El Corazón Helado
por Alberto Carbone
La consolidación del país
agrícola ganadero exportador comenzó a desarticularse con la Crisis
internacional de 1929 y continuó disgregándose posteriormente con el impulso
industrialista que inyectó la gestión peronista.
Aquella ambivalencia
perpetró una incisión en los intereses políticos de cada sector social.
La realidad de entonces
dimensionó dos alternativas.
Porque la convivencia de
ambas en un país diversificado como alcanzara EE.UU de América no pudo soportarse.
Esa dicotomía disparó las
características entre un país exclusivo para los exportadores primarios y otro
inclusivo que incorporase el devenir y las necesidades del resto de los
argentinos como auténticos poseedores de derecho a constituirse.
“Yo haré
uso de esta fiesta, publicando desde aquí, mi programa de gobierno; y les digo
pues, a todos los pueblos de la República, que Chivilcoy es el programa de
gobierno del presidente Domingo Faustino Sarmiento. Decidles a mis amigos, que
no se han engañado al elegirme Presidente de la República, porque les prometo
Hacer Cien Chivilcoy en los seis años de mi gobierno, con tierra para cada
padre de familia, y con escuelas para sus hijos. He aquí mi programa, y si el
éxito corona mis esfuerzos, Chivilcoy tendrá su parte en ello, por haber sido
el pionero, que ensayó con mejor espíritu la nueva Ley de Tierras y ha demostrado que la pampa no está
condenada, como se pretende, a dar exclusivamente pasto a los animales, sino
que en pocos años, aquí, como en todo el territorio, ha de ser luego
asiento de pueblos libres, trabajadores y felices”.
Discurso
del Presidente Sarmiento en la Ciudad de Chivilcoy.
Sábado 3
de octubre de 1868
En general los
acontecimientos históricos se revisitan sin aludir a las consideraciones que
los configuraron.
Porque los sucesos que se
confrontan ante la realidad no se van analizando con el cuidado necesario,
evaluando cada una de las causales que los precipitaron o la verdadera
dimensión de aquellas particulares manifestaciones.
Los hechos configuran
episodios estáticos y de ellos vamos aprendiendo a aceptar y a asimilar cada
una de las vicisitudes tal y como fueron presentándose ante la realidad.
Pero la Historia no se
define como el estudio de una sucesión de hechos estáticos.
Al contrario.
La Historia es la materia
que estudia el pasado con la cabal intención de interpretar y evaluar las
intenciones en cada proceso social.
Por ello, nos atrevemos a
reafirmar que paradójicamente y a pesar de lo que sostiene el sentido común,
los hechos no existen.
Existen las interpretaciones
que de ellos surgen a través del análisis y de la reflexión.
A propósito he elegido las
palabras de ex Presidente Domingo Faustino Sarmiento, en oportunidad de la
inauguración de la Ciudad de Chivilcoy, para confrontar sus expresiones con el
pensamiento de aquellos que juzgan al sanjuanino como el adalid de la
orientación oligárquica de pensamiento político nacional.
Porque no todo es claro u
oscuro en el devenir histórico o en los procedimientos de aquellos seres
humanos a quienes les cabe protagonizar con su acción la narración de los
acontecimientos.
Sarmiento, con sus luces y
sombras, bregó por un país con mayor distribución territorial, a sabiendas de
que la riqueza de la Nación estaba basada en la propiedad del factor tierra y
en su consecuente producción agrícola.
Para el sanjuanino,
Chivilcoy consumaba la piedra de toque.
El hecho exquisito.
El primer eslabón de una
cadena de logros que garantizarían la esperanza de miles de pequeños
trabajadores del campo deseosos de arraigarse a su parcela productiva para
comenzar a tejer su futuro familiar.
Sin embargo, aquel novedoso
proyecto tropezaba con un primer escollo. Porque no debemos olvidar que fue la
aristocracia argentina la que consumó la Constitución Nacional.
Y la escribió a su imagen y
semejanza.
Los primigenios poseedores
de la tierra proyectaron un país agrícola para provisión del mercado externo,
amparados en el dominio de aquella propiedad territorial perteneciente al
reducido grupo de familias del que formaban parte y en consecuencia redactaron
la Ley Fundamental en su propio beneficio.
