Estocolmo
El bobo miró a los ojos a su
interlocutor. Presentía que algún comentario debería hacer al respecto.
Un día antes se habían congregado
cientos de personas en diversos centros urbanos del país, para repudiar sus
decisiones de índole política y económica, menos de veinticuatro horas después
de los episodios, evidenciaba solamente un único justificativo como pretexto que
le cabía en la boca.
Alguien de su núcleo más íntimo se lo había sugerido de buen grado como
siempre lo hacen, pero eso sí, sin abandonar el frecuente tono imperativo.
“¡Esos manifestantes padecen
del Síndrome de Estocolmo!”.
Así le propusieron que se exprese. La frase le
resultó conocida.
Pero no recordaba el
episodio.
Se lo relataron
concienzudamente. Creyó entender.
Pero usted sabe. Estimado
lector, estimada lectora.
La definición del concepto de
Historia no se resuelve a partir de la descripción de una mera sucesión de los
hechos, sino a través de la interpretación de cada uno de esos acontecimientos.
Por ello tal vez, cuando le
narraron al tarambana los sucesos acaecidos en Estocolmo, después de recordarle
además donde está ubicada la ciudad de marras y de lo que trataba la situación,
el bobo entonces, fue capaz de entender lo que creyó interpretar.
Tal vez fue por esa misma
cuestión que comenzó a interesarse fuertemente en utilizar esa comparación.
Además, por lo pronto, a él se
lo habían sugerido con esos mismos modos imperativos que en cada circunstancia
habían utilizado para instruir al anterior bobo consuetudinario, al abombado de
título universitario comprado, al que le hicieron justificar el suicidio
nacional que significó el préstamo con el Fondo Monetario Internacional, como
si se tratase de la adquisición de un beneficio para resolver el equilibrio de
las cuentas internas.
Ahora resulta que el
bobalicón actual, pretende desguazar el Estado para favorecer a esas mismas
benditas cuentas económicas internas. Es así como se lo ordenaron.
Para justificar ese objetivo
y parodiar la decisiva actitud de la multitudinaria manifestación, promovieron
que utilizara la famosa metáfora del Síndrome de Estocolmo en contra de la
oposición.
Pero como la Historia es
nada más y nada menos que la particular interpretación de los hechos, me
interesa aquí mismo que recordemos que este fenómeno paradójico acontecido en
Suecia a expensas de lo que podríamos denominar un secuestro preventivo de
varias personas por un delincuente cercado, prefiguró que una de las víctimas
culminara desarrollando un fuerte vínculo afectivo con su captor, situación que
desbarranca a partir de una determinada afección psicológica de quien se
encontraba privada de su libertad.
En resumen, la victima
motorizó un vínculo de dependencia sumiso hacia la persona que exteriorizó su
facultad del poder, control y dominio de la fuerza.
Pero el bobo no sabe, no
puede saber, no posee la facultad de advertir que la gente que se manifestó
contra sus decisiones salvajes, políticas, económicas y sociales, no padece ningún
Síndrome de Estocolmo, sólo manifiesta su dolor y preocupación respecto de una
realidad que sabe que no merece y porque recuerda perfectamente los logros y
beneficios que ha obtenido durante la “década ganada”, episodios que pueden
contraponer perfectamente a los exabruptos lastimosos, impresentables, de aguda
pobreza intelectual que enarbola sucesivamente el bochornoso gobierno actual.
Antes bien, me gustaría insistir
en una distinción, en una importante diferencia, porque aventuro a interpretar
que el Síndrome de Estocolmo se ha presentado en nuestra sociedad. Esta
vicisitud se ha manifestado en realidad en el desenvolvimiento de una inmensa
cantidad de incrédulos sufragantes, cuya necedad los condenó a la incapacidad
de valorar la situación económica promovida por la etapa Kirchnerista, inducidos por los Medios de
Información Concentrados y por sus propias limitaciones personales, procurando
entonces hacer tabla rasa sobre lo sucedido y decididamente promocionar su
propio infortunio, votando en primer lugar al abombado con título de ingeniero
y ahora al bobalicón réquete peludo que claramente es conducido por las narices
por el centro de Poder económico y acepta esas órdenes para procurar la primarización
de la economía argentina y retornar a la vieja instancia de país que poseíamos
en la época del Centenario.
Por ello, nuestra mal
llamada Clase Media permanece infectada con el Síndrome de Estocolmo.
¿Además quiere que le diga
otra cosa?.
El más grave de los
problemas es que si no se sana definitivamente, el cuerpo social de la Nación
entero puede ser alcanzado por la misma malaria.
Una y otra vez observamos a
los impresentables, incapaces, perseguidores de cargos sin proyecto político
alguno, procurando formar parte de las Listas eleccionarias, así sea detrás de
un abombado o de otro.
Nosotros, nos compadecemos
por la Patria.
Porque el infortunio
impuesto por retardados no lo merecen ni este país de abundantes posibilidades
de crecimiento ni las nuevas generaciones que deberán migrar si el gobierno se
sucede homologado por una inmensa constelación de mediocres e ignorantes.
Por ello es que seguimos
repitiendo:
“Cosas Veredes Sancho que
non Saperes”