No habrá ninguna igual
por
Alberto Carbone
La Nación es una entelequia, una quimera, formulación
que invita a la complicidad de las partes constitutivas de una comunidad, para
hilvanar sus notas comunes y definir valores compartidos que integren una unidad
de sentido a la diversidad.
Nadie es la Patria y todos los somos, dijo Jorge Luis
Borges.
La Patria es un dolor que aún no tiene bautismo
definió Leopoldo Marechal.
Después de la aviesa y demoledora deconstrucción de
las culturas afro y amerindias, nuestro país fue definido, descrito, como la
Europa en América.
Una especificidad que se consolidó a satisfacción y
concordancia con la cultura blanca triunfadora.
1.-Noción de Patria.
Los territorios que son
habitados se van organizando en forma de países a través del tiempo.
Es la historia la que registra
la evolución de cada uno y va compilando las diversas particularidades que los diferencian o
aquellas que los identifican con su especificidad. De esa forma se reconocen y
determinan las características comunes que los hermanan o los distinguen, los
acercan o los polarizan y aquellas que les permiten compartir vivencias,
gustos, creencias y valores.
Una vez prefiguradas, consolidadas
e instaladas sus fronteras respectivas, las vetustas “marcas”, denominadas así
desde antiguo y firmemente determinadas a través de ese concepto durante el
medioevo, fueron conformando el principio o el fin, como a usted le parezca, de
cada una de esas regiones autopercibidas como un todo, como un continuo,
referenciadas consigo mismas y consignadas por notas particulares y propias.
Hasta hoy en día, los países
se establecen y fijan en el mapa mundial y todavía pueden cambiar de aspecto
con el tiempo, observando diversas vicisitudes.
Los países son precisamente
eso. Se representan en los mapas coordinados exactamente con su territorio, se
identifican a sí mismos, se reconocen entre sí y se diferencian de los otros por sus
características físicas, por sus dimensiones, por la región que habitan.
Pero la Nación en cambio, es
otra cosa.
Nos atreveríamos a definir
el concepto de “Nación”, como una “Comunidad de Cultura”.
La población humana que se estableció
sobre una superficie concreta y delimitada, fue evolucionando a través del
tiempo, distribuyendo y diversificando valores, costumbres y creencias, se
multiplicó y se fue acomodando y reacondicionando en el territorio elegido, en
un lugar que decidió a satisfacción, que consideró preciso y digno para la vida
y para su propia realización y que en forma pausada y cautelosa fue planificando
inexorable, para ejercitar sus pequeños y grandes proyectos sobre el riguroso y
organizado conglomerado social.
Esa población, que compartió
vicisitudes y creencias a través del tiempo, que se fue expandiendo alrededor
del territorio común, asignándole estímulos y notas culturales comunes a sus
pensamientos y realizaciones, no es otra cosa precisamente que una “Nación”.
Claro. Hubo en la historia y
siguen existiendo naciones sin territorio.
Durante la antigüedad las
hubo por doquier, aún hoy acontece.
Todos sabemos por ejemplo que
los judíos radicados en Oriente Medio son israelitas desde hace relativamente
poco tiempo. El episodio aquel se resolvió a partir de una resolución de
carácter internacional que generó a la postre un descalabro de importante magnitud
sobre la región de Palestina. Trágico padecimiento que perdura en el tiempo y en
el espacio, comprometiendo y victimizando comunidades paradójicamente hermanas
y del que ahora no pretendemos ahondar.
2.-Nación. Comunidad de Cultura.
Incluso en la actualidad
existen naciones que han perdido el territorio.
Un ejemplo directo y
palmario, que hasta me atrevería a decir que se rebela como poco perceptible,
es el caso de las comunidades amerindias.
Claro, usted dirá, pero ese
es un reclamo que comenzó a ventilarse hace relativamente poco tiempo. Puede
ser, pero la lucha de los pueblos sometidos de Latinoamérica exigiendo el
reconocimiento por su hábitat es antiquísimo, lleva quinientos años.
Oscurecido, vilipendiado, relativizado. Pero se trata también de una demanda
que trasunta un largo aliento.
No es menos cierto que
aquellos pueblos derrotados de América precolombina legaron su impronta, su
sangre, sus costumbres, su idiosincrasia, sobre el bagaje cultural establecido
a través de la fuerza por la corriente poblacional europea que formalizó las
nuevas sociedades mestizas asentadas sobre los territorios ocupados.
Aquella fusión, como
particular y caracterizada mistura, se fue apoderando de la cotidianidad en las
sociedades híbridas de Iberoamérica y al día de hoy podemos decir que se hace
evidente el sincretismo, la marea de creencias diversas y combinadas que no se
evidencian solamente en las actividades de carácter religioso.
