Flores
podridas para Cleopatra.
Por Alberto
Carbone
A 66 años de la desaparición física de María Eva Duarte de Perón,
probablemente esta poesía de María Elena Walsh sea el mejor homenaje a tu
memoria
EVA
Calle Florida, túnel de flores podridas.
Y el pobrerío se quedó sin madre llorando entre
faroles sin crespones.
Llorando en cueros, para siempre, solos.
Sombríos machos de corbata negra sufrían rencorosos
por decreto y el órgano por Radio del Estado hizo durar a Dios un mes o dos.
Buenos Aires de niebla y de silencio.
El Barrio Norte tras las celosías encargaba a París
rayos de sol.
La cola interminable para verla y los que maldecían
por si acaso no vayan esos cabecitas negras a bienaventurar a una cualquiera.
Flores podridas para Cleopatra.
Y los grasitas con el corazón rajado, rajado en
serio. Huérfanos. Silencio.
Calles de invierno donde nadie pregona El Líder,
Democracia, La Razón.
Y Antonio Tormo calla “amémonos”.
Un vendaval de luto obligatorio.
Escarapelas con coágulos negros.
El siglo nunca vio muerte más muerte.
Pobrecitos rubíes, esmeraldas, visones ofrendados
por el pueblo, sandalias de oro, sedas virreinales, vacías, arrumbadas en la
noche.
Y el odio entre paréntesis, rumiando venganza en
sótanos y con picana.
Y el amor y el dolor que eran de veras gimiendo en
el cordón de la vereda.
Lágrimas enjuagadas con harapos, Madrecita de los
Desamparados.
Silencio, que hasta el tango se murió.
Orden de arriba y lágrimas de abajo.
En plena juventud. No somos nada.
No somos nada más que un gran castigo.
Se pintó la República de negro mientras te
maquillaban y enlodaban.
En los altares populares, santa.
Hiena de hielo para los gorilas pero eso sí,
solísima en la muerte.
Y el pueblo que lloraba para siempre sin prever tu
atroz peregrinaje.
Con mis ojos la vi, no me vendieron esta leyenda,
ni me la robaron.
Días de julio del 52 ¿Qué importa donde estaba yo?
II No descanses en paz, alza los brazos no para el día del renunciamiento sino
para juntarte a las mujeres con tu bandera redentora lavada en pólvora, resucitando.
No sé quién fuiste, pero te jugaste.
Torciste el Riachuelo a Plaza de Mayo, metiste a
las mujeres en la historia de prepo, arrebatando los micrófonos, repartiendo
venganzas y limosnas.
Bruta como un diamante en un chiquero ¿Quién va a
tirarte la última piedra? Quizás un día nos juntemos para invocar tu insólito
coraje.
Todas, las contreras, las idólatras, las madres
incesantes, las rameras, las que te amaron, las que te maldijeron, las que
obedientes tiran hijos a la basura de la guerra, todas las que ahora en el
mundo fraternizan sublevándose contra la aniquilación.
Cuando los buitres te dejen tranquila y huyas de
las estampas y el ultraje empezaremos a saber quién fuiste.
Con látigo y sumisa, pasiva y compasiva, única
reina que tuvimos, loca que arrebató el poder a los soldados.
Cuando juntas las reas y las monjas y las violadas
en los teleteatros y las que callan pero no consienten arrebatemos la
liberación para no naufragar en espejitos ni bañarnos para los ejecutivos.
Cuando hagamos escándalo y justicia el tiempo habrá
pasado en limpio tu prepotencia y tu martirio, hermana.
Tener agallas, como vos tuviste, fanática, leal,
desenfrenada en el candor de la beneficencia pero la única que se dio el lujo
de coronarse por los sumergidos.
Agallas para hacer de nuevo el mundo.
Tener agallas para gritar basta aunque nos
amordacen con cañones.
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