Del Huinca de
Roca al Chocobar de Macri
El hombre suburbano de la Patria es lo que más
le duele al poder concentrado, incluido el movimiento obrero. Pobre y sin
herencia, es considerada gente útil sí y sólo sí, acepta su característica de
inferior, sirve a sus intereses de clase a cambio de un salario que no afecte
sus ganancias de sector.
Por Alberto
Carbone
Consolidación
del poder del Estado concentrado
Después de la muerte
de Adolfo Alsina, ministro de Guerra en el gobierno del presidente Nicolás Avellaneda,
la elite porteña, a la sazón dueña de los destinos de la administración
nacional, ofreció el cargo vacante a un coronel del ejército, que a la postre,
se convertiría en el gran ejecutor de la estrategia del Estado Nación, que la
propia elite dominante necesitaba, para consolidar sus intereses de sector. Ese
militar al que me refiero era Julio Argentino Roca, posteriormente general y
presidente de la Nación.
Estoy repasando a
vuelo de pájaro una parte crucial de nuestra historia como país. Instalémonos
en 1874, inicios del gobierno de Avellaneda, sucesor de Sarmiento en el sillón
de Rivadavia, ambos compartiendo los mismos objetivos políticos, edificar un
Estado dentro de un territorio que la elite interpretaba como vacío.
¡Pero si existía el
indio!, dirá usted, Sr lector. Si es así. Pero para la elite porteña, como Dios
nuestro Señor, la gente existe si la nombran. Si la señalan. Si le autorizan a
existir.
Lo cierto es que el
ministro Alsina comenzaría en 1876 una campaña, que tituló contra el desierto y
no contra el indio. Proyectó y comenzó a edificar una Zanja-Trinchera, que se
conocería después con su nombre, de dos metros de profundidad por tres de
ancho, con el agregado de una cantidad de fortines en la extensión de su traza,
que controlaban primero la construcción y posteriormente al resguardo de que el
indígena intentara violarla.
El “salvaje” con su
“Malón”, burló esa iniciativa y el fracaso primero y su fallecimiento después,
decretaron el fin del proyecto de trincheras y fortines de don Adolfo y la
decisión de reformular la estrategia: ir contra el indio y a favor del
desierto. Esto significó matar al “salvaje” para tomar esas zonas ocupadas por
la indiada y transformarlas en tierras de labranza.
Alsina decía: “ir
contra el desierto”. Proponer una
avanzada “defensiva”, no violenta, contra los pueblos autóctonos.
Roca respondió: Contra
el indio y en favor del desierto, las tierras deseadas, el patrimonio económico
que consolidaría a la elite como oligarquía.
Y agregó:…¡Qué disparate la zanja de Alsina! Y
Avellaneda lo deja hacer. Es lo que se le ocurre a un pueblo débil y en la
infancia: atajar con murallas a sus enemigos. Así pensaron los chinos, y no se
libraron de ser conquistados por un puñado de tártaros, insignificante, comparado
con la población china. Si no se ocupa la Pampa, previa destrucción de los
nidos de indios, es inútil toda precaución y plan para impedir las invasiones.
De Gaucho a
Huinca
El artífice de esta
propuesta fue el coronel Julio A. Roca, sucesor de Alsina en el ministerio. Se
proyectó a partir de 1878, su ejecución se realizó en 1879. En seis meses, seis
mil soldados asesinaron a miles de indios y obtuvieron más de veinte mil Leguas
de territorio para la siembra. Estamos hablando de cien mil Kilómetros
aproximadamente. Episodio que se conoce como “expansión de la frontera
agrícola”.
¿Usted se ha
preguntado alguna vez de dónde sacaron seis mil soldados, para conformar la
tropa de la elite?.
El sector “aristocrático”
de la sociedad porteña, estaba conformado por un puñado de familias reticentes
a entregar a sus hijos al peligroso ejercicio de jugar a la guerra contra
indios desarmados, quienes eventualmente pudieran asesinar a uno de ellos.
Para pelear contra el
salvaje necesitaban gente “descartable”. Si descartable. Inservibles para otros
menesteres que no fueran entregar su vida para “causas valederas”.
Sarmiento lo había
expresado muy bien en carta a Mitre, en oportunidad de la guerra contra el
Paraguay: “No ahorre sangre de gauchos que sólo sirve para abonar la tierra…”.
En esta oportunidad,
contra la avanzada del “salvaje”, volvía a ser necesario el paisano. El
mestizo. De sangre española por el padre y aborigen por parte de la madre.
Equidistante a los dos mundos, como explicó alguna vez José Hernández.