Mientras usted recorre con
la vista estas palabras, vaya haciéndose por favor, una configuración respecto
de nuestro propio país. Probablemente observe que la Argentina es un caso
atípico, irregular, algo extravagante o por lo menos expresamente singular, dotado
con particulares características que lo diferencian del resto de las
comunidades.
Comparémoslo con México por
ejemplo.
El país azteca posee una
fuerte carnadura sociocultural que le permite sostener la vigencia de valores y
costumbres ancestrales, a pesar de ser originadas en una colectividad alevosamente
derrotada, esclavizada, rebajada al vasallaje y condenada a la desaparición. A
pesar de todo ello, las congregaciones humanas preexistentes a la dominación
española sobrevivieron injuriadas y sometidas demostrando una férrea y
destacada consolidación de su virtuosismo original.
La distribución geográfica
de la población lo atestigua.
Las construcciones
culturales amerindias se han quedado alojadas sobre sus locaciones de origen,
respetando su historia ancestral y sus valores primigenios.
La Ciudad Capital mexicana,
a pesar de su empuje industrial y del privilegio político que significa ocupar
un sitial de honor, un status superior en comparación con las demás urbes del territorio, participa de alrededor de un diez por ciento
de la masa poblacional del país, con casi nueve millones de habitantes sobre un
total general de más de cien millones de mexicanos residentes.
El ascendente cultural de la
riquísima diversidad de pueblos que habitan México, habilita a que una
multiplicidad de costumbres y vivencias afloren y se hereden de generación en
generación.
Situación similar trascurre
en el Perú, en Bolivia, en Chile. Los pueblos ancestrales trasmitieron sus
sabores, sus creencias, hasta sus particularidades fisonómicas.
Por eso mismo el más locuaz
y reconocido grito en favor del terruño que fuera exteriorizado en plena
revolución del año 1910, se multiplicó en cada garganta del mundo azteca como:
“¡Que Viva México!”.
En el país trasandino, aún
con la fuerte impronta que significara el gobierno popular de Salvador Allende
de comienzos de la década de 1970, las masas populares marcharon al grito de: “¡Viva
Chile Mierda!”.
En la Argentina en cambio, durante
esa misma etapa, más que paradigmática para la historia nacional del Siglo XX,
después de que el clamor popular y su lucha en la calles se hiciera sentir
durante dieciocho años en defensa del retorno del líder político exiliado en
España, la ciudadanía no clamó vivaz en las manifestaciones reivindicando con
su voz el nombre de nuestro país, sino que específicamente bramó con el grito
de “¡Viva Perón Carajo!”.
3.-La Nación de los hidalgos.
La Patria, esa entelequia
resumida en valores y creencias, cualidades que hilvanan el acervo de notas
comunes y compartidas entre pares, que configuran el concepto de Nación, parece
no haber sido jamás vivenciado en la Argentina.
La Argentina jurídica y
legalmente constituida, nació a la luz de la urgente necesidad de la elite
económica de establecer para su propio beneficio, una referencia política
regional desde donde exportar su producción agrícola al mercado consumidor
externo, convencida de que su procedimiento sería facilitado, estructurándolo
dentro de la configuración del formato de país. Fue debido a aquella pretendida
estimación, que se pergeñó el nacimiento de la Argentina en 1853, haciendo
emerger una unidad política y representativa con el único objetivo de legitimar
los intereses económicos de los propietarios territoriales de cada provincia,
otorgándole al país recién constituido la jerarquía de Nación.
Cuando a partir de 1860, la
provincia de Buenos Aires jugó su carta triunfal y concentró las decisiones de
toda aquella preconcebida República, las determinaciones políticas y la parte
del león, en términos económicos, se comenzaron a cosechar en la Ciudad Puerto.
A partir de entonces, la
estructuración macro encefálica del país precipitó una particular distribución
de la población alrededor del centro del poder de influencia y promovió que cincuenta
años después de esas iniciativas políticas, la mitad de la población de todo el
territorio nacional, se afincara en la provincia regidora, cabeza de la pampa
húmeda y principal exportadora de agricultura primero y de la riqueza pecuaria
posteriormente.
Por eso nuestro concepto de
Nación, no se encuentra enraizado con las notas comunes de un determinado
proceso cultural desgranado en el tiempo y regado por los aditamentos de
generaciones sucesivas.