Como la Historia se basa en
interpretaciones, creo sinceramente observar que Sarmiento adivinó la jugada en
el momento exacto e intentó la zancadilla.
Nombrado Presidente y
aceptado a regañadientes en aquel sitial por sus connacionales y hermanos
masones como él, Bartolomé Mitre y Justo José de Urquiza, intentó voltear esa
jugada magistral de la elite tanto porteña como del Interior del país,
promoviendo sucesivas fundaciones de ciudades agrícolas, conglomerando pequeños
hacendados por todo el territorio nacional.
Chivilcoy configuraba la
primera zancada, el primer ladrillo.
Sin embargo, por alguna
razón, seguramente bien regada de intereses políticos y económicos, el sanjuanino
no pudo concluir con aquella obra que recién comenzaba.
Su período de gobierno pasó
sin novedad al respecto. Fue sucedido en el cargo de Presidente por su ministro
de Educación, Nicolás Avellaneda y entonces se produjo un enroque. Sarmiento
ocupó en la nueva gestión, el cargo que él le había asignado a Avellaneda en la
suya, como Director General de Escuelas. Fruto de aquel empuje fueron dictadas
dos leyes que transformarían la fisonomía de la sociedad: La Ley de Educación
Común 1420 y la de Inmigrantes, conocida como Ley Avellaneda.
Mientras tanto la elite
continuaba acaparando territorio. Todo lo contrario a los que paralelamente
acontecía en aquel otro país tan similar al nuestro, los EE.UU de América,
donde fueron parcelados en espacios más reducidos los nucleamientos de tierra y
los labradores propietarios que se establecieron allí, configuraron pueblos
prósperos y edificaron un futuro venturoso para ellos, sus familias y para el
resto de los avecinados.
En Argentina en cambio,
cuando la elite terrateniente interpretó el éxito de la Ley Avellaneda,
orquestó un proyecto ambicioso y tentador, fomentando para sí misma el
acaparamiento de mayor heredad, avanzando contra el territorio indígena, con la
excusa de la necesidad de la expansión de la frontera agrícola y de la
inmediata defensa de lo nacional contra las probables intenciones de
anexionamiento chileno de la Patagonia.
El frío calculador, helado,
del grupo oligárquico, se patentizó claramente, a través de la defensa de lo
que definía y define en la actualidad como el Ser Nacional, expresiones que
hubo estampado en la Constitución Nacional con letras de molde, garantizando su
Verdad, su predominio, su exclusiva factibilidad como factótum social, como eje
dominador.
No podemos esperar ninguna solidaridad
de parte del sector dominante de la sociedad. Ellos se creen la Patria. Aquella
que inauguraron con la Carta Magna del año 1853 y que sostuvieron una y otra
vez gobierno tras gobierno.
Para ellos la Patria no es
una entelequia. La Patria es el campo y ellos se consideran los únicos
representantes.
Por transitividad, ellos son la Patria.
Un grupo reducido de vastas
extensiones de tierra que producen
materia prima para el mercado exterior a través de mano de obra barata y
exánime.
Cuando escucho decir que
esta época reproduce los acontecimientos del año 2001, respondo que no es así.
Esta época nos retrotrae a la situación vivida por el país a comienzos de Siglo
XX, durante el Centenario.
El año de 1910 constituyó la
piedra angular del modelo agroexportador. Por un lado, miles de inmigrantes que
ofrendaban su labor a cambio de reproducir su fuerza de trabajo y por el otro,
el pequeño núcleo central de la sociedad poseedora concentrando su riqueza y
viviendo en un país exclusivo, único, selecto.
Por ello, no debemos esperar
nada de quienes consideraban y consideran que nada tienen para ofrecer. Porque
la reducción de sus beneficios, saben bien, podría redundar en una mejor
calidad de vida de aquellos sectores sociales que para la elite constituyen solamente
muchedumbre invisible.
Mientras tanto, los sectores
mayoritarios de la sociedad, los pobres, los desposeídos, permanecen girando
alrededor de las demandas de un corazón helado.
Trabajadores urbanos y
rurales, testigos mudos, por ahora, de los reclamos y exigencias de quienes se
creen auténticos y legítimos propietarios de un país edificado por ellos para
sí mismos y que no parecen dispuestos a compartirlo.
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