Con la Pata en el Polo
Cuarteles de Invierno
por Alberto Carbone
La región austral es compartida por dos países que racionalmente
hubieran debido establecer entre ambos relaciones permanentes a través del
tiempo. Tratamientos firmes, compartidos y previsibles, propios de aquellos que
han convergido en preceptos similares fruto de un origen común.
Pero en cambio no es así. Nunca lo fue.
Porque la Argentina y Chile solamente comparten el macizo andino y la
característica selecta, propiciatoria y singular de haberse constituido como
República al calor de las apetencias de las elites respectivas, maniobra
voluntariosa, interesada e interesante, que con el transcurso del tiempo y de
la historia pergeñaron a fuerza de imposición, una legalidad constitucional establecida
a su imagen y semejanza.
Los pueblos originarios, en cambio, convidados de piedra dentro de aquella
novísima instalación constitutiva, fueron despojados primeros de su único valor
intrínseco, caracterizado por la tierra y posteriormente sumidos en la
esclavitud al servicio de los recientes, “sacrificados”, “valerosos” y “modernísimos”
emergentes de la ideología occidental y
por supuesto, cristiana.
Así fue que año tras año y a costa del latrocinio, el despojo, la
mutilación y el asesinato despiadado, el Cono Sur de América, se convirtió en
el paraíso del “patriciado”.
Porque imagine usted, Señor, Señora, que si la elite se enarbola a sí
misma encaramada como sublime poseedora de un vasto territorio ávido de ser
explotado económicamente, deberá necesariamente garantizarse legalmente su
heredad por los siglos de los siglos, sobre todo teniendo en cuenta que los
infelices aborígenes, forzosos derrotados de una guerra no deseada, hubieron
perdido todo derecho a reclamar por lo que había dejado de ser su propiedad
natural y a pesar de los esfuerzos denodados y de las tribulaciones del
liderazgo de los “patriotas” de sangre europea, no habían desaparecido
totalmente, porque como supongo que usted se imaginará, a un pueblo no puede
matárselo en su totalidad, aunque la siniestra pretensión sea ventilada y esforzadamente
ambicionada en los hechos por la “gente de bien”.
De esa forma y con aquellos instrumentos violentos, deshonestos y
tramposos que sembraron impostura y horror sobre la humanidad de los seres considerados
como indeseados, la elite se constituyó en el “núcleo patricio”, toda vez que
incorporó a su “patrimonio” el factor de producción tierra, esencial para aquella
época, signada por la actividad extractiva de la economía.
A esta altura, usted se estará preguntando la razón del título de la
nota.
Bueno estimados, es que en realidad los argentinos conocemos una Pata de
Corazón Helado, como si se hubiera afincado en el mismo centro intrínseco del
Polo Sur.
Casualmente o no tanto su nombre es Patricia.
Tengo la necesidad de que recuerde lo que le voy a contar sobre esta mujer
“patricia” de nombre homónimo. Su corazón de hielo la ubica como descendiente
de aquella elite que se preocupó “afanosamente” por escribir una Constitución
Nacional que le garantizara la legalidad de sus apropiaciones.
Los ancestros de la Presidenta del PRO formalizaron a través del brazo
ejecutor del ejército argentino su derecho a la posesión del territorio que
iban arrancando a los indios.
Justificados en el accionar del gobierno chileno, que estaba ejecutando
contemporáneamente la misma experiencia contra los mapuches, determinaron que
el avance de Chile sobre el Sur andino constituiría un peligro para los
reclamos soberanos de la Argentina.
Blandiendo aquel pretexto, la elite porteña financió el equipamiento de
la Campaña al Desierto del entonces coronel Julio A, Roca y después del
genocidio aborigen, perpetrado en sólo un año, los atribulados dispensadores de
dinero para pertrechos militares se agenciaron en propiedad las vastas
extensiones usurpadas a los “salvajes”.
La persecución y el asesinato de miles fue el gran objetivo que convalidó
primero una República y luego convalidó el concepto de “Nación”, sobre la base
de costumbres y valores que la propia elite instituyó como verdades reveladas y
a tener en cuenta por los “connacionales”.
En la otra cara de la Cordillera aconteció una historia similar.
Porque de un lado y otro del macizo andino proliferaban y se afincaban
los pueblos mapuches, denominados con nombres diversos, pero descendientes de
la misma etnia.
En la actualidad, Patricia continúa y persiste en blandir las
características de su “patriciado” y lo justifica en la inmensa labor de tantos
años sirviendo a intereses de sectores económicos y políticos determinados.
Comenzó su derrotero infiltrándose en organizaciones populares, denunciando y
promoviendo la muerte, después andando el tiempo y despojada de su patética versión
populista, promovió la desaparición y exterminio de aquellos a quienes consideraba
desagradables, inquietantes y peligrosos a los intereses de la elite o del
Departamento de Estado de los EE.UU.
Muy similar a los objetivos del coronel Roca, devenido en general por
sus servicios, pero eso sí, con procedimientos más modernos y dentro de la ley,
porque el voto de un conglomerado de gente, concedió el visto bueno a las
acciones desembozadas de la buena para nada.
Por todo ello es que la Pata permanece congelada.
Fría y calculadora, reniega y aborrece a las mayorías.
Si no fuera que posee tan corta, escasa, diminuta capacidad intelectual,
que podría definirla como el símil femenino de las incapacidades del abombado Presidente
de la Nación en 2015, deberíamos compararla con la otrora y ahora extinta “Dama
de Hierro” de Gran Bretaña.
Es tan burda, mediocre e ignorante la Pato, que la comparación con
aquella mujer salvaje y despiadada, nuestra pobre y mediocre mujer local, que
tiene nuestra nacionalidad sin merecerlo, la considera un halago.
Es el Corazón Helado de una infeliz predestinación. La de ser el
instrumento de los intereses de quienes verdaderamente ejercen el poder económico
y que harán uso de su persona hasta que determinen su caída o pérdida de
interés social como propuesta política.
Ese día, llevará su ignorancia, su prepotencia, su escasa luminosidad,
su pobre imagen de mujer, sus toneladas de dinero recibido por tantos favores
dispensados, a cuarteles de invierno.
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