En ambas alternativas, se procura la elevación a
una consideración mayor a una mujer determinada, sin que en ninguno de los
casos se haya valorado taxativamente o estimado el rol que les cupo a las
mujeres en general.
Por lo demás, todo el marco
descriptivo como siglos transcurridos que cuentan el crecimiento de las
civilizaciones, la desaparición o nacimiento de ciudades, el descubrimiento de
nuevos mundos, se han narrado sin la participación de las mujeres. Como si
ellas no hubieran aportado con su esfuerzo a la gestación de los pueblos, al
trabajo en el campo, al nacimiento de los niños como parteras, a la sanación de
los enfermos como enfermeras y médicas. A un sin número, en fin, de actividades
de índoles cultural y económica.
Es que hasta bien entrado el Siglo XX,
las categorías que explicaban y describían la Historia no comprendían a las
mujeres. No las incluían.
Ni en la Antigüedad, ni en la Edad
Media la mujer tuvo un valor considerable. Eran entregadas en matrimonio apenas
superaban los catorce años a un hombre que en general la doblaba en edad. Eran
confinadas a las tareas hogareñas, intramuros, sin elección ni capacidad de
opinión. Eran dependientes del padre de familia hasta que se casaban y desde
ese momento pasaban a ser posesión de su esposo.
En la Edad Moderna no varió la
consideración de Género. El mundo vivió profundas transformaciones: El
descubrimiento de América, el progreso de las Artes y las Ciencias, la
Universidad.
Las mujeres no estaban incluidas
tampoco dentro del desarrollo de las Universidades. Las Altas Casas de Estudio,
fueron diseñadas también para los hombres, porque el estudio de la Historia
estaba resumido en la interpretación de los grandes hechos humanos que
modificaran patrones de conducta y realidades coyunturales. En esas actividades
estaban excluidas las mujeres.
Las mujeres participaron escasamente
en la actividad productiva de las ciudades. Las que lo hacían, eran destinadas
a labores de servicio, como sirvientas, a través de lo cual frecuentemente eran
objeto de explotación sexual de parte de sus patrones
Por ello, cuando se estudia seria y
reflexivamente la historia de la humanidad, debería incluirse la investigación
del ámbito privado, como verdadero apéndice de interpretación del cambio
social. Dentro de ese análisis, que contiene una auténtica introspección
reflexiva, se podrá analizar el cambio de actitudes y voluntades necesarias
para una transformación superior de índole social. Cambios que se precipitan
desde el interior de las familias, ámbito peculiar, significativo e irreemplazable,
en el cual las mujeres desarrollan la gran mayoría de sus potencialidades,
promoviendo ejes de transformación de pensamiento y cambios de patrones de
conducta.
Pero para tener real conciencia de lo
expuesto, habría que analizar la historia con perspectiva de género. Repensar
la labor y la presencia de las mujeres como transformadoras desde su rol
cotidiano. Si por el contrario resumimos la narrativa de la Historia a la
incalculable sucesión de guerras o hambrunas, sin ponderar la evolución del trabajo,
del vestido y de la alimentación, el rol de la mujer seguirá fuera de la
memoria colectiva.
El Siglo XIX será de profundas
transformaciones. Se trata de la Era Industrial, la Revolución que lo inundó
todo: lo ideológico, lo cultural y lo económico. Este acontecimiento incidirá
en la vida de las mujeres, lanzándolas a las fábricas como mano de obra barata
junto a la de los niños, envueltas en jornadas de dieciséis horas de trabajo
sin seguridad social y hacinamiento.
Las mujeres de clases acomodadas
utilizarán cuantiosas criadas por salario miserable y las pobres más jóvenes se
lanzarán a las calles como carne de prostitución.
Vivimos, edificamos y naturalizamos,
una sociedad de hombres. Desde el comienzo de las investigaciones sobre el
origen del mundo se narra con categorías masculinas. El comienzo de la vida
racional en el planeta Tierra se describe como la historia del Hombre y de las
pinturas rupestres se interpretan jornadas de cacería o figuras de Dioses,
todos caracterizados por su masculinidad.
El rol de la mujer, configurado como
las actividades subalternas, de escasa importancia o de nula preponderancia
para la consolidación del devenir diario, transformó a las actividades
femeninas en acciones fácilmente reemplazables.
Sin observar que hasta en las
sociedades primitivas la realización y horneado de cuencos de arcilla para la
actividad diaria o la confección de textilería para el aprovisionamiento de
abrigo, no sólo mejoraba la vida de los congéneres sino que definía a la
actividad como indispensable para el desenvolvimiento de la vida cotidiana.
Las mujeres fueron hábiles tejedoras,
transformando la ruda lana en el más fino hilo; improvisadas parteras,
acompañando y asistiendo a otra mujer que sin ella a su lado hubiera dado a luz
en soledad; adoradas hechiceras disecando y mezclando raíces y hojas curativas.
La imagen de la mujer dentro de la
sociedad fue simplificada hasta definirse como un mero objeto decorativo. Pero
sin embargo, era esa mujer quien se quedaba sola con sus hijos cuando el hombre
partía a la guerra y era ella quien heredaba además todas las obligaciones de
manutención y crianza, en el caso de que su compañero no regresara.
La historia de las mujeres o las
mujeres en la Historia, ha comenzado por el análisis de su rol trascendental en
la familia, como madres y esposas y ha continuado a través del tiempo en la
esfera pública y su papel dentro de todas las formas del Poder.
El mundo y nosotros en nuestro país
hemos tenido y mantenemos representación femenina en los tres Poderes del
Estado.
La mujer ha ido ganando espacio en
estas actividades de manera merecida y a través de amplios consensos y
reconocimientos.
La Historia está a favor de la mujer,
porque la evolución de su consideración social así lo representa.
No son pocas las mujeres que han
quedado marcadas a fuego en la consideración de multitudes y en especial en
nuestro país poseemos ejemplos elocuentes.
En esta oportunidad, sin embargo, no
quiero mencionar a ninguna de ellas como ejemplo, a diferencia de la nota sobre
las mujeres de nuestro país recordando los nombres de quienes en el mes de mayo
de 1810 aportaron con su acción a la causa emancipadora, en esta oportunidad no
mencionaremos a ninguna y reservaremos para cada uno de los lectores la memoria
de esa decisión. El recuerdo de la mujer argentina que por su carácter y su
acción nos enorgullezca como ejemplo de voluntad y heroísmo.
Este año, que se cumplirán los
primeros 200 de nuestra Independencia Patria, deseemos poner el acento en el
vuelco oportuno y propiciatorio que ha merecido la labor femenina de nuestro
país.
Actualmente, la mujer argentina llena
las Universidades y es fuertemente competitiva en varias áreas laborales, tanto
científico-técnicas como de servicio.
Pero el mundo también siente a la
mujer en paridad con el hombre y es justo y necesario que así suceda.
Es dable suponer que la Historia tome
referencias al respecto y comience a justipreciar a las mujeres, dándole el
lugar y la trascendencia que merecen y han ganado después de una lucha salvaje y
meritoria de tantos años.
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