La Nación Argentina es una
construcción social que todavía sigue generando aditamentos, que se va
nutriendo de nuevos aportes que se sintetizan con los anteriores y se siembran
sobre un territorio que habitan pero que no poseen, porque el país es un
espacio que permanece ocupado por aquellos apoderados constituidos como dueños.
Los descendientes de aquellos primeros poseedores con título de propiedad, que
obtuvieron su reparto de tierras después del despojo originario y de la
destrucción del aborigen y de su cultura, con la firme intención de asegurarse
que jamás sería discutida la legalidad y su derecho de pertenencia.
Es por ello que probablemente,
si rebuscáramos los elementos constitutivos que nos conduzcan a elaborar una
hipótesis para definir el concepto de Nación argentino, es muy probable que lo
encontráramos resumido en la figura de algún cabecilla o jefe de raigambre
popular. Una figura singular con impronta de caudillo, de líder, capaz de
amalgamar ideas, sentimientos y valores surgidos del sector mayoritario de la
población, el auténtico sector social generador de las notas culturales,
masivas, costumbristas, cotidianas, características y familiares. Valores
fortísimos y transmisibles en el tiempo, solo atribuidos a la masa de
trabajadores, al Movimiento Obrero argentino.
Por todo lo mencionado es
dable pensar que el pretendido concepto de Nación permanezca subsumido en la
figura del gestor político de carácter popular capaz de sintetizar los reclamos
y vicisitudes del hombre y de la mujer que trabajan.
Puede tratarse de un líder
histórico y muy probablemente también de algún otro coetáneo y sincrónico. Cada
quien en su época, envuelto en la contemporaneidad de sus actos, desarrollando
un modus operandi propiciatorio y consustanciado con los deseos y objetivos de
las grandes mayorías.
En cambio, para los
poseedores de la riqueza, para los concentradores del Capital, para quienes
centralizan las decisiones en nombre del país al que dicen pertenecer, por la
razón de considerarse herederos de quienes alguna vez lo fundaran, para ellos
la Patria es el campo, porque son justamente los poseedores de la tierra.
Por carácter transitivo,
entonces, son ellos quienes a sí mismos se consideran la Patria, o en otras
palabras, se definen como la Nación, que para mayor familiaridad publicitaria y
promocional, identifican ambos conceptos como un sinónimo.
Cuando al pequeño grupo
concentrador de riqueza le hizo falta un referente de carne y hueso, se
apuraron a coronar con laureles al entonces coronel Julio Argentino Roca en
1880, premiado con el grado de general del Ejército luego de la Campaña al
Desierto. Como retribución a tan amable dispensa de tierras que el oficial se
ocupara de distribuir entre la alta sociedad de la época, territorio calculado
como reembolso para las más importantes familias, por la inversión que hubieron
efectuado a la Institución armada con el objetivo de adquirir pertrechos militares
destinados a la avanzada contra el indio.
Por ello en la actualidad, con
la potestad del poder económico en las manos de sus herederos, sin necesidad de
justificar su patrimonio, el concepto de Nación adolece de titularidad para los
sectores concentrados.
En virtud de los nuevos
tiempos, los financistas más perspicaces compran voluntades de políticos y pseudo
periodistas, claros en que ambos grupos padecen una acuciante falta de
capacidad intelectual, pero a sabiendas de que esa recua de genuflexos es el
único material que se consigue y que además, con esa tropa bien sobornada y
sostenida en el tiempo, se puede edificar una esencial y miserable herramienta propiciatoria destinada a convencer
a una porción de la sociedad argentina que permanece ignorante y desaprensiva.
Saben los que mandan, que
hay que mantener y financiar a quienes se prestan a participar en la función.
Solventar títeres y fantoches disfrazados de periodistas serios que disimulan
su verdad por medio de guiones que leen ante las cámaras y frente a un teleprónter,
que disimula lo que aparece como instrumento ciegamente convencido, pero que en
realidad es fruto de un personero profundamente maleable.
Ante la falta de un gran
personaje que sea capaz de resumir y garantizar una estrategia envuelta en
lógica y racionalidad, un catalizador de la Idea que explique y justifique su
proyecto exclusivo y egoísta, los factores concentrados de Poder sostienen
económicamente la divulgación de argumentos que funcionen para neutralizar el
accionar de un gobierno democrático que no es de su satisfacción, generando y
promoviendo a través de inversión en los Medios Masivos de Comunicación, un
sinnúmero de consideraciones y elaboraciones críticas, enarbolando falsas
aseveraciones, promoviendo dudas e inquina, facultando con la palabra a
mediocres que defiendan las aseveraciones que se les patrocinen.