Los fortines de
frontera contra el malón, erigidos por la elite, y la avanzada militar, se llenaron
de “huincas”, así llamaban los indios a esos paisanos sin tierra y sin trabajo,
empujados a la guerra fruto de la “leva en masa” dictada por el gobierno
nacional, para servir al ejército.
El gaucho, quien en
general había encontrado estancia y familia en la toldería, expulsado de la
sociedad blanca por “pobre e inculto”, era obligado a matar para vivir en una
guerra que beneficiaba sólo a quienes daban órdenes y jamás enfrentaban el
cuerpo a cuerpo contra los desnudos y aguerridos combatientes que sin armas
modernas, sin fusiles Remington, luchaban por mantenerse en sus tierras
ancestrales.
Podríamos decir que
todo esto es historia.
Hoy, los herederos de
ese pequeño grupo de familias que se repartieron la tierra del indio para
labranza, haciéndola trabajar a los paisanos pobres que llegaron de la
inmigración europea, porque así como fueron incapaces de tomar las armas para
derrotar al indio también desestimaron la posibilidad de trabajar ellos mismos
las tierras que ponían a su nombre. Los actuales poseedores de una herencia de
sangre, la flor y nata de la sociedad blanca que sostiene la Sociedad Rural
Argentina, fundada por sus ancestros en 1866, para financiar la Campaña al
Desierto de Roca e incrementar sus propiedades, estos contemporáneos de riqueza
fácil, estos incapaces de pensar otro país que no sea el que beneficia y justifica
sus propios intereses, son quienes financian la Campaña al Desierto del Siglo
XXI, sosteniendo en el gobierno a una verdadera troupe de mediocres, quienes
limitados intelectualmente no atinan ni una sola idea que proyecte un país
distinto del que pretenden consolidar sus mandantes. Estos funcionarios,
secuaces de los mentores del vaciamiento nacional, reviven los esquemas otrora
pergeñados por Roca y la Generación del 80. “No ahorrar la sangre del pobre,
que sólo sirve para abonar la tierra”.
El Pasado que
Vuelve
Usted lo conoce a
Chocobar. Lo vio en los medios de difusión masiva. Lo vio con Macri. Lo escuchó
justificarse. Pero usted sabe cómo procedió Chocobar. El mundo lo sabe.
Sabe que Macri lo
recibió y lo justificó.
Bueno. Quiero
advertirle que Chocobar es Huinca.
Que los intereses que
defiende no son los suyos. Son los intereses de la elite.
La diferencia es que
en el Siglo actual, la copiosa Clase Media que todavía existe, se ha olvidado
de que su origen es fruto del esfuerzo realizado por sus abuelos inmigrantes,
quienes progresaron a tientas, mientras eran explotados por esa elite a la que
hoy quieren parecerse o presienten que se parecen. Una Clase Media que aplaude
a los nuevos Huincas y no advierte que comenzó una segunda etapa, y serán las
próximas víctimas de este Proceso.
Claro. Usted puede
decir que su abuelo se deslomó. Trabajó y gestó un futuro para su descendencia
y que los indios no lo hicieron, que eran vagos, que hoy obtienen lo que se
merecen.
Yo intento aclararle
que la inmigración pobre que vino de Europa conocía su trabajo. Era una
comunidad adiestrada en su labor y vino a repetirla en América. Agachó la
cabeza y con sumisión aceptó su sino. Era una comunidad domesticada por el
Capitalismo, consciente de su pobreza y que sabía que para sobrevivir debía
aceptar las reglas de juego en una tierra inhóspita. El aborigen, en cambio,
era señor de su tierra. Le fue arrebatada a través de la muerte y se lo obligó
a servir al triunfador, parangonándolo con un esclavo.
Para muestra valga un
botón. Le dejo como conclusión la conversación entre Mariano Rosas y Lució V.
Mansilla:
Mansilla también registró un diálogo
conversando un día con el lonco ranquel Mariano Rosas:
Yo hablé así:
-Hermano, los cristianos han hecho hasta ahora
lo que han podido, y harán en adelante cuanto puedan, por los indios.
Su
contestación fue con visible expresión de ironía:
-Hermano, cuando los cristianos han podido nos
han muerto; y si mañana pueden matarnos a todos, nos matarán. Nos han enseñado
a usar ponchos finos, a tomar mate, a fumar, a comer azúcar, a beber vino, a
usar bota fuerte. Pero no nos han enseñado ni a trabajar, ni nos han hecho
conocer a su Dios. Y entonces, hermano, ¿qué servicios les debemos?
Lucio V. Mansilla, Una excursión a los indios
ranqueles.
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