Tucumán
era una fiesta
Ese día fue martes. No llovió.
Esa jornada gris y auspiciosa que jalonó seis años antes aquel 25 de Mayo en Buenos Aires no fue tal en el norte argentino, en el lugar que posteriormente al año 1816 se reconocería como el “Jardín de la República”.
El sol, entero.
Igual al ánimo de los diputados, que a las 14.00 horas comenzaron a sesionar.
Recordemos que se trataba del famosísimo Congreso de Tucumán, que a pedido del Gral. San Martín, debería cumplimentar un anhelo soñado por el Padre de la Patria: la Declaración de la Independencia.
Recordemos que el propio Libertador había solicitado oficialmente a su amigo personal y Presidente de aquel mentado Congreso, Narciso de Laprida, una Declaración Emancipadora para las Provincias Unidas.
San Martín afirmaba que le era imposible cruzar “el Ande” sin aquella decisión, en virtud de que debería mostrar a los pueblos vecinos el camino a seguir, el ejemplo político.
América toda era una fiesta de ejemplos, de entrega, de sacrificios personales en pos de la consecución de utopías.
Era la tierra de héroes epónimos.
¡Que lejos estamos de todo aquello!
Entonces, volviendo al tema, el Congreso en Sesión debatió como hasta hoy se hace, a solicitud de uno de sus miembros.
El diputado por Jujuy Sánchez de Bustamante reclamó el tratamiento del “Proyecto de Deliberación sobre la libertad e independencia del país”. Se aprobó por unanimidad.
Como quería San Martín.
Como necesitaba el resto de América.
Época del gobernador de Tucumán Bernabé Aráoz, puntal de aquellas magnas jornadas y de muchas otras en apoyo del ejército emancipador que comandaba Manuel Belgrano. Un auténtico forjador de batallas, que se mostró siempre valiente y decidido. Quizás por todo ello, el propio General San Martín lo elogió ante el Directorio al escribir: “Me atrevo a asegurar, que no se encuentran diez en América que reúnan más virtudes”…
Aquellos actos del festejo por la decisión emancipadora comenzaron el 10 de julio a las 9.00 horas, presididos por Aráoz y bendecidos como corresponde por el sacerdote Pedro Ignacio de Castro Barros. Un riojano que posteriormente sería designado asesor económico del Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón. Quien por supuesto, también se encontraba en la provincia para celebrar.
La gente en la Plaza principal estuvo desde muy temprano, revoleando ponchos, sacudiendo botas en malambos interminables y escuchando los cantores populares que pululaban todos de calle en calle, vitoreando de mil formas el motivo central de la jornada, la Independencia política del país.
A la noche, se proyectaba la gran comilona con baile y la famosa “Casa de Tucumán” no podía usarse. Por eso lo paradójico es que el Congreso terminó de deliberar, después de la Misa de Castro Barros, en la mismísima casa del gobernador Aráoz. Allí decidieron nombrar a Belgrano como General en Jefe del ejército del Alto Perú, en reemplazo de Rondeau, después de lo cual, el Director Supremo Pueyrredón, partió a Córdoba, donde lo esperaba San Martín, para debatir respecto del cruce de los Andes, tema secreto hasta entonces para las mayorías.
Siga el baile siga el baile
Además, la ciudad de Tucumán era un verdadero vergel. Estaba llena de flores, guirnaldas y banderas. Cuando llegó la noche se fueron organizando las peñas y los bailes. Como siempre y en todo lugar, la gente quería expresar su alegría. En la histórica Casa fue dispuesto el salón principal para el baile, dejaron lugar para la orquesta y para los paisanos guitarreros también, porque el minué y la zamba se entrecruzaban.
Dicen que Manuel Belgrano no se despegó en toda de la noche de Dolores Helguera, quien sería la futura madre de su hija.
Lo curioso es que ya en aquella época los políticos imaginaban concursos de belleza.
¡Pueden creer que en esta ocasión salió elegida Lucía Aráoz, que de casualidad era la hija del gobernador!.
La denominaron como “la rubia de la Patria” y a pesar de que no había fotógrafo, todos quisieron bailar con ella.
¡Al fin de cuentas, uno se emancipa sólo una vez en la vida!
Pero como no podía ser de otra manera, Aráoz determinó que era una verdadera injusticia que aquel baile sólo fuese para algunos y decretó una festichola infernal con todo el pueblo en la calle para el 25 de junio. Primero hubo desfile militar y entre los varios discursos, dicen que el de Belgrano conmovió a la concurrencia, porque fue quien exaltó la valentía de los caídos, les rindió un homenaje vibrante y propuso allí, frente a todos, la posibilidad de crear entre los pueblos de América un Imperio del Sur, convocando un descendiente de los Incas.
Don Manuel Belgrano, el mismo de siempre e igual a ninguno, que festejó con el pueblo, que luchó por la autonomía, quien nos legó los colores de la Patria.
Alberto Carbone
[Profesor de historia, UBA]
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