El otro sector social, el
mayoritario y careciente de Poder económico con el cual solventar al Poder
político, permanece en la inquietud por la falta angustiante de un líder
político de los quilates de Perón y por la lamentable privación de una figura como
la que fuera Eva Duarte.
Este grupo social mayoritario padece además,
la inestabilidad emocional, imprecisa, tímida, cobarde y profundamente
lamentable, de un gobierno que eligió en las urnas para que tome el toro por
las astas pero que por temor, desconcierto, cobardía o ceguera no reacciona.
Las indecisiones de un
gobierno popular, reactivan las expresiones de rechazo de los inseguros, de los
ignorantes, de los faltos de convicción, de quienes se dejan cooptar por la
fascinación de un candidato desconocido, con el pretexto de que un ignoto es
una incógnita que puede redundar en una buena noticia.
Pero si hablamos de nacionalidad,
deberíamos hablar de los argentinos.
¿Usted no se preguntó
quiénes son los argentinos de bien?.
Yo no creo que los encuentre
entre aquellos que defienden únicamente sus intereses personales. En aquellos quienes
consideran haber nacido en este país por casualidad y que están a gusto con su
pasaporte de la Comunidad Europea.
4.-La Patria con dos nombres de mujer.
El Peronismo jamás fue
dadivoso. Surgió como un importante instrumento generador del Mercado Interno consumidor,
a fuerza de promover la producción sobre la base de la generación de nuevas
PyMes, instrumentadas bajo la modalidad del Sistema de Sustitución de
Importaciones.
La etapa Peronista fue consagrada
a la consecución de un objetivo primario y relevante: el “Pleno Empleo”.
La gente accedía a su primera
casa, al terreno para edificarla, a su primer auto, al fortalecimiento de un
mejor estándar de vida, a la novedad de las vacaciones en familia, a los inesperados
derechos sociales.
A través de la implantación
de los gobiernos dictatoriales, los grupos de concentración del Capital
destruyeron la diversificación de la economía, convencidos de que el proyecto
primigenio y constitutivo del país, su razón de ser, no era otro que la
estructuración de un Modelo Agropecuario con vistas a garantizar la exportación
del producto primario al mercado consumidor externo.
La deuda externa se
multiplicó varias veces durante aquellos ciclos económicos, porque el ingreso
de divisas jamás resultó suficiente para cubrir la demanda de gastos e
inversiones que el gobierno debía ejecutar sobre el territorio.
Durante las etapas
democráticas populares se intentaba cubrir la falencia con emisión, que se
proyectaba justificar al compás de la expansión exportadora.
Los dueños de la tierra, los
productores del campo, rehuían y recelaban el pago de impuestos, propugnando
que los gobiernos sucesivos, fueran de la ideología que fueran, completaran aquel
déficit en el equilibrio presupuestario, adquiriendo más deuda externa.
Mientras tanto, la vida
transcurría y los gobiernos democráticos posteriores a los Golpes de Estado, iban
padeciendo una angustiosa dificultad para administrar el despojo que habían
dejado intencionalmente los conservadores, teñidos de pseudo liberales.
Recordemos, se puede
verificar analizando la realidad, que los gobiernos de derecha instalaron
siempre desocupación y tierra arrasada. En nuestro país y alrededor del mundo.
Porque estas instancias en las cuales convergen el Poder Económico con el
Político, jamás se manifiestan como generadores de empleo, sino como garantes
de beneficio de renta para los promotores del país que definen como dispensador
de materia prima.
Los gobiernos democráticos de raíz popular debieron
recurrir a la distribución de planes para sostener las economías familiares de
los desocupados y evitar la explosión social que promueve inexorablemente el
reclamo en las calles. Esa búsqueda del equilibrio social en paz, se realiza sin
recurrir a la represión.
Los gobiernos kirchneristas,
a lo largo de doce años de administración, recuperaron la economía nacional, la
producción y el salario. Consolidaron el mercado interno y fomentaron la
circulación del dinero en la economía doméstica.
No existen dudas al
respecto. Los economistas de cuño liberal, de varias partes del mundo, estudiosos
del tema argentino lo corroboran, mal que les pese a los pseudo intelectuales
macristas.
El gobierno de Macri optó
por desandar el camino, destruyó el fomento productivo, arrojó a la gente a la
calle, despilfarró las acreencias nacionales a través de la bicicleta
financiera, consolidó la desocupación laboral. Como reacción a su cometido, llevó
a cabo el mayor pecado que le insufla al
Peronismo, multiplicó la cantidad de planes sociales a través del dinero
originado en flujo de empréstitos, con el objetivo de acallar un posible
estallido ciudadano.
