Cada uno en su
casa
…y el Señor en la de todos
Alberto Carbone
¡No! ¡No quiero, no quiero! Acongojado,
desde la cima del inmenso tobogán de la plaza seca, Fito rehusaba lanzarse
resbalando hasta el arenero.
Detrás del pibe, Julio, el
adulto, quien como todo un hombre consumado y ocupándolo todo, le obturaba la
posibilidad de escape, abortando el argumento o la excusa que permitiera aquel
desesperado arrepentimiento.
A escasos metros de allí
permanecía de pie la mamá, sosteniendo impávida la mirada del esperpéntico
espectáculo.
¡Cómo que no quiero! ¿No ves
que parecés un grandote boludo? ¿No querés o no te animás? ¡No seas tarado! ¡Te
meto un empujón en la espalda y listo!
Buenas tardes Doña. ¿Qué le
está pasando al pibe? ¿Se sentirá mal?
Dijo repentinamente un
muchacho con uniforme municipal que se acercó a la madre.
Buenas tardes, le contestó
ella. Lo miró de cuerpo entero mientras le respondía. No sé. Se tiró de ese
tobogán miles de veces. Venimos mucho a esta plaza. ¡Hoy está distinto mi hijo,
vaya a saber que le picó!
¡No te hagas el marica que
no lo sos! ¡Están mirando todos los pibes de la plaza para donde estamos
nosotros! Exclamó Julio acalorado.
¡Me bajo y listo, mejor me
bajo!, respondió el chico pretendiendo no aceptar por la fuerza aquello por lo
que estaba decidido a desistir.
¡Qué increíble!, dijo ella,
como departiendo con el imprevisto visitante. ¡Fito es lo más parecido a su
papá! Valiente, animoso, seguro de sí mismo, emprendedor. ¡Hoy está
transformado en otra persona!
¡Su pibe no debe tener ganas
Doña! ¡Además creo que ese tobogán es el más alto de la ciudad! ¿Qué edad tiene
el nene? Interrogó a la mujer.
Ella fijó la mirada en el
rostro del preguntón y lanzó: ocho tiene, recientes, cumplidos el mes pasado,
es del 76, debería subir y largarse sólo como en todas las oportunidades
anteriores.
En el preciso momento que el
empleado municipal escuchó la fecha no pudo evitar un pensamiento que instantáneamente
se le escabulló, precipitándose a viva voz.
¡Del 76! ¿Qué época no
señora? ¡Qué desbarajuste que se armó!
¡Para olvidar o para
recordar siempre!
Sí bueno, depende. Agregó la
joven madre. No pasó tanto tiempo.
Un descalabro político y
social que hubo que solucionar urgente porque parecía el exterminio del país.
Sí mujer, claro que sí.
¡Exterminio fue el que se ejecutó sobre la gente común a partir del año 76 con
todos los cañones puestos en disciplinar, reprimir, desaparecer y asesinar a
los civiles según la cara de cada quien, la ropa o la hora en que los
enganchaban por la calle! ¡Todo el mundo hablando del país y nosotros acá
adentro, engatusados como lo que somos. ¡Unos tarados!
¡En mi barrio desaparecieron
varios! ¡De algunos se decía que se habían ido al exterior! ¿Se imagina? ¡Aquellos
sencillos, tan queridos y amigables pibes y pibas! ¡Tan jóvenes! ¡Mis vecinos! ¡No
tenían guita ni para pagar el colectivo y se iban a ir a Europa!
El empleado se enfervorizó. Presintió
que no podía dejar las cosas como estaban y completó:
¡Los milicos le hicieron
tragar a fuerza de bayoneta a la mayoría de la población el mismo refrán o
cantinela de toda la vida! ¡Que llegaban para reorganizar el país! ¡Y poco más
hacen desaparecer al territorio con todo y gente adentro! ¡Porque a todo lo que
hicieron hay que sumarle la guerra de Malvinas! ¡Ahí también se murieron
solamente los pibes! ¡Qué bárbaro! ¿No?
La joven mujer hizo un
silencio. Volvió a mirarlo a los ojos y le preguntó por su nombre. Ramón, Doña,
me llamo Ramón, soy de acá. ¡Ojo, de la Capital! y trabajo para la
municipalidad. En estos días me derivaron a esta plaza. La cuadrilla terminó
recién. Yo me quedé un tirito para descansar a la luz del sol. Donde vivo
ahora, esta luz impresionante no entra ni a trompadas, ¿vio?
Entonces, lentamente la mamá
de Fito devolvió la vista hacia la zona del tobogán y el arenero mientras
respondía:
Mi nombre es Magdalena. ¡Esos
chicos amorosos que usted describe hacían de las suyas también!
Piense por favor que las
cosas que pasan a veces no tienen una sola explicación. Existen razones
múltiples que explican que… Ramón cortó aquel discurso elevando levemente el
tono de su voz y espetó:
¡Miré señora… Magdalena, es
cierto que puede haber una gran cantidad de explicaciones para cada cosa, pero
que a mis vecinos los levantaron en pala cazándolos como ratas es cierto,
aunque alguien me lo quiera justificar con hermosas palabras!
¡Lo que pasó en el país y
vivimos todos no se puede ocultar! Por eso ahora se va a empezar a investigar.
Bueno, Ramón, si realmente
cree que las cosas fueron así como relata usted, me parece bien. Cada uno sabrá
cómo explicarlo. Pero acuérdese siempre que todo es según el cristal con que se
mira.
Replicó Magda estática y
serena, pero en esa ocasión sin dirigirle la mirada.
Un silencio espeso y
prolongado recorrió el espacio entre ambos cuerpos.
¡Uy mire! ¡Se animó! ¡Al fin
se tiró.
¡El papá al final, mal o
bien lo convenció!
Exclamó Ramón para dar
vuelta la página.
¡Sí vio!, ¡Qué bien!, le
dijo Magdalena. Pero no es el papá, es mi hermano Julio. Mi marido está
trabajando y tiene para varios días de ausencia. Está dirigiendo y supervisando
ejercicios de adiestramiento durante toda esta semana en Campo de Mayo.
Ramón la miró perplejo. Recibió
esas palabras como un cachetazo.
¡Uhhh, señora, disculpe! ¡Me parece que no toqué
con usted el tema indicado!
Muy suelta de cuerpo y con
el alma amortiguada, la abnegada madre y digna esposa le contestó de inmediato.
¡No! ¿Por qué? ¡Estamos en
democracia! Cada quien opina como le plazca y hace de su vida lo que le parece.
¡Cada uno en su casa y el Señor en la de todos!
A Ramón pareció impactarle
esa salida casi escolástica y de repente algo resignado o melancólico se animó
a confesar:
Sí Doña, debe ser así nomás
como usted dice, pero déjeme aprovechar para agregarle que creo que con sólo
mirarla una vez y comparándola conmigo, me da la fuerte impresión de que Dios
visitó su casa muchas más veces que la mía.
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