Contar
hasta Cien.
Evita
de los Toldos
alberto carbone
Rara vez la historia de la humanidad, con sus blanco y negros, con sus
avances y retrocesos, se encarga de ubicar en los primeros planos del
acontecer, de las decisiones, de las resoluciones más importantes, a una mujer.
Está instalado en el sentido común de la generalidad de los mortales que
la historia, constituida por los acontecimientos cimentados a partir del
sufrimiento y la lucha, a través del dolor y la sangre, a partir de los
pensamientos y la praxis, la hacen los hombres.
Las mujeres, en el mejor de los casos, son convidadas al disfrute de un
mísero coprotagónico, acompañando, acomodándose, al lado de quien se yergue
como la figura estelar, el centro iluminado de los sucesos, el mágico hacedor
que todo lo transforma a partir de su esfuerzo viril.
El hombre tampoco deja que la mujer se acomode al devenir y en general
no permite la participación, no la solicita e incluso en muchas ocasiones la
impide.
Esta niña que nació en los Toldos un 7 de mayo de 1919, parecía
predestinada a otras prácticas, a otras vivencias articuladoras de inesperadas
epopeyas.
Porque resultó que la joven Evita no era una niña común. A su propio y
lógico deseo de progreso intelectual y material, de la mano de su vocación
artística, le apareció como de un rayo, una incipiente pero pertinaz intuición
relacionada con la actividad social.
Evita había padecido toda su vida y lo seguía padeciendo, aquel
incontenible despropósito, ese injusto axioma que consignaba que el mundo
femenino no era otro que el íntimo, simple y pequeño claustro hogareño.
Evita quiso que la mujer ocupase un rol preponderante en la historia
nacional y que su acción sirviese como motor generador de cambios sociales que
eliminasen injusticias congénitas.
A través de su acción, decidida e implacable, en las elecciones del 11 de noviembre de 1951, el 63
% de las mujeres votaron por el partido peronista. A su vez, fue el peronismo
el único partido político que llevó mujeres en sus listas.
En
1953, por medio de la voluntariosa entrega personal desplegada por la Primera
Dama argentina, 23 diputadas y 6 senadoras ocuparon sus bancas.
Esa
mujer, despiadada y vengativa, para sus opositores, dulce, comprensiva y
luchadora amorosa en pos de la dignidad social, para sus seguidores, mantendrá
viva la constante contradicción de intereses entre pueblo y oligarquía, tensión
real y permanente, que se evidencia dentro de la realidad que viven los países
periféricos, desde que el sistema capitalista mundial, se consolidó
definitivamente, después del triunfo de las sucesivas Revoluciones Industriales
europeas.
Es
difícil hablar de la Patria figurativamente, e insertar ese concepto en la
esencia de un ser humano, de tal forma que el individuo lo sintetice a partir
de su presencia. Pero en el caso puntual de Eva Duarte, en que toda su vida,
sus sinsabores, sus esfuerzos y sus alegrías, son definitivamente identificados
a través de los avatares políticos que experimenta esta joven mujer en el transcurso
de seis años consecutivos de su vida personal, no parece tan descabellado.
Evita
irradió con su imagen y su acción un perfil de la Patria que nacía diversa, que
comprendía aún a regañadientes, que existía un amplio sector social negado a
través de los tiempos, que surgía a fuerza de salvaje intemperie, “un subsuelo
de Patria profunda” que reclamaba por hacerse reconocer vivo y además, que se
negaba a morir.
Esa
mujer, tierna e indómita a la vez, ya se asomaba en Los Toldos, cuando apenas
era la pequeña Evita.
Sus
hermanas, a partir de sendas elucubraciones volcadas en trabajos
bibliográficos, lo hicieron saber a quienes quisieron enterarse.
También
los hombres y las mujeres que la conocieron, que trabajaron junto a ella, que
de a poco y cotidianamente fueron aprendiendo con ella que la diversidad
cultural era un paisaje natural en nuestra Argentina.
Que
la injusticia social era una herencia centenaria que postergaba a las grandes
mayorías.
Que
el corazón sangrante de millones de seres era un calvario infinito y congénito,
causal de dolores mayores para las generaciones sucesivas.
Todos
aprendieron con Evita, la joven niña de la tenacidad de fuego, que cuando
mujer, como una estrella fugaz, marcó para siempre el cielo de la Argentina,
que la Patria existe en los rostros de quienes cotidianamente entregan su
esfuerzo por ponerla de pie y sostenerla en andas.
En
estos tiempos que corren, tumultuosos, arbitrarios, salvajemente inexplicables,
la Nación se yergue siempre a pesar de los vaivenes, aún a costa de quienes son
capaces de las peores injurias o de los más salvajes atropellos, la Patria
existe muy a pesar de aquellos que la definen minúscula, representativa de las
minorías, de intereses personales o de sector.
La
Patria, la Nación de Evita, no nació en Los Toldos hace cien ños, mejor digamos
que allí nació una estrella fugaz, perseverante, que le advirtió al mundo que
Argentina, era mucho más que el país de los dueños de las vacas, era la Patria
cultural multifacética, variopinta, inmigrante y aborigen, construida con el
esfuerzo de una multitud, que se negaba a seguir siendo humillada.
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