Hubo decisiones políticas en
el gobierno de los Kirchner que se inclinaron por la defensa de la integridad
social, por la propensión a la libertad bien entendida, por la capacidad de
trabajar y producir en forma diversificada, por la inclusión de todas y cada
una de las corrientes culturales y lingüísticas de nuestro acervo histórico, por
la promoción de una mayor distribución de la riqueza y un planteamiento
equitativo de la localización industrial dentro de todo el territorio nacional,
por garantizar una política de radicación industrial en cada provincia
posibilitando la autonomía económica para cada región.
A pesar de todo ello, los
Medios de Comunicación Masiva, sustentados por el Poder Económico concentrado, persistió
y persiste en señalar al Peronismo como el gran ejecutor y distribuidor de
Planes Sociales. A través de una férrea campaña de penetración e influencia,
corroe el sentido común e impulsa a que la opinión de la gente se concentre en
culpabilizar al Peronismo de erigirse como factor dispensador de dádivas. Como
el creador de esa metodología con fines electoralistas.
Por eso el ciudadano de a
pie debe conocer la realidad, entender que el sufragio se transforma en una herramienta
de cambio solamente cuando se vota en favor de los intereses nacionales y no para
satisfacer los beneficios de un sector de Poder.
Existe una significativa
cantidad de ciudadanía que valoriza al capital humano por encima de las
fluctuaciones del sistema financiero. Es la buena gente que piensa en el bien
común, que posee valores solidarios, que no se manifiesta a través del lenguaje
del odio.
Gente de bien que no
privilegia su insania por sobre los derechos de los demás. Esa inmensa
muchedumbre que vive con orgullo su argentinidad, adolece aún, sin embargo, de
las notas esenciales que definirían su identidad nacional, porque los
basamentos culturales heredados de las culturas africanas y amerindias, fueron
invisibilizados, negados, prohibidos, desprestigiados, vilipendiados y
desterrados por la imponente propaganda de la elite descendiente europea, que
monopolizó el sentido común y el deber ser de la comunidad, sobre todo a partir
de la Generación del 80, caracterizando al ciudadano argentino como
descendiente de los barcos.
Esa gente de bien, que
prioriza la paz, el equilibrio social, el respeto y la libertad, posee una
relación diversa con la simbología y con los valores de cuño nacional y nuclea
entonces en una figura epónima las multifacéticas características de su acervo
cultural, de sus deseos, esperanzas y valoraciones. Esa personalidad que invoca
a través de su presencia los valores nacionales, que sintetiza muy bien el
General San Martín como Padre de la Patria, que incorporó al General Perón y a
Eva Duarte con la representatividad de los Derechos Sociales, en la actualidad
se haya resumida en la figura de Cristina.
Para ese importante núcleo
del electorado, Cristina es la Patria, porque el destino o como quiera que se
llame ese maquiavélico devenir que fluye y nos anticipa decisiones y vivencias,
ha decidido que dentro del fluir contemporáneo, el concepto de Nación en
nuestro país sea homologado en esa mujer.
Hoy la Argentina posee un
camino esperanzador, para quienes todavía creen que puede resurgir de las
cenizas.
Pero esta posibilidad es también un camino de
calvario.
El gobierno conservador,
especulativo, gestor de negocios individuales, vaciador del patrimonio
nacional, destructor de empresas, instigador canalla de mentiras y falacias,
posee el apoyo financiero necesario para seguir manteniendo mediocres, limitados
intelectuales, amorales y desvergonzados, con el objetivo de que se instalen
como candidatos electivos, en la seguridad de que su maleabilidad les
garantizará a sus patrones guiarlos hacia donde les parezca.
Por eso la Nación, con sus
notas esenciales, con sus valores y virtudes, con sus objetivos loables, serios
y comprometidos con el cuerpo social, con sus decisiones que desmitifiquen y
aíslen egoístas intereses personales que lastiman a las mayorías, es un
concepto que permanece en construcción y que mientras tanto, fluye en aquellos
maravillosos agentes cazadores de utopías que observan en la figura de Cristina
la síntesis de la Patria.
Bibliografía
Carlos O. Pantano. Caníbales
Blancos Editorial Tinta Libre 2022
Stuart Stirling. El
trágico destino de las princesas incas
Editorial El Ateneo
2011
Tulio Halperin Donghi. Una Nación para el desierto argentino.
Editorial Centro Editor de América Latina. 1980.
Eduardo Galeano. Las
venas abiertas de América Latina.
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Ricardo Forster. El
laberinto de las voces argentinas.
Editorial Colihue. 2008.
José Pablo Feinmann. Peronismo.
Editorial Planeta. 2010.
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