El Paraná en una zamba
por Alberto Carbone
Nada más paradójico en
nuestro país que observar los pormenores respecto del tratamiento que se suscita y que
estamos padeciendo con relación a la continuidad del negociado que se ventila
por el Río Paraná.
Parece ser que los puertos
que rodean a ese caudaloso río y los empresarios desarrolladores de las
actividades comerciales se están quedando con la parte del león. Los dividendos
obtenidos a partir de la actividad de exportación de los recursos de la
producción nacional que salen del país por esa ruta pluvial, son contabilizados
exclusivamente por quienes patrocinan las embarcaciones que van y vienen.
Sí. Leyó bien. Los
gerenteadores de la operación de exportación son quienes computan y registran
la totalidad de los embarques y posteriormente se autodenuncian, estableciendo ellos
mismos el tenor del valor final de la carga que se envía por esa vía hacia
Europa, resultando que los pingues beneficios recabados por aquel operativo orientado
al mercado externo se traduzcan en una formidable ganancia para los operadores,
quienes utilizan el Paraná como un corredor propio y se obligan a revelar el
abultado envío de su producción a través de un registro elaborado por ellos
mismos, impidiendo que el Estado pueda acceder a los números reales exportados.
De manera tal que abonan impuestos por el monto total que les parece apropiado.
Es dable saber que en poco
tiempo vence la concesión. Pero es complejo tratar de comprender el motivo por
el cual el gobierno estaría dispuesto a extenderla.
¿Cuál sería el beneficio
para el país prorrogar una concesión que no beneficia al Estado
económicamente?.
Si el gobierno ha estudiado
concienzudamente el tema. ¿Por qué no concluye con un esquema de negocios que
lo perjudica?.
Existen fuertes sospechas
referidas a barcos cerealeros que realizando una triangulación con los puertos
de Rosario y Asunción, logran sustraer producción sin abonar impuesto alguno.
¿El gobierno no va a
intentar que Ariel Sujarchuk lo investigue y en el peor de los casos lo impida
y en el mejor re estatice la operación?.
Por otro lado conocemos la
imperiosa necesidad de Dólares que requiere el país. Sabemos que la falta de
divisas posterga e impide el normal crecimiento de nuestra economía.
La Argentina está necesitando
dólares para fomento de la producción y ampliación del mercado interno y para
cumplir con los pagos de la fabulosa deuda externa que heredamos del lastimoso
gobierno Macriano.
El Estado se debe fortalecer
y recuperar de los cuatro años de la primera pandemia macriana y de los últimos
dos del Covid.
Uno de los pasos a seguir es
acordar con el organismo internacional. Si se resuelve esa circunstancia
demoraríamos el desembolso de dinero hacia el FMI, un monto que de todas
maneras no poseemos. El gobierno de Macri dejó las arcas vacías y sin embargo existen
quienes, me refiero a argentinos como usted y como yo, que por desconocimiento
o por ignorancia, no lo admiten.
La oposición simula dureza al respecto, pero
en realidad le conviene el acuerdo en el Parlamento. La aprobación de ese
convenio de pagos con el Fondo es a la vez una legitimación de la deuda por
parte de todos los Partidos Políticos que voten la aprobación.
Tengamos en cuenta que se
trata de una deuda que Macri tomó intempestivamente y por la cual debería dar
explicaciones ante un Poder Judicial limpio y saneado, que recupere el concepto
de Justicia.
Después de la aprobación
parlamentaria, Cambiemos no tendría que dar ninguna explicación respecto de la
gestión deudora y confiscatoria que impuso al país sin acuerdo del Palacio
Legislativo, porque sería ese mismo Cuerpo quien justificaría el proceder macriano,
votando el nuevo pliego pactado entre el organismo crediticio y el Frente de
Todos.
Tiempos difíciles le esperan
al país. Por un lado, los sectores de mayor poder económico ligados a los
resortes de control del comercio internacional, decidiendo qué hacer y qué no,
atendiendo su conveniencia por sobre los intereses nacionales.
Por el otro, oficialismo y
oposición estableciendo de común acuerdo abonar una deuda que un inmenso caudal
de población no aprobó adquirir y que a partir de una resolución legal deberá
afrontar el pago con el sudor de su frente.
Para concluir, un porcentaje
considerable de argentinos que revueltos en una supina ignorancia política, son
capaces de votar una y otra vez a su propio verdugo con tal de que no ganen las
elecciones aquellos que se referencien con el sello peronista. Concepto
homologado con el mote de populismo, mala palabra para la gente auto percibida
como la más sana de la sociedad.
El país se ha consolidado
dentro de una grieta de características definitivas y profundas que navega entre
peronismo y antiperonismo. No parece existir ninguna otra ideología
significativa. Blanco o negro es la premisa, es la definición y para colmo,
aquellos que votan como “anti” no lo admiten. Como auténticos ignorantes
reniegan de la realidad y desconocen su propia ignorancia.
Suele suceder que aquel que
nada sabe generalmente cree saberlo todo. En cambio, el que es consciente de sus
propias limitaciones tiende a superarse.
Peor aún, el concepto
ignorante se referencia con un insulto. Por lo cual, los ignorantes no lo admiten y además se ofenden
por ese apelativo.
En realidad cualquiera de
nosotros es ignorante en algún tema. Deberíamos reconocerlo e intentar capacitarnos
al respecto. Si no lo admitimos seguiremos viviendo envueltos en esa necedad.
Esta particular situación se
evidencia comúnmente entre la clase media politizada cuya participación y
compromiso por el país se patentiza únicamente a través de su controvertida
decisión de voto, influenciado por la propaganda mediática.
Pero el verdadero país no
está sufriendo por los padecimientos que describe su clase media. Núcleo social
que utiliza el voto para referenciarse con los sectores que admira y a los
cuales desea parecerse.
El país de verdad es el que pasa hambre en
serio, es el que se angustia por la falta de trabajo, el que no puede evitar
ver a sus hijos en la calle, el que no posee una casa digna, el que no posee,
el que sobrevive a contramano con sus necesidades básicas insatisfechas, que no
tiene ni seguro social ni trabajo estable, que hace bastante dejó de ser feliz,
si es que alguna vez pudo serlo.
Es por otra parte el que no vota pero al que
hay que asistir, porque si le aplicáramos el método Milei o Espert, lo
dejaríamos morir en la vereda y la situación se convertiría en una auténtica
calamidad, debido a que esa porción del país aún representa un porcentaje
significativo de la población.
Se trata de un grupo humano
desangelado, que si hubiera sido por los ancestros de quienes hoy se definen como
libertarios lo hubieran exterminado definitivamente y ya no sería una carga
social.
Esa gente no sabe que el
Paraná es una zamba que está cambiando de melodía. Tampoco le interesa saber
quién es el responsable de haber contraído semejante deuda externa que nos
condena a todos pero que paradójicamente acciona sobre el futuro de aquellos
que no votan, los más humildes.
Por eso la Argentina que
anhelamos no puede estar edificada a través de un sufragio definido como
democrático pero digitado por las corporaciones y a través del cual la clase
media vota por indicios sugeridos por los medios de comunicación.
La democracia real y
participativa deberá imponerse más temprano que tarde, construyendo escuelas para fortalecer la
conciencia madura y decisoria de los sectores bajos excluidos de la realidad
por el hambre y la desocupación.
Es la misma política
educativa que deberá proyectarse para los sectores medios, relajados, extraviados
y confundidos, envueltos en su ignorancia y por eso mismo, creyéndolo todo. Especialmente
aceptando y compartiendo sin meditarlo lo que divulgan y proponen los medios de
comunicación masiva, grandes organizadores del sentido común y del pensamiento
único para beneficio de los verdaderos dueños de la Argentina.